Juan Pablo Colmenarejo | 23 de junio de 2020
Los acontecimientos ocurridos en España durante el estado de alarma confirman que había un plan, de derribo más que de reforma, ahora truncado por unas circunstancias dramáticas.
Suele explicar el profesor Javier Redondo que el actual Gobierno, con Pedro Sánchez y Pablo Iglesias a los mandos, «estaba hecho para otra cosa». Al margen de la epidemia, los acontecimientos ocurridos en España durante los cien días de alarma confirman que había un plan -de derribo más que de reforma- ahora truncado por unas circunstancias dramáticas. Sánchez e Iglesias formaron pareja en enero, con intereses y objetivos muy distintos, pero confirmando una vez más que el poder hace argamasa.
No es que «la política haga extraños compañeros de cama», como dijo Manuel Fraga, sino que, a veces, es uno de los pegamentos más eficaces que existen. Para Sánchez el poder es un fin, mientras que para Iglesias solo un medio, una estación de paso hacia un régimen nuevo. Que durante la epidemia se haya enconado tanto la situación política en España prueba que desde el 14 de marzo hubo quien sí vio en la crisis una oportunidad para el atajo. Las siete horas de aquel Consejo de Ministros fueron un pulso. Iglesias, rápido de análisis, se encontró de bruces con lo inesperado. Una crisis es una oportunidad para hacer más corto el viaje para quien tiene claro que el actual sistema se derriba mejor desde dentro que por fuera.
Con una tragedia que ha dejado miles de muertos y ha tensionado hasta el extremo la resistencia del sistema sanitario, España se ha enzarzado en una de esas discusiones que siempre han acabado mal y que ahora, por supuesto gracias a las fortalezas del 78, no llegará a mucho más. No obstante, sí deja un sabor amargo de resquemores y ese «rencor de viejas deudas» que decía la canción de Jarcha. Las redes sociales han sido un campo de batalla tan desquiciante como cruel. Ahora los desahogos no necesitan una taberna como escenario de la trifulca.
Los botellazos vuelan de manera virtual con palabras gruesas y una falta de respeto por el prójimo que deja manchas muy sucias. La presencia de Podemos en el Gobierno y la piel que han hecho Sánchez e Iglesias ha creado un escenario partido en dos. Desde 2015, el sistema político español se mueve por impulsos alejados de las razones. Se ha perdido tiempo y, sobre todo, mucha energía. Vox replica a Podemos y también viceversa. Sánchez e Iglesias necesitan a Vox como el partido de Santiago Abascal al binomio que solo separará la Unión Europea, no un discurso destemplado. Se ha echado de menos un Gobierno para todos. Y no solo por lo que estaba ocurriendo, sino pensando en lo que está por venir. Lo sabe Felipe González, que ha aparecido en el momento adecuado. El Gobierno no ha sido de todos sino de parte. Iglesias ha agitado, creando una crisis paralela a la sanitaria. Siempre ha tenido el beneplácito de Sánchez, a quien convenía tal distracción para encontrar culpables con los que ocultar sus errores.
El tiempo pondrá a cada personaje de este tiempo en su sitio. No sabremos el número de fallecidos hasta dentro de unos meses, porque el Gobierno necesita que todo el trauma se pase pronto. La verdad queda aplazada. El olvido se abre paso y, si te has muerto, no me acuerdo. Los más de 13.000 fallecidos con síntomas de coronavirus en residencias de ancianos o en sus casas, e incluso en hospitales -donde no se les hizo la prueba para confirmarlo- pasan de largo en esta historia, por obra y gracia de un Gobierno que se atreve a hacerlo porque tiene bula entre una buena parte de la sociedad española. La izquierda española ha explotado su presunta superioridad moral, jugando a sabiendas en terreno conquistado. El simple repaso a las intervenciones del señor Simón serían motivo de una destitución fulminante.
La política vuelve a ser como una discusión de fútbol en la que nadie cede, porque antes que cualquier realidad está el color del cristal con que se mira
Los defensores acérrimos del Gobierno dirán que a Simón lo nombró el PP. Por lo tanto, si lo ha hecho tan mal, la culpa no es de Sánchez, que se lo encontró puesto por los otros. La verdad siempre se complica en España. La política vuelve a ser como una discusión de fútbol en la que nadie cede, porque antes que cualquier realidad está el color del cristal con que se mira. Se ha terminado la alarma y el Gobierno no ve tacha en su labor. Se nos viene encima una crisis económica tras el cierre obligatorio de la economía española.
Nadie se acordará de que, ya en 2019, el Gobierno de Sánchez volvió a incrementar el déficit público, por primera vez desde 2012. La Unión Europea ya tenía encendida la luz sobre España antes de la epidemia. Nos espera más zozobra, salvo que alguien sea capaz de hacerle entender al presidente del Gobierno que el consenso y la concordia son más rentables. Hay quienes están en ello. Hasta Iglesias sabe que ya no puede hacer «la otra cosa» para la que formó Gobierno con Sánchez. Hay una oportunidad. También para saber la verdad.
Pedro Sánchez denosta al PP porque sabe que es el único partido capaz de aglutinar a la mayoría silenciosa detrás de una alternativa cuando el ruido se apague. El estruendo llegará si Bildu entra en el Gobierno con Podemos y el PSOE.
El Gobierno de Sánchez e Iglesias comparte mesa con el separatismo y ha copiado su estrategia del ‘victimismo matón’. Ese atentado contra la concordia es la máxima que hoy rige en la Moncloa.