Juan Milián Querol | 24 de marzo de 2021
Ahora, sin Pablo Iglesias en el Consejo de Ministros, el ego de Pedro Sánchez no hallará fronteras. Y es que la izquierda española se ha articulado en los últimos años en torno a dos machitos alfa tan ambiciosos como negligentes.
Él no sabía cómo defender a su candidato para las próximas elecciones a la Asamblea de Madrid, así que se sumó a la horda izquierdista en sus ataques a Isabel Díaz Ayuso. No llegó tan lejos como el odiador profesional Máximo Pradera, quien había llamado a sus seguidores a «sacar la macheta del carnicero para cortarle el cuello a Ayuso», pero no quería quedarse atrás en el linchamiento. Su gurú le había dicho que son las emociones negativas las que mueven el voto, y esto es lo único que le interesa. Así pues, Pedro Sánchez estrenó la precampaña acusando, atención, a la presidenta madrileña de… ¡narcisismo! Sánchez, narcisismo. Miles de emoticonos con cara de alucine. Pero hubo más. Rizó el rizo y criticó las «fotos posadas». Más emoticonos. ¡Qué tío! ¡Qué jeta! A Sánchez se le puede aplicar medio refranero español, desde el «piensa el ladrón» a la «paja en el ojo ajeno».
Solo su cinismo alcanza la altura de su narcisismo. Él inauguró su mandato yendo en el Falcon a un festival de música y en helicóptero oficial a la boda de su cuñado. El perfil de Twitter de la Moncloa ha colgado fotos de las manos de su persona para mostrar la «determinación del Gobierno» o en el interior del avión, con gafas de sol como un Top Gun en la era selfie. Todo ello era narcisismo más o menos caro, pero relativamente asumible. Sin embargo, la patología se le fue de las manos cuando desatendió los avisos de la UE y la OMS sobre la pandemia en ciernes, ya que prefería la propaganda de un 8M que tenía mucho más de narcisista que de feminista. Él quería ser el más progre de Occidente, aunque la pesada broma acabara costando la salud a miles de mujeres.
Ahora, sin Pablo Iglesias en el Consejo de Ministros, el ego de Sánchez no hallará fronteras. Y es que la izquierda española se ha articulado en los últimos años en torno a dos machitos alfa tan ambiciosos como negligentes. Ellos ven el feminismo como un mero instrumento político. Prefieren a las mujeres victimizadas para salir a su rescate y mostrar unas fatuas virtudes públicas, porque sus vicios privados ya quedaron claros con los mensajes sobre «azotar hasta que sangre» a una periodista. No creen en la igualdad de oportunidades entre hombre y mujeres. Solo hay que observar el criterio en la selección de la elite femenina de Podemos: el mérito está en los cambiantes e irrefrenables deseos del líder. Hipersensibles a cualquier salida de tono o frase descontextualizada de un político de la derecha, a estos narcisos se les permite todo, se les ríen todas las gracias, aunque no tengan ni puñetera gracia.
Contra Ayuso todo vale, porque al feminismo subvencionado lo que realmente le importa no es lo que sufres, sino a quién votas. No hay nada que asuste más a los feministas de boquilla que una mujer segura y coherente con sus principios
Sin embargo, contra Ayuso todo vale, porque al feminismo subvencionado lo que realmente le importa no es lo que sufres, sino a quién votas. No hay nada que asuste más a los feministas de boquilla que una mujer segura y coherente con sus principios. Por eso, odian a la lideresa popular. Ella actuó con determinación para frenar el primer golpe de la pandemia, mientras los voceros de Sánchez se aferraban a un acientífico sologripismo. Ella buscó el equilibrio entre salud y economía, mientras la izquierda española sigue sin entender que no hay estado de bienestar sin empresarios, autónomos y trabajadores. Ella construyó un hospital público previendo futuras olas de la pandemia, mientras el socialismo decía que habíamos vencido al virus y ahora se dedica a derrochar el dinero público en aerolíneas bolivarianas y, lógicamente, arruinadas. La Comunidad de Madrid es la única región española que ha creado empleo desde la declaración del segundo estado de alarma. No le van a perdonar este atrevimiento. PSOE y Más Madrid ya están pactando subidas de impuestos para catalanizar, así, la economía madrileña.
A Ayuso ya la han llamado de todo y aún falta mes y medio para las elecciones. Iglesias se postuló como alternativa con proclamas contra una «derecha criminal» e insiste en meterla «en la cárcel», abusando de un lenguaje que suele ser la antesala de conflictos civiles, porque los seguidores acaban exigiendo acciones a la altura de las acusaciones. La irresponsabilidad es máxima. En el momento más grave de la actual democracia, España se queda sin izquierda con sentido de Estado. Esta ha sido engullida por un sanchismo que es la suma de la estrategia polarizadora de Iván Redondo, la ideología populista de Pablo Iglesias y la vacua ambición del propio Sánchez. Es acaparar poder sin ejercer el gobierno. Es propaganda sin gestión. Es dividir a la sociedad entre buenos y malos a costa de fragilizarla en el peor momento. Es el postureo antrifranquista para derribar los grandes consensos de la Transición. Es una guerra (política) sin cuartel, una campaña permanente. Es el ataque de los narcisos, un peligro para la convivencia.
La izquierda no invierte ni un minuto en eso que denominamos «el interés general», el bien común, la mejora de las condiciones de vida de los ciudadanos.
En Madrid hay tanta libertad que, quienes quieran un procés madrileño, a partir del próximo 4 de mayo tendrán la oportunidad de conseguirlo con un candidato ideal: Pablo Iglesias.