Luis Núñez Ladevéze | 18 de noviembre de 2019
PSOE y Podemos pierden representatividad, pero ganan tras descolocar a los que se sienten ufanos de haber mejorado la suya, tan cegados que no se percatan de que es el enemigo quien ha instalado la mesa de juego.
Juan Luis Cebrián ha abierto la puerta, en un artículo de El País, a la vía Iceta hacia el federalismo. La argumentación parece razonable hasta llegar a la conclusión de que, para salir de la grave situación provocada por el pacto del PSOE con Podemos, no hay mas salida que una reforma constitucional que adapte el Estado de las autonomías a un Estado federal. No es que no haya razones de peso para aceptarlo, es que proponer ahora una reforma constitucional sería abrir definitivamente la caja de Pandora, entreabierta por el desafío institucional del independentismo.
¿Qué está pasando? Disponemos de una derecha dividida, sin margen de maniobra, que ha quedado encerrada en distintos corrales o se ha dejado acorralar al acudir el capote de la provocación, perfectamente calculada, del Partido Socialista. El señuelo del antifranquismo ha tenido el efecto pretendido. No se puede negar la habilidad de los trileros para engatusar al personal.
El nuevo Gobierno será rotundamente progresista. Estará integrado por fuerzas progresistas y basado en la cohesión, la lealtad, la solidaridad gubernamental y la voluntad de aprovechar los perfiles más idóneos para trabajar por el progreso de España y de toda la ciudadanía. pic.twitter.com/pJIfQldtsy
— Pedro Sánchez (@sanchezcastejon) November 12, 2019
El PSOEy el PSC han jugado hábilmente su carta marcada, la que les permite seguir navegando por esta vía interina, ahora en coalición con Podemos y la tácita cooperacion del independentismo. Es la brújula que le facilita prorrogar una situación de transitoriedad continuada y administrar una provisionalidad permanente.
Esta senda tiene nombre: se llama fragmentación de la derecha. ¿Cabía sospechar que, con menos respaldo que hace dos semanas, tras meses de aparente enfrentamiento y unas terceras elecciones fallidas, el PSOE llegase a consumar un pacto con Podemos en dos días, con el rey fuera de España y setecientos mil votos perdidos en la calle? Pues estaba calculado, porque es impensable que José Félix Tezanos se creyera sus propias encuestas y que Iván Redondo no hubiera tanteado la posibilidad de que el PSOE retrocediera algo en el campo de juego.
Pero ¿qué importancia tiene perder un alfil o entregar una torre a cambio de ganar la reina del contrincante? El PSOE se ha cobrado una al darle la puntilla a Ciudadanos, que en ningún momento ha sabido estar bien colocado para maniobrar en su terreno de juego. Y esto lo sabían los calculadores y lo anticiparon las encuestas. Así que ni Tezanos pensará en dimitir ni Redondo abandonará el puesto de vigía que señala el rumbo hacia no se sabe dónde.
Tenían la artimaña preparada para dividir a la derecha. Bastaba con rearmar a Vox para que el PP no pudiera superar al PSOE, agitando el capote en el Valle de los Caídos para excitar el obcecado apasionamiento de quienes están predispuestos a reaccionar con el corazón antes que pensar con la cabeza. Gran triunfo de Santiago Abascal, atolondrado pajarillo preso en su jaula de medio centenar de diputados.
¿Para qué desenterrar a Franco? A Pedro Sánchez, como al Vaticano, Franco se les da una higa, y si para la Iglesia Franco es agua pasada, a Sánchez solo le mueve mantenerse en el poder, no humillar a los muertos, ya insensibles en su tumba de mármol, ni ofender gratuitamente a su familia. Su móvil es cobrarse la pieza que desea. Si sirve de señuelo para cuadrar al toro ante el burladero que interesa, se desenterrará lo que haga falta. Se espolea el voto estéril enardeciendo las vísceras. Se cuelga en la caña un cebo contagioso, se muestra al personal, los más irreflexivos lo muerden y todos tan contentos.
Todos tan contentos, por el lado diestro, porque el PSOE ha perdido algo de fuelle en el Congreso y, de paso, el control del Senado. Esto mejora. Algunos más contentos todavía, porque la derecha profunda ha alcanzado 52 diputados. Esto mejora más. Tranquilizados otros porque el Partido Popular ha conseguido una veintena más de escaños. Mejor todavía. Algunos quedarán desorientados, porque Ciudadanos ha desaparecido prácticamente del mapa. Si es lo que satisface al electorado de la diestra, el sanchismo ha conseguido reunir a un conjunto de pardillos, incapacitándolos para ver más allá del trapo rojo que los conduce plácidamente ante la suerte del estoque que viene desde hace años preparándose para la estocada mortal.
Por la siniestra, más contentos que unas pascuas, saboreando una victoria a la baja que, lejos de ser pírrica, no deja de formar parte de un programa a medio plazo. El que va gestionando la antiEspaña cuando azuza a la España constitucional hacia una reacción irrazonable, que pierde de vista la meta y no tiene cómo concretarse en un proyecto de convivencia colectivo.
No está perdido el partido todavía. ¿Puede interpretarse el apresuramiento del pacto como un chantaje al Partido Popular? Da lo mismo. El Partido Popular no puede pasar como cooperador necesario de la vía Iceta, pero fortalecido ahora puede ser el condicionador imprescindible para impedirlo, ofreciendo su abstención para un Gobierno solitario. Es muy arriesgado, pero lo que Sánchez pretendió antes de las elecciones, ahora puede ser posible cuando está más debilitado. Si rechazase la oferta aumentaría su debilidad.
¿Aprenderá Vox la lección de estrategia de estas y las anteriores elecciones? El PSOE y Podemos pierden representatividad, pero ganan tras descolocar a los que se sienten ufanos de haber mejorado la suya, tan cegados que no se percatan de que es el enemigo quien ha instalado la mesa de juego en el lugar del salón que le resultaba favorable. Para jugar al mus o al póquer, hay que sonreír al contrario cuando hace falta, o aguantar el improperio con sonrisas. Y simular lo que no se tiene, para que triunfe el farol, como ha hecho, según estos ingenuos, el torpe de Sánchez. Si Vox sigue celebrando así sus pírricos triunfos, no hará falta esperar para saber quién vencerá esta partida.
Las elecciones han consolidado la fragilidad del Estado. Ahora estamos peor que ayer. La sociedad española está dividida y el independentismo se envalentonará ante esta situación.
Las demandas de Podemos para apoyar al PSOE supondrían un declive económico y social que desembocaría en el empobrecimiento generalizado.