Jaime Vilarroig | 25 de abril de 2019
Los animales deben entrar en campaña y hay que legislar sobre ellos. Lo que no parece muy claro es la noción de animalismo.
Estos últimos días, los animales también han entrado en campaña electoral. No nos referimos a determinados políticos, sino a caballos, perros, gatos y toros de verdad que aparecen tanto en las fotos como, tímidamente, en los temas de debate. Para ser más concretos: varios líderes políticos se han dejado ver con sus mascotas o han manifestado su aprecio por los animales, anunciando las medidas políticas que sus respectivos partidos implantarían. Las propuestas van desde quienes protegen las corridas de toros, la caza y la pesca hasta aquellos que tienen como monotema la defensa a ultranza de los animales.
No hace falta ser muy ducho en política para saber o imaginarse quién defiende qué. PACMA (Partido Animalista Contra el Maltrato Animal) está en el extremo del animalismo, puesto que el objetivo político que defiende es precisamente este: la defensa de los animales. PACMA está creciendo lento pero seguro desde que se presentara en los comicios de 2004 y más de un millón de votantes son suficientes para que los demás partidos se den cuenta de que este es un tema del que hay que hablar.
El extremo representado por PACMA dice: “Objetivo sacrificio cero: fomento de la adopción, esterilización y prohibición de la venta de animales”. Así que, visto lo visto, de llegar este partido al poder se tendrían que prohibir las granjas (y en consecuencia imponerse el veganismo) y las tiendas de animales (y en consecuencia se prohibirían las mascotas, incluidas las que aparecen en campaña electoral).
Es intrigante saber qué razones conducen al auge de un partido cuyo fin declarado es el animalismo. ¿Significa el fracaso del resto de partidos o su triunfo? Porque esto tiene una doble lectura. Me explico. Por un lado, podría pensar un futuro votante: los otros partidos son tan malos que no voy a malgastar mi voto con ellos; intentaré influir votando por la defensa de los animales. Pero otro votante podría pensar lo mismo desde supuestos contrarios: puesto que cualquiera de los partidos que llegue al Gobierno lo hará medianamente bien en el resto de temas de interés político, yo me centraré en votar a estos que defienden a los animales.
El primer problema, más superficial, consiste en pensar que los que no son animalistas están a favor del maltrato animal
No recuerdo qué gurú de la teoría de la elección decía que esta forma de votar monotemática equivalía a tirar el voto al cubo de la basura: porque votar pensando únicamente en un tema cuando evidentemente la política no se reduce a un tema equivale a malgastar el voto.
En los debates sobre el animalismo suelen aparecer al menos dos problemas; uno más superficial, el otro de fondo. El primer problema, más superficial, consiste en pensar que los que no son animalistas están a favor del maltrato animal. Lo mismo que quienes piensan que quien no es feminista está en contra de las mujeres (por cierto, espero que algún lingüista me explique alguna vez por qué si ser feminista o animalista es estar a favor de la mujer o del animal, ser racista significa ser supremacista blanco).
Si resulta raro que uno que no es animalista no esté a favor del maltrato animal solo es porque se ha caído en el falso dilema que pretenden denunciar estas líneas. ¿Las únicas alternativas son ser animalista o antianimalista? No. Los humanistas no suelen estar a favor de la tortura animal. Estoy seguro de que la inmensa mayoría de votantes de un signo u otro están en contra del maltrato animal. Más interesantes me parecen las causas por las cuales la relación entre el ser humano y el animal se perdió con el auge de la sociedad capitalista, convirtiendo a este último en mero objeto de consumo, pero eso es harina de otro costal.
El segundo problema, más de fondo, es la diferencia entre el ser humano y el animal. Los animalistas (PACMA incluido) repiten como un mantra que están en contra del especieísmo. Y yo no sé si el más de un millón de votantes es también contrario al especieísmo; ¿saben lo que significa y lo que implica?
Peter Singer, uno de los máximos exponentes del liberacionismo animal, explicaba magistralmente en Liberación animal (Taurus, 2011) que ser especieísta equivale a ser racista, pero con los animales: pensar que por el hecho de pertenecer a la especie humana se es superior al resto de los animales. En España popularizó estas tesis Jesús Mosterín, en Vivan los animales (Debate, 1998).
Si algún animalista objetara que no se trata de igualar humanos y animales sino de no maltratar a los animales, yo respondería que en eso estamos de acuerdo todos
Es decir: que los animalistas piensan que por el hecho de pertenecer a la especie humana no somos mejores ni peores que el resto de los animales. En román paladino: tu vida no vale más ni menos que la vida de un toro de lidia o la de una mosca (porque a estas alturas tampoco vamos a cifrar la importancia de un ser vivo por el tamaño). Si algún animalista objetara que no se trata de igualar humanos y animales sino de no maltratar a los animales, yo respondería que en eso estamos de acuerdo todos (léase el párrafo precedente).
Otros filósofos de reconocida solvencia y de espectros políticos muy distintos han defendido tesis más sensatas, situando al ser humano por encima de los animales y, precisamente por ello, obligando al ser humano a cuidar de ellos. Adela Cortina en Las fronteras de la persona (Taurus, 2009) intenta delimitar la dignidad de la persona y el valor de los animales, en su justa medida.
Víctor Gómez Pin, sin olvidar la animalidad del ser humano, indica su singularidad, que lo convierte en un animal dotado de libertad y responsabilidad: de ética (El hombre, un Animal singular, La esfera de los libros, 2005). Cuando a un animal podamos pedirle responsabilidad por su comportamiento y exigirle deberes, también podremos hablar de respetarle ciertos derechos. Fernando Savater, a quien nadie negará su competencia en ética, ha realizado declaraciones similares en varias ocasiones (Humanismo impenitente, Anagrama, 2000).
Por supuesto que los animales deben entrar en campaña electoral: forman parte del mundo que habitamos los humanos y hay que legislar sobre ellos, en un sentido u otro. Lo que no parece muy claro es que se tenga una noción clara de qué significa el animalismo y las consecuencias prácticas que se derivan de él. Menos aún se cae en la cuenta de que estar discutiendo sobre las medidas legislativas que debemos adoptar sobre los animales manifiesta palmariamente la superioridad del ser humano frente a ellos. Pero esto no nos da carta blanca para maltratarlos o infligirles dolor inútil. Todo lo contrario: debería conducirnos a un exquisito cuidado por la casa común (animales incluidos) que nos ha sido encomendada.
Los cuatro líderes no mostraron todo su potencial y midieron sus fuerzas a la espera del segundo debate.
Análisis de las propuestas en materia de política educativa de los cinco principales partidos nacionales.