Rafael Sánchez Saus | 20 de junio de 2019
La abstención de PP y Ciudadanos provocaría que Pedro Sánchez no tuviera que recurrir a Podemos para ser presidente.
“La maldición de nuestra nación es la incapacidad para comprender que la honestidad y la coherencia intelectual son mucho mejores y mucho más rápidas que un arreglo”. Esto lo decía Chesterton de la Inglaterra de 1905 y podría decirlo hoy cualquier español. Nos consuela, eso sí, que Inglaterra nos adelante ciento quince años como nación maldita.
Acabamos de contemplar, todo lo atónitos que aún permite la agotada capacidad de sorpresa, el poco edificante juego entre bambalinas que ha dado lugar a la constitución de ayuntamientos en los que todo ha sido posible hasta el último momento. Que en muchos sitios se haya impuesto finalmente un buen sentido, de alguna forma guiado por la honestidad y la coherencia, no quita para que también hayan surgido abortos monstruosos que seguirán dando que hablar en los tiempos venideros -sirva el caso extremo hasta lo pintoresco de Melilla como ilustración-.
Ya puestos a facilitar desde el centro un Gobierno socialista, ¿no debería sumarse el PP a ese esfuerzo e impedir que Unidas Podemos tenga la llave del Ejecutivo?
Pero siendo mucho lo que nos jugamos en las tómbolas concejiles, mucho más es lo que hay ahora sobre el tapete. Nada menos que la investidura del próximo presidente del Gobierno, el cual debe salir de un endiablado puzle de partidos que hace del Congreso una viva representación de La nave de los locos. Tras la preceptiva ronda de consultas, Felipe VI efectuó el pasado 6 de junio la propuesta como candidato inevitable del falsario y oportunista doctor Sánchez, y si lanzamos desde el primer momento estos epítetos no es por antipatía personal o ideológica, solo porque son elementos condicionadores de primer orden en todo lo que puede pasar y conviene tener en cuenta desde el principio.
Es muy posible que la sesión de investidura tenga lugar en la primera quincena de julio, no antes, por los compromisos internacionales de Sánchez que, una vez superados los trances electorales, se propone seguir fatigando al Falcon de sus amores. La composición de la Cámara prácticamente hace imposible la investidura por mayoría absoluta en primera vuelta, por lo que toda la presión se desplaza a la segunda, que debe celebrarse solo dos días después, cuando bastará que el número de votos positivos supere al de los negativos.
Si Sánchez decidiera llegar a acuerdos de Gobierno con podemitas y otras malas hierbas, solo a él sería imputable y no a la necesidad
No podemos entrar ahora en la exposición de las diferentes combinaciones que se manejan, cambiantes cada día y dependientes también de lo que finalmente pase en la constitución de algunos Gobiernos autonómicos hoy en el alero. Y aquí surgen las grandes pero insidiosas preguntas: ¿debería un partido como Ciudadanos, lindante ideológicamente con el PSOE, facilitar la investidura de Pedro Sánchez? Sus 57 diputados serían fundamentales en cualquier maniobra que aspirara a no hacerla depender de la decisión de los secesionistas, golpistas y amigos de los terroristas. Ahora bien, no podrían impedir que Pedro Sánchez siguiera necesitando los votos bolivarianos y liberticidas de Unidas Podemos, nada gratuitos como bien sabemos.
Por eso aparece en el horizonte la siguiente cuestión: ya puestos a facilitar desde el centro un Gobierno socialista, sí, pero no entregado a los enemigos declarados de España y del orden constitucional, ¿no debería sumarse el PP a ese esfuerzo e impedir que Unidas Podemos tenga la llave del Ejecutivo? Porque la abstención de PP y Ciudadanos permitiría a Sánchez ser elegido en segunda vuelta con los solos 123 escaños de su bancada. Si luego él decidiera llegar a acuerdos de Gobierno con podemitas y otras malas hierbas, solo a él sería imputable y no a la necesidad.
Habría, pues, muchas razones de orden superior, honestas y coherentes, para ir a cualquiera de estas soluciones antes que entregar las llaves del Gobierno de España a lo peor de cada casa, pero la duda razonable de Albert Rivera y Pablo Casado, que tampoco son tan coherentes y honestos, es si el falsario Sánchez no forma parte vocacionalmente del negro redil. ¿Qué garantías pueden tener, a la vista del currículo del candidato, de que cumplirán lo que pudiera prometerles? Es fácil imaginar, tras haberlo hecho ellos presidente, a un Sánchez con el BOE a su disposición, dispuesto a comprar cotidianamente el apoyo de comunistas y separatistas, y condenándolos como miembros del “trifachito”. El ridículo sería universal. Se comprende, pues, su radical desconfianza. El problema para que la honestidad y la coherencia pudieran abrirse paso tiene un nombre: Pedro Sánchez, el Minotauro agazapado en el laberinto.