Juan Milián Querol | 25 de marzo de 2020
¿Cómo seremos en la era poscoronavirus? Es posible que los buenos sean mejores, ojalá, pero también que algunos agudicen sus tendencias cainitas.
Guerracivilismos culturales derrocharon gran parte del capital político acumulado desde la Transición. La nueva política, más preocupada por las campañas publicitarias que por las políticas públicas, fragmentó la sociedad y devoró la comunidad. Éramos la generación más afortunada, la que más debía a sus padres, pero también éramos unos infelices que exigían reconocimientos inmerecidos. Nos dejamos atrapar por ideologías de significantes vacíos que desprecian la realidad y, entonces, esta nos golpeó. “El recuerdo de nuestros años dichosos se torna más dulce todavía cuando lo que acabó con ellos fue un horror repentino”, escribió Ernst Jünger. Publicada en Alemania a finales de 1939, Sobre los acantilados de mármol era una mirada visionaria sobre todo lo que se iba a perder en los años siguientes.
En la novela, el Guardabosques Mayor trae el fin de la vida apacible, el fin de la existencia civilizada junto al lago. Podía ser el nazismo o el comunismo, virus ideológicos de letalidad pareja. O el nihilismo. Hemos dejado que el lago se secara entre luchas estúpidas, sin más sentido que la ostentación del poder. Ahora miramos hacia atrás y querríamos volver para evitar las podredumbres.
Todos los artículos relacionados con la crisis del coronavirus
También miramos hacia el futuro para escapar del agobiante presente. Proliferan los artículos sobre cómo la pandemia va a cambiar el mundo y, en especial, nuestras vidas. Aún no ha llegado lo peor y parece que ya se ha dicho o escrito prácticamente todo. Y todo es inmensamente contradictorio, porque poco sabemos. Es posible que la globalización retroceda, pero no está claro que China vaya a perder capacidad de influencia. Van a ejercer su poder, duro o blando, mientras otros se ensimisman profundamente. ¿Desglobalización o globalización con otros protagonistas? ¿Y la Unión Europea? El coronavirus podría ser un motivo para aumentar las competencias comunitarias, pero la insolidaridad que están mostrando los Gobiernos con países vecinos no augura buenos tiempos para el sueño europeísta.
La crisis de liderazgos solventes es de alcance global, pero también es cierto que el problema se agrava en España con un Gobierno pensado para emergencias imaginarias y con los peores socios posibles. Toda la literatura sobre cómo mueren las democracias, los trumpismos y las posverdades se puede aplicar al narcisista de La Moncloa y a sus maquiavelitos. Ayudaría, en estos graves momentos, que los que exigen unidad en torno al Gobierno fueran ejemplares y no arrastraran una enorme falta de credibilidad por sus miserias en un pasado no tan lejano.
Ayudaría que el Gobierno pidiera perdón por su negligencia, y que de vez en cuando mirara a los ojos a la oposición y admitiera que esta está siendo mucho más responsable que aquellos con los que se ha sentado en una mesa
Ayudaría que no usaran la ideología como escudo para imponer al resto los comportamientos que ellos no practican. Ayudaría, en definitiva, que el Gobierno pidiera perdón por su negligencia, y que de vez en cuando mirara a los ojos a la oposición y admitiera que esta está siendo mucho más responsable que aquellos con los que se ha sentado en una mesa para hablar de todo, incluso, para acabar con todo.
Los altavoces mediáticos del Gobierno esgrimen débiles argumentos como el “no se podía saber” e inventan nuevos relatos rocambolescos para trasladar al otro sus propias culpas. La irresponsabilidad del 8-M fue tan grande que la sobreactuación para taparla será estelar. En sus bases no remuneradas, sin embargo, no acaban de calar las nuevas consignas y son muchos los que apenas logran balbucear ese germen de nuevos populismos: “Todos los políticos son iguales”. Lo que esconden, en realidad, es vergüenza por lo votado. Y ni eso es cierto. No todos son iguales. Solo hay que comparar a los alcaldes de nuestras dos grandes ciudades.
A mí lo que me emocionan son los héroes anónimos q están cumpliendo con su deber. pic.twitter.com/dbnUzi43iR
— José Luis Martínez-Almeida (@AlmeidaPP_) March 19, 2020
Mientras la alcaldesa de Barcelona convoca a los vecinos a dividirse en la crispación, a rabiosas caceroladas, el alcalde de Madrid se eleva y está donde hay que estar, al cuidado de la población. Cuando esto pase, ¿reconoceremos la estupidez del adanismo? ¿Seguiremos consumiendo las ideologías tóxicas del enfrentamiento estéril? ¿O estas se redoblarán para tapar tanta mentira y disimular la vergüenza?
¿Cómo seremos en la era poscoronavirus? Es posible que los buenos sean mejores, ojalá, pero también que algunos agudicen sus tendencias cainitas. En todo caso, seremos más conscientes de los riesgos que nos acechan, lo que puede alimentar, por un lado, el instinto de protección y solidaridad, y, por otro, una actitud de carpe diem que nos haga olvidar el horror. Será una época de angustia vital. La necesidad de recuperar certidumbres se combinará con una ansiosa voluntad de ejercer una libertad sin límites. Seremos intensamente contradictorios. Durante este confinamiento todos vamos a perder seres queridos y no sabremos cuándo se producirá el próximo, pero estaremos seguro de que lo habrá y querremos aprovechar el tiempo. Así, la amenaza común podría alimentar el sentido de comunidad, de un destino también común, pero antes deberemos superar el sentimiento de tribu tan arraigado.
Al menos, estos días los héroes no serán seres banales que aparecen en las televisiones para lanzarnos su basura emotiva. No, los nuevos héroes emergen en los hospitales y en los supermercados. Son nuestros vecinos y se sacrifican por el bien común. Ojalá su ejemplo perdure, trascienda esta crisis, empape a toda una generación y nos haga, a todos, mejores.
En la batalla ideológica de la izquierda, el 8-M era intocable, sagrado. El coronavirus no les iba a chafar su fiesta gramsciana. Ahora, su irresponsable maquiavelismo nos lleva al aislamiento.
Sin las medidas adecuadas, la crisis sanitaria y el parón se alargarán, provocando la quiebra de empresas y una gran oleada de despidos e impagos.