Carlos Echeverría | 21 de enero de 2020
La muerte del general iraní Qassem Suleimani hizo temer un estallido violento entre Estados Unidos e Irán. La crisis se ha abierto en otros frentes.
La acción militar estadounidense del pasado 3 de enero en Bagdad, en la que misiles lanzados desde un avión no tripulado (UAV) Reaper acababan con la vida del general iraní Qassem Suleimani y de nueve colaboradores suyos, iraníes e iraquíes, podía para muchos dar comienzo a una fase más cruenta del enfrentamiento que se arrastra desde antiguo entre Estados Unidos e Irán.
Casi tres semanas después, tan catastrofista análisis parece no haberse confirmado, pero la tensión e incluso el enfrentamiento entre ambos actores tienen y, a buen seguro, tendrán en el futuro muchas manifestaciones, parte de ellas en la “zona gris”.
Previsible y altamente probable era, como así ocurrió, que en determinados frentes como el político o el militar la tensión se disparara tras la muerte de Suleimani.
En lo político destacaremos la reacción dentro de Iraq, donde nuestros dos actores desarrollan activas políticas y donde el Parlamento cerraba filas el 5 de enero contra Estados Unidos, exigiendo incluso la retirada de los al menos 5.000 efectivos que mantiene en el país. El grueso de ellos fue desplegado para ayudar a Iraq en su lucha contra el Estado Islámico (EI) en 2014, cuando este se aproximaba a Bagdad. En lo militar, y como reflejo del peligroso incremento de la tensión, la defensa aérea iraní derribaba con misiles el 8 de enero un avión ucraniano de pasajeros, muriendo sus 176 ocupantes, en una acción que recordó a otra, también trágica, como fue el derribo por la Fuerza Aérea estadounidense el 3 de julio de 1988 de un avión de pasajeros iraní -muriendo 290 personas-, ocurrido en el marco de la guerra entre Irán e Iraq.
Teherán y Washington no han dejado de lanzarse amenazas en los últimos meses, algo que en una región tan volátil como es Oriente Medio puede llevar en cualquier momento a la escalada. Pero es importante que nos refiramos a la susodicha “zona gris” para explorar acciones que ya se vienen llevando adelante y otras que a buen seguro les seguirán.
Estados Unidos considera prioritario desde hace algunos años debilitar a un Irán que ha ocupado cada vez más posiciones en la región, aprovechando en buena medida el progresivo repliegue diplomático y militar estadounidense. La creciente presencia e influencia iraní en Iraq, Siria, Líbano o Yemen preocupa a Washington que, para tratar de reducirla, utiliza herramientas diversas, desde la presión diplomática y militar a las sanciones económicas, pasando por el apoyo a actores hostiles a Irán.
Teherán, por su parte, proyecta su presencia en la región motivado tanto por su hostilidad hacia Israel y su tensión con adversarios como son Arabia Saudí y sus aliados como por el surgimiento de una doble ventaja estratégica. Una es el repliegue estadounidense como consecuencia del desgaste generado tras la ocupación de Iraq y del caos generado por las revueltas árabes, con consecuencias nefastas en Siria o en Yemen. Y la otra, y también derivada de dichas revueltas, es la dinamización de proxys proiraníes como Hizbollah, diversas milicias iraquíes de perfil proiraní o los huthíes en Yemen.
Por otro lado, Irán había ganado posiciones a escala más amplia en años recientes gracias al acuerdo nuclear de 2015. El abandono del mismo por la Administración Trump en mayo de 2018 está perjudicando sin duda a Irán, pero también ha dividido a los occidentales y ha permitido a Irán reforzar posiciones.
IRAN WILL NEVER HAVE A NUCLEAR WEAPON!
— Donald J. Trump (@realDonaldTrump) January 6, 2020
El incremento de la presión estadounidense –amenazando con sanciones a países occidentales, pero también a China si sigue comerciando con Irán– está provocando protestas dentro del país y el régimen de Teherán se ve impelido a reaccionar. Aparte de enriquecer más el uranio, donde Irán es más previsible que refuerce su actuación es incrementando su interacción con sus proxys. Estos han sufrido y sufren desgaste en los escenarios convulsos donde actúan, como son Siria o Iraq, pero también han mejorado en estos años procedimientos de combate, almacenado importantes arsenales y alimentado su motivación. Así lo demuestran Hizbollah en Líbano, los huthíes yemeníes o diversas milicias shiíes iraquíes como el antiguo Ejército del Mahdi, de triste recuerdo entre los años 2003 y 2008, y cuya revitalización ha sido anunciada por su líder Muhtada Al Sadr para vengar al mártir Suleimani.
Finalmente, no debemos olvidar que abundan los escenarios complejos que permiten y seguirán permitiendo al Estado iraní manifestarse directamente, desde el campo de batalla sirio en relación con Israel hasta las aguas del Golfo en relación con Estados Unidos, y ello sin perder de vista a Arabia Saudí, donde el ataque también con UAV contra objetivos estratégicos como fueron dos refinerías de la compañía Aramco, el pasado 15 de septiembre, puso de manifiesto cuán peligroso es que se agrave la tensión entre los dos actores analizados.
Trump puede pasar a los anales de la historia como el presidente de Estados Unidos que consiguió terminar con el conflicto entre Corea del Norte y Occidente.
El G7 ha puesto en evidencia que ha concluido el viejo orden de cooperación y solidaridad internacional. Se vuelve a los viejos modelos de fuerza, proteccionismo y acuerdos bilaterales.