Fernando Rayón | 24 de mayo de 2019
El Partido Popular sigue sin analizar por qué sus votantes han encontrado ya un nuevo refugio que vende futuro.
Sí, algunos se han ido a Ciudadanos. Naturalmente, los primeros análisis decían que era porque los populares habían perdido la centralidad y se habían derechizado para no perder votantes por la derecha. Un error que atribuían a Pablo Casado. No seré yo quien quite responsabilidad al nuevo dirigente del partido, pero la realidad, como ya se está viendo, es más compleja. Vayamos por partes.
En la recta final de las generales, todos los partidos tenían puestos los ojos en los ocho millones de indecisos que señalaban las encuestas. Era un decir. No saber a quién votar ya indicaba que los votantes del PP se habían ido, pero sin saber aún a quién apoyar. Y aunque las encuestas reflejaban aquellas dudas, acertaron en la proyección: los votantes del PP se iban a dos nuevos partidos, Ciudadanos y VOX. Y así fue. Finalmente, el gran beneficiado fue Ciudadanos, incluso en aquellas provincias de la llamada España vacía.
La formación de Albert Rivera consiguió 13 escaños en las 19 provincias menos pobladas de España, la mitad de los 25 que creció en toda España. Castilla y León fue la sorpresa. Era la única comunidad en la que el partido naranja carecía de representación en el Congreso. Sumó siete y mejoró sus resultados en siete de cada diez municipios de la región. ¿Y por qué se fueron esos votantes del PP? Algunas razones:
El programa electoral de Ciudadanos parecía un manual de indefinición. No opinaban nada de casi nada porque -aseguraban- “no nos reconocemos en la vieja dialéctica izquierda-derecha” o “en nuestro partido tienen cabida todas las sensibilidades”. Podría pensarse que los votantes de Castilla y León –aquellos que apoyaron siempre a los populares- eran partidarios del tradicional humanismo cristiano del partido, de la defensa de temas como el aborto o de la condena de la eutanasia y de la llamada gestación subrogada. No: los votantes que defendían aquellas ideas ya se habían pasado a VOX. Los que se fueron a Ciudadanos eran partidarios de otra cosa: de pactar un día con el PP y otro con el PSOE. El votante light –el que no quería a VOX, ni a Casado- se identificó precisamente con los que no tenían definición.
La gestión de la crisis catalana pesó tanto en el PP que fue lo que unió a todos los nacionalistas contra Mariano Rajoy en la moción de censura. Pero Ciudadanos no se quedó ahí. Cambió su antinacionalismo por la regeneración de la política frente a los partidos tradicionales. Esa idea, muy podemita en sus orígenes, el partido naranja la vistió de cambios tranquilos –cosa que siempre gustó a los votantes del PP-, sin que para ello hubiera que dar marcha atrás con las autonomías, como reclamó Casado.
Nadie duda de que la mejor campaña –esta vez sí- fue la de Ciudadanos y, especialmente, la de su líder, Albert Rivera. Su agresividad en los dos debates televisados aún no ha sido asimilada por la izquierda ni por la derecha. Se posicionó como el mayor enemigo de Pedro Sánchez, ignorando prácticamente al PP salvo para recordarle su corrupción. Y sigue en esa batalla, proponiéndose como el líder de la oposición, aunque sabe que no lo es.
Ciudadanos es un partido de líderes jóvenes. Al PP no le dio tiempo a vender esta realidad, pues querían un Casado responsable, un líder de fiar. En consecuencia, las nuevas generaciones, que ya habían huido del PP, volvieron a encontrar en los Rivera y Arrimadas la frescura y ausencia del pasado con el que querían identificarse. Y otros votantes del PP, de más edad, también se sintieron atraídos por ese discurso.
Ciudadanos nació para enfrentarse al discurso hegemónico nacionalista en Cataluña. Luego descubrieron que había una tercera vía frente a PP y PSOE que no era UPyD, pero les robaron su espacio de centro izquierda. En el futuro seguirán mutando. Y mientras en el PP siguen pensando que su error fue centrarse en las críticas a Pedro Sánchez olvidándose de Ciudadanos, siguen sin analizar por qué sus votantes han encontrado ya un nuevo refugio que vende futuro. Y es que los votantes tienen la clave.