Sandra Várez | 26 de abril de 2019
Las mascotas entran en campaña y los políticos buscan votos entre las corrientes animalistas extremas.
Lo saben muy bien los expertos en las artes del cortejo. Ya no funciona lo de empujar el carrito de un bebé para enternecer al personal o llevar al sobrino al parque para ligar. Ahora lo que se lleva es lo de usar el perro, el loro o la iguana. No solo haces más amigos o te dan más conversación sino que, además, te ceden el paso en la acera, te dejan el asiento para cargar el animalito o te permiten, incluso, acceder a lugares donde la presencia de niños casi es un incordio. “Apechugue, amigo, que sus fieras son suyas y no tenemos por qué aguantarlas los demás”, se suele decir para colgar el cartel de “no se permiten niños”.
Esta estrategia parecen haberla entendido muy bien los candidatos a las próximas elecciones generales. Los animales han entrado en campaña y de qué manera. Desde impulsar medidas concretas y leyes nacionales para protegerlos, hasta hacer performances con ellos. Las últimas, las de Pablo Iglesias y Albert Rivera con sus respectivas mascotas.
??? España no puede ser un país moderno hasta que no se proteja de verdad a los animales.
? ¡Gracias por acompañarnos hoy en Madrid!
? #VamosConLasMascotas! pic.twitter.com/4ERsV2exL0— Ciudadanos ???? (@CiudadanosCs) April 19, 2019
El primero se ha llevado a un acto de campaña a su perra Leona, rescatada de la calle cuando tenía 13 meses: “Y yo, materialista que no cree / en el celeste cielo prometido / para ningún humano, / para este perro o para todo perro / creo en el cielo, sí”, parafraseaba Iglesias a Pablo Neruda en su poema El perro ha muerto. Como el poeta, el líder de Podemos no cree en el cielo para las personas, pero si lo hubiera, sería para los perros.
Rivera, durante una gymkhana perruna, también en esta campaña “semanasantera”, recordaba la “historia de amor” que vivió con su gata Grisley: “España debe ser un paraíso para las mascotas” ha sido una de sus promesas electorales, defendiendo que los espacios públicos sean vías libres para los animales.
Custodia compartida para las mascotas en caso de separación, reducción del IVA a productos veterinarios y alimentos para animales, promoción de su adopción o acceso libre en los espacios públicos son algunas de las medidas que se han puesto sobre la mesa en una campaña a la caza del votante del Partido Animalista PACMA, al que el CIS da un escaño por Barcelona y otro por Valencia. Este partido, encabezado por Laura Duarte, tiene como principales ejes de su programa la prohibición de los toros y el fin de la experimentación con animales, incluyendo para usos médicos o científicos. En su campaña, el recurso “acaricia un animal” no es una novedad. Sí lo ha sido el uso de un falso toro, que no era toro sino buey, para poner en tela de juicio la bravura del toro de lidia.
No se trata solo de restarles votos a los animalistas. Los principales candidatos tienen muy estudiada esa nueva tendencia social de considerar a las mascotas como uno más de la familia. No como un animal que te acompaña y al que cuidas, sino casi como un hijo al que se otorga un rol dentro y fuera del hogar. Son las llamadas “familias interespecie”, que ya están empezando a llamar la atención de la comunidad científica. Animales domésticos y, sobre todo, perros, a los que se trata como niños y con los que se entabla una relación de humanización extrema, por lo que el duelo por su pérdida se vive como la muerte de un padre o de un hijo.
Cierto es que cada vez está más demostrado el efecto terapéutico de los animales ante determinadas circunstancias, su acompañamiento en la soledad o el consuelo que dan ante la pérdida. Pero en el país con el invierno demográfico más frío de Europa, donde un anciano puede morir solo en su vivienda sin que nadie le eche en falta durante años, esta sublimación de la mascota llega a ser casi una broma de mal gusto.
Quizá tengan los candidatos que ser más prácticos y proponer un grupo de cotización para los canes, los felinos o las iguanas a los que, por cierto, nadie ha preguntado si quieren ser o no instrumentalizados en campaña. O si prefieren ejercer libremente su condición perruna o gatuna en vez de ser transformados en una especie extraña de niños malcriados a los que solo les falta adueñarse del mando de la televisión. No sería extraño que si la frase de Lord Byron fuera pronunciada hoy por un can, dijera “cuanto más conozco al político más quiero ser perro”.