Antonio Alonso | 19 de agosto de 2021
Se cumplen 30 años del secuestro de Mijaíl Gorbachov que precipitó la caída de la URSS. Ocho personas del entorno de su máxima confianza habían urdido un plan en secreto para, aprovechando su estancia de descanso estival en su dacha de Forós (Crimea), obligarle a restablecer el sistema soviético de los tiempos de Brezhnev.
Desde horas muy tempranas del 19 de agosto de 1991, los informativos de medio mundo se llenaron de titulares inquietantes, confusos y poco alentadores. A las 4:21 de la madrugada, hora española, apareció el primer teletipo de la agencia TASS en el que se informaba de que el Presidente de la Unión Soviética, Mijaíl Gorbachov, acababa de ser sustituido por el vicepresidente Guenadi Yanayev, ya que «por razones de salud» no estaba en condiciones de seguir al frente del Estado. Todo el mundo empezó a preguntarse dónde estaba Gorbachov, qué le había sucedido. Las respuestas llegaban con cuentagotas.
Los líderes políticos del momento estaban de vacaciones. George Bush Sr. estaba en Kennebunkport (Maine), Felipe González en el Coto de Doñana, el Papa estaba realizando un viaje pastoral a Polonia y Hungría. La noticia sorprendió a Juan Pablo II en la nación de San Esteban, entonces aun en lenta transición desde el comunismo a la democracia. El portavoz del Papa, Joaquín Navarro Valls, expresó cautelosamente la reacción de la Santa Sede al golpe de Estado en la URSS y dijo que el Vaticano confiaba en el «pronto restablecimiento de la salud» de Mijaíl Gorbachov.
Ocho personas del entorno de Gorbachov, de su máxima confianza, habían urdido un plan en secreto para, aprovechando su estancia de descanso estival en su dacha de Forós (Crimea), obligarle a restablecer el sistema soviético de los tiempos de Brezhnev. Desde hacía meses se oían ruidos de sables: Llucía Oliva, corresponsal de TVE en Moscú, transmitía en su crónica del telediario de 18 de febrero de 1991 que los conservadores de la línea dura del Partido Comunista buscaban el traspiés de Gorbachov para destruir la perestroika.
Las reformas de Gorbachov habían empezado a mostrar sus efectos: había más libertades, sí, pero más inseguridad en las calles, más protestas, más altercados. La gota que colmó el vaso de la paciencia de los golpistas fue el texto del nuevo Tratado de la Unión, cuya firma estaba prevista el 20 de agosto en Moscú, y según el cual la Unión cedía gran parte de su poder a las repúblicas. Ellos habían sido testigos directos de las reuniones de Gorbachov con los dirigentes ‘regionales’ en su residencia de Novo-Ogariovo.
Las reformas de Gorbachov habían empezado a mostrar sus efectos: había más libertades, sí, pero más inseguridad en las calles, más protestas, más altercados
Ese fue el detonante para los ocho líderes del golpe, que formaron el autodenominado Comité Estatal para el Estado de Emergencia de la URSS (GKChP), desde el que tomaron las riendas del poder. El domingo 18 de agosto, Oleg Baklánov, Valeri Boldin, Oleg Shenin y Valentín Varénnikov volaron hacia Crimea para entrevistarse con Gorbachov mientras las líneas de comunicación con la dacha de Forós, controladas por el KGB, habían sido cortadas y algunos agentes del KGB se habían desplazado hasta allí para que saliera de la dacha. Yuri Bóldarev, el jefe del aparato presidencial, fue quien abrió la puerta a los cuatro golpistas. Baklánov, Boldin, Shenin y Varénnikov solicitaron que Gorbachov declarase el estado de emergencia o dimitiera, y nombrase a Guennadi Yanáyev como presidente en funciones, para así permitir la «restauración del orden» en el país.
Sus nombres, con alguna excepción, ya han quedado relegados al olvido. Aún se recuerda al vicepresidente Yenayev (1937 -2010), por ser el cabecilla del golpe de Estado palaciego, o al Mariscal Dmitri Yazov (1924-2020), ministro de Defensa, quien fue condecorado dos veces por Putin (una en 2004, con la Orden de Honor, y otra en 2014, con la Orden de Alexandre Nevski).
Hace apenas unas semanas (28 de julio de 2021) murió el último golpista, Oleg Baklanov (1932-2021), entonces miembro del Consejo de Defensa soviético. Junto a estos tres estaban también Vladímir Kryuchkov (1924-2007) jefe del KGB; Valentín Pávlov (1937-2003), Primer Ministro de la URSS (posteriormente banquero); Vasili Starodúbtsev (1931-2011), miembro del Parlamento soviético; Aleksandr Tizyakov (1926-2019), presidente de la Asociación de Empresas Estatales y Conglomerados de Industria, Transporte y Comunicaciones; y Borís Pugo (1937-1991), Ministro de Interior, quien se suicidó para evitar la detención. Todos (menos Pugo) fueron arrestados, enjuiciados y condenados, hasta que en 1994 fueron amnistiados por Boris Yeltsin.
¿Qué motivó la caída de la URSS? No fue solo un acontecimiento sino la concatenación de muchos de ellos: el desastre de Chernóbil (abril 1986), las protestas nacionalistas, las reformas constitucionales,… Todo ello contribuyó al derrumbe de la Unión, sin lugar a dudas, pero el golpe de gracia fue este intento de golpe de Estado.
Si los instigadores buscaban una vuelta a los valores comunistas de los años 70, lo que consiguieron fue arruinar la imagen de Gorbachov (enterrando al último representante del comunismo ruso) y empoderar a Boris Yeltsin. Yeltsin había ganado, como candidato independiente, las primeras elecciones multipartidistas con cierto margen de libertad en la República Socialista Federativa Soviética de Rusia (12 de junio de 1991). Así, mientras los tanques se dirigían a rodear la Casa Blanca (la sede del Parlamento ruso), Yeltsin se atrincheraba allí con los suyos y masas de ciudadanos se reunieron en el exterior del Parlamento espontáneamente. Yeltsin arengaba a las multitudes, los tanques protegían el edificio y la gente vitoreaba a Yeltsin.
El 21 de agosto Gorbachov y su familia regresaron a Moscú. Poco le quedaba ya por hacer y el camino hasta el protocolario acto de la dimisión (25 de diciembre de 1991) estuvo sembrado de claudicaciones y declaraciones de independencia de cada una de las 15 repúblicas que conformaban la URSS (además de otras declaraciones de independencia de regiones autónomas que fueron posteriormente revocadas). El 22 de agosto, Gorbachov aún defendió el papel del PCUS como catalizador para las reformas, pero el 24 dimitió como Secretario General del PCUS y el 29 el Soviet Supremo de Rusia (controlado por Yeltsin) suspendió las actividades del Partido Comunista, pasando sus activos y locales al Estado. Yeltsin finalmente ilegalizó el PCUS el 6 de noviembre. Cuando el 8 de diciembre Rusia, Bielorrusia y Ucrania firmaron el Tratado de Belavesh, estaba claro que la URSS ya no podía seguir adelante.