Javier Redondo | 21 de julio de 2019
Los políticos se sienten cómodos en esta red social porque no requiere criterio sino cierto ingenio, espíritu «aventurista» y un único punto de consenso: lo escrito prescribe.
La chimenea de F. D. Roosevelt era el equivalente a la pantalla donde Donald Trump vuelca sus tuits. El segundo Roosevelt peroraba junto al fuego para aliviar por radio a las masas, acompañarlas en su tortuosa travesía en mitad de la crisis y confortarlas, insuflar un mínimo de esperanza y mostrar el camino hacia la luz al final del túnel. Corrían los años 30.
A principios de los 70, Richard Nixon creó la Oficina de Comunicaciones de la Casa Blanca para gestionar la agenda estratégica del presidente. Su equipo debía lanzar cada mañana el ‘line of day’ que marcara la agenda de la jornada. Trataba de “vender” temas a los medios y generar ‘canutazos’ para la televisión. Ronald Reagan perfeccionó la técnica. Una vez contestó a un periodista: “Si respondo a esa pregunta, ninguno de vosotros dirá nada sobre aquello por lo que estamos aquí hoy. No voy a darles información diferente”.
La sublimación de todo aquello la representa Twitter. Los líderes políticos abandonan el atril y se sumergen en el oasis virtual de sus respuestas sin preguntas, y cada una de ellas a su escogido tiempo. Los portavoces parlamentarios o de partido recorren los medios para desarrollar el argumentario correspondiente y de repente se les inquiere sobre el último tuit…
Con el último tuit se elaboran informaciones, se desatan especulaciones y se extraen conclusiones. Los partidos emergentes utilizaron la herramienta de las redes sociales con mucha mayor soltura que las convencionales. Podemos cambiaba el paso, interpelaba, corregía, desinformaba o lanzaba un sofisma, o sea, un bulo, que recorría la red a toda velocidad y empantanaba o desviaba el cauce de la discusión. En el barullo de Twitter todo se confunde.
Asumimos que, en la era de las palabras perecederas y el pensamiento volátil, el tuit tiene apenas 24 horas de vigencia
Sin embargo, los líderes parecen sentirse cómodos porque el tuit se autodestruye aunque no se borre. Los líderes no se sonrojan cuando les afean o muestran un tuit pasado con una contradicción o cambio de parecer. Asumimos que, en la era de las palabras perecederas y el pensamiento volátil, el tuit tiene apenas 24 horas de vigencia. Es una de las consecuencias de la saturación de mensajes. Los contextos duran apenas unas horas. Un tuit es una preferencia momentánea. Estas son las reglas del juego. Twitter no requiere criterio sino cierto ingenio, espíritu aventurista y un único punto de consenso: lo escrito prescribe. En todo caso, a medida que los liderazgos se institucionalizan, sus tuits ganan sobriedad y mesura.
Muchos ciudadanos, incluido ese «becario» de Vox al que se le inflamó el dedo, ceden a sus impulsos en Twitter porque lo consideran inofensivo, es decir, creen que lo expuesto no tiene consecuencias. Lo dramático es que aquellos que lo utilizan como desahogo están cerca de tener razón. Si la verdad, la coherencia, la reflexión y el argumento dejan de importarles a la sociedad, la mentira, la inconsistencia, la pulsión, el exabrupto y la rechifla carecen de sanción social en democracia.
Los políticos no se exponen en Twitter; envían tuits, que es distinto. Exponerse supone confrontar ideas y opiniones con otros que muchas veces no piensan como uno o te van a incomodar. El clic desahoga, establece una pauta provisional, provoca ruido -se dice incendio- y permite lanzar un teletipo y construir un titular fácil. Su impacto depende de cuánto y cómo lo replican los medios tradicionales. La mayoría de los mortales con acceso a las nuevas tecnologías que se dejan seducir por Twitter, pero no tienen vocación exhibicionista ni necesidad profesional de «estar» en una red social, agotados y perdidos, abandonan el pasatiempo.
Al cerrar este texto, uno de los tuits de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias era: “He llamado a Pablo Iglesias para negociar primero el programa y, después, la composición del Gobierno. Debemos hablar de contenidos y conocer el grado de consenso. Lamentablemente, ha rechazado la propuesta, Seguiremos intentándolo”.
He llamado a @Pablo_Iglesias_ para negociar primero el programa y, después, la composición del Gobierno. Debemos hablar de contenidos y conocer el grado de consenso.
Lamentablemente, ha rechazado la propuesta. Seguiremos intentándolo.— Pedro Sánchez (@sanchezcastejon) July 11, 2019
Iglesias expone horas más tarde: “No se puede construir una casa poniendo primero los ladrillos y después todo el cemento. Hay que hablar de programa y de garantías. Estoy convencido de que el PSOE se sentará a negociar de forma integral un gobierno de coalición, sin vetos y desde el respeto aliado”. Adjunta su intervención en el programa Los Desayunos de TVE. Twitter se convierte, en este caso, en un expositor que registra de forma resumida las posiciones previamente conocidas.
Uno de los últimos tuits de Pablo Casado dice: “Los madrileños y murcianos no comprenderían que no fuésemos capaces de entendernos. Confío en que pronto se desbloqueen los acuerdos de Gobierno”. Lo último que escribió Albert Rivera -antes de su hospitalización- fue a propósito de la denuncia que su partido iba a presentar ante la Fiscalía por las agresiones del fin de semana pasado: “Frente al sectarismo que quiere implementar Sánchez, defenderemos la convivencia y la libertad de todos los españoles”.
Rivera arriesga en Twitter más que Sánchez, Casado e Iglesias, pero no tanto como Santiago Abascal
Rivera arriesga más que Sánchez, Casado e Iglesias, pero no tanto como Santiago Abascal, que reprocha a Sánchez: “Otegi ha dicho que eres su mejor baza para gobernar España, es decir, para destruirla. Ahórrate el teatro”.
Total, que el entretenimiento Twitter da mucho juego -sobre todo con Gabriel Rufíán, convertido en un monologuista provocador de la red social- aunque contribuye a perpetuar la liquidez de la política. Los líderes parecen más cercanos, pero están más lejos y ausentes. Twitter parece conectarnos, pero desconecta, fatiga, desorienta y reduce.
El tuit de Vox a Cs rompe las reglas del respeto. La vanidad de nuestros políticos en las redes sociales incendia al pueblo y nos lleva a 1936.