Justino Sinova | 19 de junio de 2019
Felipe de Borbón cumple cinco años en el trono. Su sentido de la democracia y del deber lo hace merecedor de la confianza sin dudas.
En un país en el que existen presos políticos, la denuncia de la existencia de presos políticos conduce a la cárcel, o sea, a incrementar el número de presos políticos. Todos los que recriminan a España por aprisionar a españoles por sus ideas tendrían que ensayar sus acusaciones en Cuba, Venezuela, China, Corea del Norte y unas cien dictaduras más que pueblan el mundo para comprobar en sus carnes lo que realmente es un preso político. Presumir de valiente, como hace la ignara Ada Colau al reponer un lazo amarillo en la fachada del ayuntamiento de Barcelona, es gratis en España, un país por donde puede pasear el ultra Quim Torra después de insultar a los españoles o donde una diputada puede jactarse de ir a decirle a Felipe VI que los catalanes no tienen Rey, como si hubiera hablado con todos los habitantes de Cataluña y le hubieran encomendado ese recado.
Quienes protagonizan esas supuestas proezas confirman, mal que les pese, que España es un Estado democrático cabal, en el que se puede ejercer una libertad básica como es la de expresión hasta rozar y a veces traspasar el límite donde termina la libertad y comienza la agresión. Como sujeto pasivo de ese ataque se encuentra también el Rey, cuyo retrato ha sido retirado de estancias oficiales, con quebrantamiento de una elemental responsabilidad política, o quemado e insultado en plazas públicas. No se piense, sin embargo, que las agresiones al Rey son el producto de una mayoritaria aversión ciudadana. Todo lo contrario: los agresores son una minoría, pues el Rey viene obteniendo un apoyo demoscópico del 70%. Cuando se acusa al CIS de no hacer últimamente encuestas sobre la monarquía, se replica desde allí que ya es sabido que la institución es de las mejor valoradas entre todas las del Estado.
Los agresores son una minoría, pues el Rey viene obteniendo un apoyo demoscópico del 70%
La agresión al Rey empezó con Juan Carlos I y ha continuado con Felipe VI, a pesar de que España es un país libre, próspero y pacífico presidido por la Corona. Una de las contradicciones obvias de nuestro tiempo es que se blande la república como la sustancia de la democracia mientras tenemos una monarquía que supera cualquier baremo de las dos experiencias republicanas españolas. La primera no duró dos años en una constante inestabilidad y la segunda empezó a cerrar periódicos antes de que pasara su primer mes de vida. Si muchos de los políticos que se dicen republicanos respetaran la historia y a los españoles, reconocerían que nunca España ha tenido más libertad y progreso que bajo la monarquía parlamentaria de 1978. Para eso hay que haber leído y saber entender la realidad, que es algo más difícil que dar rienda suelta al afán manipulador.
Felipe de Borbón cumple ahora cinco años en el trono desde que sucedió a su padre, Juan Carlos, cuando abdicó. No ha encontrado en este lustro un escenario pacífico, pues desembarcó en la Jefatura del Estado cuando la crisis económica aún sacudía a España y alentaba el auge de un populismo extremista disfrazado de cordero pero adobado de intolerancia, y tuvo que enfrentarse a un golpe de Estado cuando los políticos de uno y otro signo se inclinaban por una respuesta matizada y encogida. Si su padre dio un impulso a su reinado con la reprobación del golpe militar del 23 de febrero de 1981 mediante un memorable mensaje emitido por tv en la madrugada del 24, y que se entendió como el acto de salvamento de la joven democracia, Felipe VI se enfrentó al golpe de los secesionistas catalanes del 1 de octubre de 2017 con otra televisada defensa radical de la democracia que tranquilizó a los españoles que se sentían huérfanos de políticos.
Felipe VI se enfrentó al golpe de los secesionistas catalanes del 1 de octubre de 2017 con otra televisada defensa radical de la democracia
La monarquía parlamentaria es una forma de Estado que limita los poderes del Rey en favor del Parlamento y del Ejecutivo, pero que no omite su autoridad de defensa de la nación. Más allá de argucias denigratorias basadas en el procedimiento sucesorio, en lo que suele abundar -ejemplo por todos- un Pablo Iglesias que bracea en lo prosaico es una fórmula que persigue la excelencia de quien se sabe destinado para el futuro. Felipe VI posee una formación académica y práctica muy por encima de la media en el paisaje español (quien lo dude repase su biografía y compare) y un sentido de la democracia y del deber que lo hace merecedor de la confianza sin dudas. Hoy se puede decir que tenemos la suerte de contar con un Rey constitucional de un Estado democrático, como lo fue su antecesor, bajo cuyo mandato nació la España de las libertades y del progreso.
Maniobras populistas y nostalgias republicanas se propusieron borrar su proeza en la fundación de la actual democracia en España.