Armando Zerolo | 25 de junio de 2019
España está dejando de ser un país que pueda ofrecer futuro a las nuevas generaciones. Hay que detener la fuga de cerebros.
Gobernar es la capacidad de crear un proyecto común, comunicarlo y sacarlo adelante. Los españoles parecíamos una sociedad dividida por la tensión y las ideologías, pero los resultados electorales recientes han demostrado que, a la hora de la verdad, el voto se decanta por la serenidad, la estabilidad y la buena administración. Las redes sociales y los debates televisivos habrán podido hacernos creer lo contrario, pero el voto ha preferido apostar por la unidad y castigar la crispación. Afortunadamente, la conciencia de unidad y de pertenencia es aún suficientemente fuerte como para que se pueda pensar en una nueva etapa en la que los partidos que apuesten clara y abiertamente por unos pactos de Estado se acaben haciendo con mayorías significativas.
El interés por la economía y las expectativas de una vida estable aparecen como las preocupaciones más importantes de la mayoría de los ciudadanos, y son preocupaciones compartidas por todos. Se reflejan en cuestiones como la conciencia de los efectos devastadores que puede tener una crisis como la sufrida recientemente, o la irritación por exigirse a las nuevas generaciones una formación cada vez más intensa para obtener trabajos más precarios. Asuntos como estos, reales, sentidos y justificados, exigen tratarse seriamente, y la desconfianza en la capacidad de la clase política para afrontarlos es muy grande. Se percibe que priman los intereses partidistas sobre el sentido de Estado y que, o bien “la casta”, o bien “el consenso socialdemócrata”, acabarán por ignorar los problemas de los ciudadanos.
En este punto se da un equívoco, más propio del bloque de derechas que del de izquierdas, que provoca la distancia no deseada con el ciudadano. Hay una ideología liberal, antiestatista, muy respetable y querida por muchos que, sin embargo, no encaja con una amplia mayoría. Es un hecho, y no entramos a valorarlo, que casi el 90% de los españoles espera del Estado una mejora de sus condiciones de vida. Esto es así, los españoles somos, culturalmente, un tanto anarquistas y muy paternalistas. Podrá ser una contradicción y ahora no podemos explicarla, pero debe ser un punto de partida para una política que no se aleje de la realidad.
Si el pueblo desea una solución por parte del Estado, ya sea en educación o en sanidad, no se le puede prometer que va a ser la sociedad la que lo arregle, porque lo que en realidad sucederá es que esa función quedará desatendida. El liberalismo, en su acepción antiestatista, es percibido como algo elitista y, por tanto, no es un criterio para la división natural entre derecha e izquierda.
La mayor parte de la gente percibe que el futuro de las nuevas generaciones, por primera vez desde la Guerra Civil, será peor que el de sus padres
Un pacto de Estado en materia económica sería muy bien visto si afrontase, con seriedad y sin ocultar las incertidumbres, el problema de la crisis económica. La crisis se percibe como algo endémico del sistema y se asume con pesimismo, como si no hubiese nada que hacer, o nadie fuese capaz de hacerlo. Este sentimiento es nocivo porque genera descontento y crispación.
La crisis se puede afrontar si el tema del gasto público y el endeudamiento no entran en el mercadeo partidista de los programas electorales. No hay que descartar que un acuerdo sobre esto sea planteable y muy bien recibido por una amplia mayoría, que no llamaría traidores a sus firmantes, sino todo lo contrario. Más aun cuando la percepción de que una nueva recesión está llamando a las puertas y que el sentimiento del riesgo es cada vez mayor.
Estamos viendo que economías más solidas y con mayor tradición están en una situación complicada, y esto no tranquiliza a la población. Un liderazgo sólido, valiente, que hable del gasto, de la deuda y del sacrificio, convenciendo de que no será para beneficio de unos pocos y en detrimento de la mayoría, puede ser muy bien recibido. Esto no es posible como decisión en solitario en el nuevo marco de cinco partidos políticos y requiere el apoyo solidario.
No hay que tener miedo a un pacto de Estado en esta dirección, más aun cuando la mayor parte de la gente, independientemente de su ideología, lugar de origen o situación familiar, percibe que el futuro de las nuevas generaciones, por primera vez desde la Guerra Civil, será peor que el de sus padres. Se extiende el sentimiento de que cada vez hace falta más formación, más sacrificio y más gasto para obtener un trabajo más precario. Que en España no tienen lugar los talentos y que hay que detener, como sea, la fuga de cerebros. Que este país solo ofrece empleo para inmigrantes en el sector de servicios y que las oportunidades se encuentran en el extranjero.
Con mayor o menor razón, lo que realmente se percibe es que España está dejando de ser un lugar que pueda ofrecer futuro a las nuevas generaciones. Esta cuestión importa a muchos y en ella influyen muy poco las ideologías y las divisiones culturales, con lo cual no hay que descartar que pueda formar parte de un gran pacto de Estado que sea muy bien recibido.
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