Manuel Martínez Sospedra | 26 de abril de 2019
La propuesta de Ciudadanos de crear una asignatura de Constitución supone educar en un sistema de valores.
Escribía Montesquieu que en la república democrática era necesario que los ciudadanos fueran virtuosos, en el sentido maquiavélico del término. Y llevaba razón, porque un Estado democrático no puede ser exitoso a largo plazo si una parte considerable de los ciudadanos se desinteresa de la cosa pública.
En un país como el nuestro, en el que predomina entre las gentes una cultura política “de súbdito”, estatista, pedigüeña, desconfiada y marcada por el cinismo político, el problema esta ahí. Por eso no me parece fuera de lugar la propuesta del partido liberal de introducir una asignatura de Constitución en el sistema de enseñanza. Conviene recordar al respecto la reiterada recomendación del Consejo de Europa en este sentido. La razón: los ciudadanos no nacen, se hacen.
Las cosas serían más sencillas si no lloviera sobre mojado. En su día, el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero introdujo una “Educación para la Ciudadanía”, no precisamente afortunada. Recuerdo que, asistiendo a un coloquio con una parte de los redactores de los contenidos de la misma, escuché que los mismos habían sido diseñados a partir de las políticas propias de la mayoría parlamentaria entonces existente. Un profesor peruano sentado a mi lado señaló que eso implicaba que la disciplina variaría de contenidos con la propia de la mayoría parlamentaria y que una definición así condenaba a la inestabilidad y la contestación a la disciplina misma.
La Educación para la Ciudadanía naufragó porque no era una asignatura sobre la Constitución
Los redactores se asombraron ante la sensatez que bajaba de los Andes y reconocieron abiertamente que era así, que eso era lo democrático, que cada mayoría determinara su educación cívica. La cordura andina señaló que una formación cívica de partido no podía ser una formación cívica, cosa que extrañó muchísimo a los redactores. Con razón nos advierte el Eclesiástico acerca de la abundancia de los tontos.
Asignatura de Constitución y educación cívica
Una educación cívica, para ser tal, tiene que ser una educación en aquello que nos es común, centrada en lo que compartimos y las exigencias de aquello que compartimos, porque es precisamente lo que compartimos lo que determina la sustancia de la ciudadanía, que es lo que se trata de formar. No tenerlo en cuenta es lo que llevó a una reforma, en sí misma apreciable, a convertirse en un semillero de problemas y conflictos que, a la postre, determinaron su desaparición. Si aprendemos de la experiencia, la antecitada nos pone en la pista de qué es aquello que no hay que hacer. La Educación para la Ciudadanía naufragó porque no era una asignatura sobre la Constitución.
A la vista de lo dicho se entenderá sin dificultad que la propuesta del partido liberal de introducir una disciplina de enseñanza de la Constitución me parece acertada, porque la Constitución es, precisamente, el núcleo primario de aquello que nos es común, la base principal, si no exclusiva, de lo que puede y debe ser una educación cívica digna de tal nombre. Ello es así porque la Constitución no está diseñada para imponer políticas públicas, siendo estas, como son, el campo de acción primario del pluralismo político realmente existente. La Constitución está pensada para operar como el marco en el que se pueden diseñar, regular e imponer esas políticas, el conjunto de normas y procedimientos mediante los cuales el pluralismo político se canaliza y sus resultados tienen la posibilidad de ser legítimos.
La Constitución es el núcleo primario de aquello que nos es común, la base principal, si no exclusiva, de lo que puede y debe ser una educación cívica
Ahora bien, hay que advertir de que la Constitución es, de un lado, un sistema de principios que dan unidad y cohesión a las normas de organización y procedimiento que la letra de la ley fundamental establece y, del otro, un sistema de valores, un “orden axiológico” según la jurisprudencia, que se protege no solo mediante las anteriores, sino especialmente por las normas de derechos fundamentales que la propia Constitución viene a establecer.
En consecuencia, educar en la Constitución no es solo, y no es principalmente, enseñar las citadas normas de organización y funcionamiento del Estado y las exigencias que de ellas se siguen; es, ante todo y sobre todo, educar según un orden de valores. Y eso no es en modo alguno neutral. Por citar un solo ejemplo: mal que pese, en un sistema en el que los padres tienen el derecho a que sus hijos sean educados de conformidad con las propias convicciones, la escuela pública no puede ser laica, porque en ella tiene que estar la religión. Que algo que debería ser obvio resulta no serlo es un buen indicador: la introducción de una asignatura de Constitución es indispensable si de formar ciudadanos se trata.
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