Manuel Sánchez Cánovas | 20 de mayo de 2019
El gigante asiático guarda las formas y trata de no ofender a la contraparte, lo que no implica que se vaya a firmar un tratado.
¿China primero o América primero? Los dos países hacen lo mismo, defienden con creciente rivalidad unos intereses que ni dependen de Xi Jing Ping ni de Donald Trump, manteniendo una relación imposible. El anuncio de subida de aranceles a productos chinos (25%) trae impactos negativos en la economía mundial, determinados por objetivos políticos. China quiere cambiar, pero no puede hacerlo rápidamente.
Estamos ante el problema sistémico de la inserción de China en la economía mundial. Estados Unidos quiere retrasar el ascenso económico chino, acomodándolo a sus intereses, y lo único que tiene a mano es subir sus aranceles: teme escenarios de colonización económica. Gota a gota, su enorme déficit comercial y la deuda externa con China no paran de crecer.
Por otra parte, a China no le importa quebrar las reglas del comercio internacional: aunque cuente con zonas tecnológica y económicamente avanzadas, la mayor parte de la población es pobre, existiendo grandísimas desigualdades, luego su objetivo es mejorar su condición. Además, la estabilidad política conducente al altísimo crecimiento económico chino tiene efectos muy beneficiosos para los trabajadores, legitimando el rol del Partido Comunista.
A China no le importa quebrar las reglas del comercio internacional: aunque cuente con zonas tecnológica y económicamente avanzadas, la mayor parte de la población es pobre
El PIB de EE.UU. creció al 3.2% en el último trimestre y el de China al 6.4%, lejos de la crisis económica anunciada. Aunque una recesión es posible, la guerra comercial sería solo una de sus causas. El impacto de los aranceles impuestos sobre los productos chinos, 0,08 billones de dólares en EE.UU., difícilmente podrá afectar gravemente a la economía americana, con un tamaño de 19 billones de dólares, o a la china, de 12 billones (22 billones en PPP).
Otro problema serían las represalias chinas o que se quiebren las negociaciones multilaterales entre diferentes bloques o países en un futuro. Sin embargo, la tendencia parece ser la contraria, la apertura de la UE a productos asiáticos de la ASEAN (Asociación de Naciones del Sureste Asiático), Japón y Australia, como medida de compensación de la salida de EE.UU. del TPP (Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica), y los aranceles a China.
La altísima deuda china del 230% del PIB, así como su sistema financiero disfuncional; la deuda pública y la anemia de la economía europea (81% del PIB); los déficits y la deuda pública norteamericanos (104% del PIB) pueden ser factores igualmente relevantes: que la proporción que los intereses de la deuda significan sobre el PIB se mantenga constante en el tiempo por bajos tipos de interés no quiere decir que su volumen no importe, sobre todo en casos de shocks de oferta, como puede ser el energético. En España, los intereses ya consumen el 10% del gasto público.
When the time is right we will make a deal with China. My respect and friendship with President Xi is unlimited but, as I have told him many times before, this must be a great deal for the United States or it just doesn’t make any sense. We have to be allowed to make up some…..
— Donald J. Trump (@realDonaldTrump) May 14, 2019
¿Qué reformas pide EE.UU.? Las empresas occidentales no pueden competir en China sin seguridad jurídica: nadie se fía de la nueva ley china sobre inversiones extranjeras; o contra discriminaciones xenófobas o sectores de inversión no permitidos, por ejemplo, para Facebook y Amazon; contra el dumping social y medioambiental chino; contra las transferencias forzosas a empresas chinas de know how y tecnología occidentales, y la piratería de su propiedad intelectual o los subsidios artificiales a las empresas públicas chinas.
Aunque exista simpatía entre la élite china, a sabiendas de que a largo plazo las reformas son buenas para la RP China y sus relaciones con Occidente, Pequín no es que no las quiera aplicar, simplemente no lo puede hacer rápidamente. Además, las negociaciones se volvieron contra China: es imposible hacer creer que un acuerdo comercial tuviera propiedades mágicas sobre la economía y absurdo culpar a Trump de que este no se firmara, utilizando su desprestigio.
Las expectativas del acuerdo eran, a propósito, desmesuradas. Esto es así por varias razones.
Las diferencias culturales, administrativas, de sistemas políticos y económicos con Occidente son grandísimas.
Además de la baja calidad y capacidad administrativas para aplicar las reformas, la falta de transparencia y la corrupción son rampantes. y siendo China un país autoritario no existe un control externo de responsabilidades políticas que pueda garantizar la aplicación de unos acuerdos con una potencia extranjera (la Prensa, la oposición, ONG, etc.). Por ejemplo, el hecho de que Pequín legisle no significa que las provincias vayan a aplicar las leyes inmediatamente, sino que se están ya aplicando diferentes leyes en cada provincia.
Desmontar las ayudas a las empresas públicas que quiebren las reglas de la competencia internacional significaría la supresión inmediata de decenas de millones de empleos: muchas compiten, de forma desleal, con empresas tecnológicas occidentales a través enormes monopolios con grandísimo poder financiero (el caso de Alsthom y Siemens en el ferrocarril). Dada la imbricación del Partido con el mundo de la empresa, esto es algo que Pequín no se puede permitir a corto plazo.
A lo largo de la negociación se ha visto la cortesía china: decir “sí” no quiere decir estar de acuerdo o que se vaya a firmar un tratado, simplemente se intenta guardar las formas y no ofender a la contraparte (importantísimo). Como bien decía Lee Kuan Yew, en Oriente no se puede ridiculizar al gran líder omnipotente.
Por tanto, China no podía aparecer como débil ante sus ciudadanos, como país que se plegara otra vez a los intereses occidentales (los de EE.UU.), tras la humillación que supusieron las condiciones impuestas por el Reino Unido tras la Guerra del Opio al Imperio Qing: la utilización que ha hecho el Partido del victimismo y la xenofobia antioccidental, de consumo interno, puede haberse vuelto en su contra en un proceso de negociación poco adecuado para los intereses occidentales. Además, esperar que China dé su brazo a torcer frente a las cámaras de televisión internacional no es, pues, la mejor forma de obtener concesiones.
En la cultura china, holística, comunitaria, de la ley de los hombres frente al imperio de la ley occidental, es difícil guardar un secreto. Esta es una cultura jerárquica, ajena a los contratos y las normas inflexibles, todo es constantemente negociable y en constante cambio, lo que importa es el rito, la reputación, la percepción de fortaleza. Es un pueblo enormemente práctico: lo más parecido a la “vergüenza” judeocristiana depende del escrutinio público, y no de normas interiorizadas por los sujetos, como puedan ser los Diez Mandamientos o el Corán.
Es, pues, difícil obligar a que se respeten secretos industriales en lo tecnológico, o que las provincias apliquen la legislación sobre propiedad industrial que marca Beijing.