Juan Milián Querol | 20 de mayo de 2020
Ciudadanos repite su apoyo al Gobierno ante una nueva prórroga del estado de alarma. El partido de Inés Arrimadas trafica con un político sin ética y lo pagarán todos los españoles.
El despertador sonaba y sonaba, pero el Gobierno seguía soñando. Era el descanso del guerrero cultural. Si ya controlaba las almas, para qué gestionar la realidad. Se había instalado en un mundo onírico en el que ellos eran superhéroes morales luchando contra los villanos fascistas. La Organización Mundial de la Salud, la Unión Europea y la experiencia italiana resonaban con fuerza fuera de la habitación, pero Pedro Sánchez y los suyos apretaban fuertemente los ojos y se tapaban la cabeza con la manta. No querían despertar. No querían que despertáramos, al menos hasta el 9 de marzo. Entonces, un lunes, el coronavirus les obligó a acudir al trabajo. Fueron arrastrando los pies. No dejaban de pensar que contra el trifachito se dormía mejor.
Y ahí quieren volver, a aquella sociedad fragmentada y polarizada, sí, pero con una mitad obediente y dependiente que garantiza el sustento de la trama y del entramado, de la gran mentira y de los altos cargos. Esperan a que la realidad escampe sin tener que dar muchas explicaciones, ni negociar con nadie más que con los compañeros de cama. Por ello, se decretó un estado de alarma más eficaz contra la crítica que contra la pandemia. Se impuso un mando único que ha logrado obstaculizar, más que coordinar, a las autonomías. Se instalaba el portal de la opacidad. Todos los días pasaban a ser iguales, menos los sábados, que se eternizaban con unas peroratas llenas de bulos. La versión oficial, construida entre estudios inexistentes y seres anónimos, se ha convertido en sinónimo de confusión.
Los expertos, la John Hopkins, el Miguel Lacambra. Todo vale. Al Congreso solo acuden a insultar a la oposición, como en sus mejores sueños. Votadnos, inmundicia, vienen a clamar. Sin embargo, esta se revuelve. No les dejan manipular tranquilos. Molestias de la democracia. Tratan de evitar la rendición de cuentas, incluso se les hace pesado tener que chantajear cada quince días a quienes solo desean despreciar.
Así pues, ahora nos aseguran que a la quinta va la vencida, pero que esta prórroga debería ser de 30 días. ¿Por qué? ¿No estábamos en la gama alta de éxito? ¿Por qué abusar más de la excepcionalidad cuando nos dicen que ya prácticamente estamos en la ‘Nueva Normalidad’? El confinamiento más duro del mundo no ha traído precisamente los mejores resultados, pero el Gobierno parece celebrar la victoria más pírrica de nuestra democracia, como si no hubieran sentado las bases para la peor crisis económica. Tanta contradicción tiene explicación. La desproporcionalidad de la prórroga mensual propuesta era un simple ardid negociador para mostrar una falsa generosidad en la rectificación. Es la enésima trampa del tramposo Sánchez. El incauto que acepta la treta muestra el trofeo de un campeonato que nunca se disputó.
Ciudadanos, lejos de bisagra, está siendo el puente que permitirá a Sánchez pasar de un pacto con Esquerra Republicana a otro pacto con Esquerra Republicana
La utilidad del voto de Ciudadanos, apoyando la cuarta prórroga, se evaporó en una quincena. Sánchez volvía a ser Sánchez y a buscar el apoyo del separatismo. El partido de Inés Arrimadas quiso recuperar la idea fundacional, la de ser una bisagra entre constitucionalistas que permitiera cerrar la puerta de la Moncloa al nacionalismo. Sin embargo, lejos de bisagra, está siendo el puente que permitirá a Sánchez pasar de un pacto con Esquerra Republicana a otro pacto con Esquerra Republicana. El desconfinamiento a la carta, las fases y las medias fases, tienen razones más partidistas que sanitarias o económicas. Si en el PSOE alguien hablaba de reconciliación nacional, Sánchez más pronto que tarde le recordará que para él solo hay reconciliación con los nacionalistas.
En las decisiones de Ciudadanos quizá pese esa demoscopia que señala el apoyo de los españoles a los pactos. O quizá se deje llevar por la ceguera de las buenas intenciones. La cuestión es que no se abrazan a un pactista, sino a un chantajista. Y lo saben. Se ponen en manos de un Sánchez del cual solo cabe esperar la traición al constitucionalismo. El PSOE de los Pactos de la Moncloa ya no existe o calla demasiado. Ya no se vislumbra una concepción pluralista de la democracia. Está atrapado dentro del círculo iliberal de Podemos y no saldrá de ahí hasta que no pierda el poder. Apoyar a Sánchez no es una apuesta por el mal menor. Ciudadanos trafica con un político sin ética y lo pagaremos todos los españoles.
España no se convertirá en una dictadura bolivariana, porque aquí no hay petróleo para quemar la conciencia de toda una sociedad y porque Europa no regalará el dinero gratis. No obstante, apoyar a Sánchez es empujar a nuestro país por una pendiente peligrosa. Derrotar la pandemia requería excepcionalidad, y las excepciones pueden salvar la norma -la Constitución- si son un último recurso, son temporales, están plenamente justificadas y se incrementa el control, pero nada de eso quiere Sánchez en su ‘Nueva Normalidad’. Esta es volver a atizar a la oposición con más instrumentos y menos contención. Esta es tener más control sobre la sociedad, excitándola con enemigos imaginarios y fragilizándola, otra vez, ante los verdaderos desafíos.
Ayer se imponía la falsa promesa de la libertad sin responsabilidad. Hoy, aprovechan el miedo, para sacrificar la libertad en el altar de la seguridad, allanando el camino hacia la dependencia. Desde la emisora más progubernamental de todas se llamaba esta semana a frenar «los comandos del PP y de Vox». Ciudadanos ha podido ganar unas semanas de tregua, pero la guerra subcultural vuelve con fuerza y, esta vez, tampoco han hecho su mejor movimiento.
A Pablo Casado no le fallaron los argumentos sino los tiempos. Pedro Sánchez neutralizó la discusión con su chantaje. Al insinuar «prórroga o caos», se atrincheró en su rincón y cerró la posibilidad de acuerdos.
El acuerdo del Gobierno con el PP, fundamental para impulsar la salida de la crisis, se presenta como inviable tras los insultos de Adriana Lastra. Hay que negociar cómo se vuelve al trabajo y a la vida cotidiana.