Juan Milián Querol | 19 de agosto de 2020
Podemos ha sido imputado. El entorno de Pablo Iglesias está siendo acusado por malversación y las hemerotecas sacan humo, mientras el Gobierno aprieta filas.
La nueva política ha significado, simplemente, el regreso de los charlatanes y la degradación de los parlamentos. De José Luis Rodríguez Zapatero a Carles Puigdemont, los españoles hemos sufridos a los peores demagogos, dispuestos a dividirnos con tal de alcanzar el poder lo más rápido posible. Prometían paraísos terrenales, pero sus repúblicas soñadas eran bananeras y sus Gobiernos solo han dejado más crisis y más resentimiento. De todos ellos, el enemigo más consciente de la democracia liberal es Pablo Iglesias, todo un profesional del socavamiento institucional. Ha usado la mentira y la confrontación para multiplicar todo aquello que criticaba; pero, como todo revolucionario, empezando por Robespierre, nunca ha tenido en cuenta el efecto secundario de las palabras para su propia trayectoria.
Estas no solo crean expectativas, sino también valores con los que uno será juzgado. Ayer legitimaba el acoso a los políticos, bajo el nombre de jarabe democrático, y hoy lo sufre. Tal faràs, tal trobaràs, decimos en catalán. Fue una mala idea estimular un ambiente de guerra civil fría en un país de polarización fácil. Y a la vista de lo que está por venir, serían necesarias una disculpa y una condena de todo tipo de violencia, amenaza o insulto.
A nadie escapa que el otoño será caliente. El desempleo y la pandemia suben en España como el PSOE en las encuestas del CIS. La diferencia es que solo lo primero refleja una realidad. Pronto llegará la vuelta a los colegios y, ante la falta de preparación, el no se podía saber sonará a recochineo, más aún. Como vaticina Ivan Krastev, a medida que la crisis sanitaria deje paso a la crisis económica, el miedo se convertirá en ansiedad, y esta, en rabia. La negligencia y la incompetencia se tolerarán menos, igual que la hipocresía, y los indignados serán otros y serán más, porque los populismos responden a inquietudes reales de la ciudadanía. No todo es culpa de incendiarias redes sociales. Sin embargo, los populismos suelen ser una mala respuesta a cuestiones que los partidos tradicionales hacían mal en no plantearse. El caso de Podemos es paradigmático: una vez en el poder ni regeneración política, ni justicia social, sino todo lo contrario.
El partido de los puros ha sido ahora imputado judicialmente. El entorno de Pablo Iglesias está siendo acusado por malversación y las hemerotecas sacan humo, mientras el Gobierno aprieta filas. La viga en el ojo, la doble vara de medir, la falta de ejemplaridad, la hipocresía infinita… Nadie en Podemos superaría hoy el listón que pusieron al resto de los partidos, porque se han convertido en la caricatura que ellos mismos dibujaron de la vieja política. La casta, decían. Y es que les movía el resentimiento, no la justicia. Ahora llevan poco más de medio año en el Gobierno y parece que hayan acumulado sobre nuestras espaldas cuatro legislaturas seguidas con mayoría absoluta.
Los escándalos de presunta financiación irregular les salpican, y ya no se acuerdan del pacto de Gobierno que pretendía una protección especial para los denunciantes de corrupción. Ahora hay que derribar al que abre la boca. Si el ‘Caso Dina’ ya daba para una telenovela venezolana, los ataques de la cúpula de Podemos a su exabogado, José Manuel Calvente, parecen más propios de una serie de mafiosos. Incluso le han acusado pública y judicialmente de un delito de acoso sexual, que ha sido archivado por la magistrada al no encontrar indicio alguno.
La decadencia exprés de Podemos es un regalo para las ambiciones de Sánchez. Iglesias ha quemado las naves y difícilmente volverá a gobernar más allá de esta legislatura, así que se aferrará al cargo
Lo curioso es que, a medida que sabemos más de los tejemanejes morados, la locuacidad de aquellos savonarolas se va evaporando. La inusual inactividad tuitera de Iglesias es una prueba de su acorralamiento. Sus camaradas, mientras tanto, inventan confabulaciones de los “viejos poderes”. Solo les falta añadir el 5G, Bill Gates y las vacunas contra el coronavirus para coincidir totalmente con el cantante conspiranoico Miguel Bosé. La caja no era B, sino S, nos dicen. En la neolengua la corrupción es llamada solidaridad. Saben que vivimos en una época de posverdad en la que el relativismo supera al escepticismo y la tribu se impone al pensamiento libre, pero tanta desfachatez se les está yendo de las manos.
A sus aliados del Partido Comunista Español solo les preocupa la situación del bielorruso Aleksander Lukashenko, uno de los últimos referentes de estos amantes de la República sin valores republicanos. Y Pedro Sánchez, escondido tras las mosquiteras del Palacio de las Marismillas, tampoco está para consideraciones éticas. ¿Qué opina de la presunta corrupción de sus socios de Gobierno? ¿Cree que Iglesias es un político indecente? «Máximo respeto por la Justicia» es su particular versión del ‘no sabe / no contesta’. A él todo este embrollo puede venirle hasta bien. La decadencia exprés de Podemos es un regalo para sus ambiciones. Iglesias ha quemado las naves y difícilmente volverá a gobernar más allá de esta legislatura, así que se aferrará al cargo, aprobando los ajustes y los recortes que hagan falta. Sánchez, a cambio, le permitirá ciertos desahogos retóricos que deslegitimarán instituciones y embarrarán el debate público, cuestiones que a su persona le traen sin cuidado.
Algo huele a podrido en el casoplón de Galapagar. La Fiscalía Anticorrupción apunta indicios delictivos en el proceder de Pablo Iglesias en el caso Dina: de víctima a presunto verdugo.
El economista afirma que la formación de Pablo Iglesias quiere seguir la estrategia de Varoufakis en Grecia y «llevar el país al borde del colapso y decir más adelante que ellos no aceptan las condiciones».