Juan Milián Querol | 21 de octubre de 2020
En España los datos muestran la peor gestión de la pandemia. El Gobierno conduce el país con la marcha atrás, directo a repetir los errores del pasado, mientras la prensa internacional nos pinta prácticamente como un Estado fallido.
Las vacunas y los fondos europeos no compensarán tanta irresponsabilidad política. El Gobierno nos dijo que, con su gestión de la pandemia, habían situado a España «en la gama alta de éxito». Era una más de tantas mentiras. Estamos peor que nadie. Y es desolador observar cómo no existe la más mínima crítica en una izquierda que está llevando a la clase media directamente al comedor social. Los próximos meses serán durísimos y no hay visos de enmienda o de rectificación. Simplemente, doblan la apuesta, atacando a otros poderes desde el Ejecutivo y tensionando a una sociedad ya desesperada. En un momento que requiere pragmatismo y cooperación, sus mensajes son contrarreformistas y su proyecto dinamita lo común, al fomentar premeditadamente el auge de los extremos.
La estrategia es multiplicar el infame pacto del Tinell, socavando cualquier alternativa de Gobierno. Acabar con el virus es, para ellos, secundario. Si entonces pactaron con el separatismo el aislamiento del Partido Popular, ahora acuerdan una degeneración de las instituciones que imposibilite la alternancia en el poder. Trabas a la democracia. Esa fue la amenaza y el deseo que el vicepresidente Pablo Iglesias profirió en el Congreso al proclamar que el PP no volvería nunca más al Consejo de Ministros. Y ese es el único plan que Pedro Sánchez tiene sobre de la mesa. No conseguirán reformar o contrarreformar la Constitución española, pero buscarán erosionar todos los principios que de ella emanan, con el fin de perpetuarse en la Moncloa.
Sin embargo, subvencionar la división social desde las instituciones públicas es una de las peores ideas y puede provocar un colapso económico que despierte a los más anestesiados. Como ha señalado Ivan Krastev, la forma del Estado no está siendo el factor explicativo más importante para entender el éxito o el fracaso de la gestión de la pandemia. Hay democracias descentralizadas que han sido muy eficaces, como Alemania, y otras, como España, que han fracasado estrepitosamente. De la misma manera, encontramos regímenes autoritarios, como China, que sí han salido más fuertes de la pandemia, mientras otros no saben ni en qué situación se halla su población. La experiencia en otras crisis de este tipo sería una de las claves, pero para que esta sea provechosa en forma de lección, previsión y buena gestión se requieren liderazgos políticos solventes y cohesión social. Así ha sido en todas las pandemias de la historia.
José Enrique Ruiz-Domènec acaba de publicar un breve libro de urgencia, pero con importantes referencias históricas que nos permiten descubrir lo poco que se ha aprendido y lo que debería corregirse. En El día después de las grandes epidemias, este catedrático de Historia Medieval en la Universidad Autónoma de Barcelona nos regala esperanza al describir los grandes avances sociales y culturales en unas sociedades que decidieron no resignarse y derrotar a las pandemias. El nacimiento de Europa, el Renacimiento, el derecho de gentes, la Ilustración o el Estado de bienestar tuvieron entre sus causas las peores plagas y pestes.
Las epidemias son inevitables y solo la ciencia acabará con ellas, pero la buena política es fundamental para minimizar daños y recuperarse lo antes posible. En la Constantinopla del siglo VI, la peste bubónica hacía estragos mientras los «expertos» se perdían en debates, cómo no, bizantinos. Quedaron atrapados entre el pasado y las disputas teológicas. Como hoy, «los métodos son los mismos, hay que crear una tensión, un suspense, en el ágora o en el plató de televisión». También la mala política empeoró la situación en Europa durante la peste negra del siglo XIV. Las advertencias fueron ignoradas. La solución requiere siempre de la participación de la verdad. «Y no repetir las habituales mentiras de los gobernantes cuando un hecho les sobrepasa».
También hubo negligencia en los inicios de nuestros conquistadores en América, con una nefasta gestión de las epidemias que asoló a las poblaciones nativas, aunque al final «la sociedad española giró bruscamente hacia la senda de la sabiduría y dejó el espíritu de la conquista: atacó el problema mostrando un sincero descontento». En el siglo XVII, el tifus, la viruela y la peste arrasaron Europa. Y en el XX, la maldición fue la mal llamada gripe española. Una política funesta lo empeoró todo. De hecho, los desastres de la primera mitad del siglo pasado pueden ser imputados a unos liderazgos mediocres, incapaces de entender la complejidad de los nuevos retos.
La sociedad, desafiada, se despierta siempre. Y, si no lo hace en el siglo XXI, será una excepciónJosé Enrique Ruiz-Domènec
No obstante, Ruiz-Domènec escribe que «la sociedad, desafiada, se despierta siempre. Y, si no lo hace en el siglo XXI, será una excepción». Aquellos grandes desastres fueron seguidos por grandes respuestas. Tras unos primeros momentos en los que gobernaba la irresponsabilidad e, incluso, la maldad, las sociedades supieron sobreponerse al entender la importancia del pragmatismo, del reformismo, de la cooperación y la flexibilidad, de la verdad, de las instituciones adecuadas y de la rendición de cuentas.
Hoy en España los datos nos muestran la peor gestión de la pandemia del coronavirus. El Gobierno del PSOE y Podemos conduce el país con la marcha atrás, directo a repetir los peores errores en el peor momento. Tenemos más probabilidades de perder la vida o el empleo que en cualquier otro país de nuestro entorno. Y la prensa internacional nos pinta prácticamente como un Estado fallido, para gozo de los aliados de Sánchez. No es casualidad. El Gobierno se esfuerza en repetir todos aquellos errores que la historia demuestra como letales: negligencia, mentira, tensión y rigidez. Una sociedad resignada sería, así, su principal aliado. Por ello promueven mensajes como «no se podía saber» o que la alternativa es el fascismo. Caer en esas trampas vendría a demostrar que tanta memoria histórica oficialista ha borrado las auténticas lecciones de la historia.
PSOE y Podemos pretenden reformar la elección de los jueces del Consejo General del Poder Judicial con una ley anticonstitucional, antidemocrática y, por ende, antieuropea.
Pedro Sánchez es el dependiente de una tienda de ultramarinos en la que hallamos sacos de peronismo y frascos de políticas de identidad. Ahí pueden comprar alimentos tóxicos para el alma de una sociedad y brebajes que amargan nuestra existencia.