Jorge Martínez Lucena | 22 de agosto de 2019
El cuadro parece el de una jauría de perros hambrientos disputándose la carnaza de un cadáver, solo que los supuestos despojos son seres humanos.
Al calor de los inmigrantes africanos especialmente, determinados partidos y líderes políticos engordan su número de escaños
Ninguno de los políticos se desplaza al Open Arms, prefieren traducir la cuestión al lenguaje de las sensaciones y la posverdad
El Aquarius hace estallar el problema de la inmigración en una Europa desorganizada
Una de las características de la política europea en los últimos años es el miedo, y su fruto maduro es el odio. Quizás por eso la agenda mediática ha tenido que adaptarse a esos nuevos intereses. Uno de los resultados más flagrantes de ese giro copernicano ha sido la fuerte irrupción del tema de inmigración en nuestros titulares y en nuestras reyertas electorales.
Al calor de los inmigrantes africanos especialmente, determinados partidos y líderes políticos engordan su número de escaños. Matteo Salvini, ministro del Interior italiano, y su partido, La Lega –antes la Lega Nord-, están capitalizando este crecimiento metastático. Son la clara evidencia de cómo la sensación de inseguridad, incrementada por los efectos crónicos de la crisis económica del año 2008, públicamente azuzada, produce un malestar y excitación que sólo encuentra analgesia en una medicina que no cura, aunque genera una momentánea sensación de mejoría, mientras la enfermedad sigue avanzando inexorable.
Sensaciones: ese parece el quid de la cuestión. Nos movemos estrictamente por sensaciones. Robert Ailes, el que fue el aliado mediático de Donald Trump, responsable de Fox News y un reconocido depredador sexual, lo deja bien claro en La voz más alta (2019), la magnífica serie de televisión protagonizada por Russell Crowe que podemos ver en Movistar+: “la gente no quiere ser informada, sino sentirse informada”.
El buque Audaz de la @Armada_esp listo para navegar esta tarde hacia la isla de Lampedusa y asistir al #OpenArms y a sus ocupantes. Acompañará a la embarcación hasta el puerto de Palma, en Mallorca.
Con esta medida España resolverá, esta misma semana, la emergencia humanitaria. pic.twitter.com/pkzdTuZPzT— Pedro Sánchez (@sanchezcastejon) August 20, 2019
Mientras más de un centenar de personas rescatadas por el Open Arms desembarcaron en puerto italiano y los periodistas aprovechan el parón veraniego para sacarle el polvo a los micrófonos y ensayar nuevas proclamas.
El ya mencionado Salvini tuiteó con desenfado que la expedición de los de Óscar Camps no es otra cosa que un “crucero turístico” y se negaba a toda costa a dejarles desembarcar en Lampedusa, con el inquietante aplauso de buena parte de la parroquia italiana. Aquí en España, Marcos de Quinto, diputado de Ciudadanos, adjetiva a los inmigrantes como “bien comidos”, y la horda mediática lo lincha. Carmen Calvo, la vicepresidenta del Gobierno, también acusa a la ONG de no querer aceptar la oferta de puertos realizada por el Gobierno. Ada Colau recrimina a las autoridades que ellos ya ofrecieron puertos catalanes y que ahora lo de Algeciras es demasiado tarde y demasiado lejos. Santiago Abascal tuitea que “Open Arms no es una ONG, es una base operativa de la extrema izquierda, en connivencia con las grandes multinacionales y bancos”.
El cuadro parece el de una jauría de perros hambrientos disputándose la carnaza de un cadáver, solo que los supuestos despojos son seres humanos. Más de un centenar de personas esperan, entre ataques de pánico e ira, que se llegue a una solución al problema planteado. Y la cosa cada vez se embrolla más.
Ninguno de los políticos se desplaza al Open Arms a mirar a la cara a esas personas. Prefieren traducir la cuestión al lenguaje de las sensaciones y la posverdad, donde la realidad no importa. Lo relevante ahora es sentir que ese miedo desaparezca, a través de una buena dosis de odio hacia el que piensa distinto de uno. Sin embargo, esas batallas solo son virtuales e inofensivas entre los contendientes dialécticos. Los que tenían sus cuerpos encerrados en la cubierta del Open Arms, no solo han experimentado el mordisco del sol de agosto, sino la dentellada constante de la propia y dolorosa invisibilidad.
Aunque lo peor de la ecuación de esta actualidad que nos ha mantenido en vilo ya casi todo el mes es el retrato que muchas veces aparece de la Iglesia. Salvini aparece con su crucifijo y afirma: “somos buenos cristianos, pero no tontos”. Y haciendo estas cosas recibe el apoyo de muchos católicos. Precisamente, el mes pasado, uno de estos fieles italianos se me quejaba de que el Papa únicamente hablaba de inmigración, como si no hubiese otro problema que abordar.
Muy probablemente Francisco insiste tanto en este particular porque le preocupa la postura al respecto de muchos católicos. Así como en otros temas morales la feligresía suele estar de acuerdo en defender la vida humana y la cultura del encuentro, en este nuevo gran problema de las migraciones mundiales parece que muchos gestionan el descarte anteponiendo las propias ideas y seguridades a los innegociables corazones palpitantes.
Esto se percibe en esta ocasión de un modo especialmente impúdico: estos náufragos han visto la batalla de las ideas, de la diplomacia y los juzgados de cerca, mientras pocos son todavía capaces de conmoverse ante su inaudita condición de seres humanos. Es como si nos hiciese falta una ecografía del vientre del Open Arms para verificar la ontología de estos africanos y desbaratar así su invisibilidad.
El hecho de ser un país con una población cada vez más anciana y sin perspectivas de mejora alimenta el recelo frente a quienes vienen de África.