Jorge Martínez Lucena | 26 de mayo de 2019
Políticos populistas y conservadores piensan en la Iglesia como un club burgués exclusivo al que Cristo no pertenecería.
Europa está amenazada. La guerra económica entre China y Estados Unidos se juega en el Pacífico. Hemos sido desplazados muy lejos del centro del campo de juego que hasta hace nada ocupábamos. Pero el problema no viene únicamente de fuera. Los nacionalismos nos asolan. Son muchos los que quieren abandonar el barco, aunque ni siquiera las iniciativas tipo brexit muestran ya demasiado vigor.
El proyecto iniciado por De Gasperi, Monet, Schumann, Adenauer y compañía tras la Segunda Guerra Mundial ha dejado de despertar tantos entusiasmos como antaño. La solidaridad interna (en Europa y en España) se empieza a ver más como una carga que como una virtud. El Norte se muestra cansado del Sur. Una pulsión nacionalista renace, encontrando en la alteridad del otro su interminable combustible separatista. Las dificultades económicas de los últimos tiempos completan la fotografía, garantizando una abundante cobertura “democrática” a los cantos más identitarios.
Una pulsión nacionalista renace, encontrando en la alteridad del otro su interminable combustible separatista
Y la barahúnda extremista no se limita a denostar al otro de dentro, sino que se complace también en los muros, en las vallas, en las concertinas, en la policía y las brigadas paramilitares, así como en el Mare Mortum. Todo para impedir la entrada de los extranjeros que huyen de la guerra y de la pobreza tanto en Oriente Medio como en África. La narrativa, decadente, es: “Los bárbaros acampan a las puertas de Roma”.
Son cada vez más los que se apuntan al hooliganismo ultra y xenófobo más o menos sofisticado. VOX en España. Matteo Salvini y la Lega en Italia. Marine Le Pen en Francia. Geert Wilders en los Países Bajos. Viktor Orban en Hungría. Aunque se escucha el eco de los mismos tambores en muchos otros países como Dinamarca, Polonia, Austria, la misma Alemania, etc.
Lo paradójico del cuadro es que tantos de estos nacionalistas y populistas de derechas, acompañados en esto por cada vez más conservadores que ven amenazados sus criaderos de votos, apuestan por este arrumbamiento de la solidaridad, la fraternidad y la hospitalidad, desde la supuesta defensa a machamartillo de las raíces cristianas de Europa.
Matteo Salvini es el responsable e icono de la criminalización pública del inmigrante. Con sus leyes ha fomentado cosas tan poco cristianas como la persecución de la solidaridad
La imagen más emblemática a este respecto la tenemos en el vicepresidente y ministro del Interior del Gobierno de la República Italiana, Matteo Salvini. Él es el responsable e icono de la criminalización pública del inmigrante. Con sus leyes ha fomentado cosas tan poco cristianas como la persecución de la solidaridad, la práctica eliminación de la misión de rescate en el Mediterráneo central y la expulsión rápida de extranjeros del propio territorio nacional. Y, pese a todo, hace escasos días no lo dudaba a la hora de fotografiarse, Evangelio en mano, besando un rosario.
Lo paradójico es que si se hubiese leído el librito de marras, muy probablemente hubiese tenido que arrancar varias páginas. Como esta de su tocayo Mateo (25, 40-45): «Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; estaba de paso, y no me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron». Estos, a su vez, le preguntarán: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?». Y él les responderá: «Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo». O, en una formulación más positiva y bella, san Pablo nos dice en Hebreos (13, 1-2): “Perseveren en el amor fraternal. No se olviden de practicar la hospitalidad, ya que gracias a ella, algunos, sin saberlo, hospedaron a los ángeles”.
Por eso uno ve que en esto de clamar por las raíces y valores cristianos por parte de algunos políticos populistas y conservadores hay gato encerrado, sea engañifa o malentendido. Quizás ellos crean realmente que abogan por el cristianismo, pero lo han confundido con una reducción de este, hecha desde el temor al imprevisto. Creen que la Iglesia es algo así como un club burgués exclusivo, con el que sin duda Cristo no hubiese querido confundirse (aunque, si le hubiesen dejado entrar, no se hubiese negado a comer y departir también con aquellos pecadores).
Nos cuesta aprender que Europa y la Iglesia no se construyeron sobre valores, sino desde una relación excepcional entre personas imperfectas y cambiadas
Lo peor de todo es que Salvini blande el rosario porque sabe que eso le supondrá buenos réditos en estas europeas. Lo cual indica que lo de los políticos podría ser fingimiento, pero que en la Iglesia hay muchos fieles con miedo al otro del otro, hay muchos que ponen sus esperanzas en esa versión ad hoc del Evangelio, expurgada de chusma y de inconvenientes al statu quo.
Nos cuesta aprender que Europa y la Iglesia no se construyeron sobre valores, sino desde una relación excepcional entre personas imperfectas y cambiadas por su encuentro inesperado con Jesús de Nazaret. El salmo 117 lo deja bien claro: “La piedra que desecharon los arquitectos, es ahora la piedra angular”. De ahí que el Papa no deje de llamarnos a una Iglesia despojada y en salida hacia las periferias, preocupada antes por los excluidos de nuestras sociedades que por sus propios logros. Esa es la propuesta católica. También en política. Lo cual, para qué engañarnos, es todo un reto.
Los resultados muestran que la mayoría de los votantes empieza a dar señas de cansancio respecto al «brexit».
Los animales deben entrar en campaña y hay que legislar sobre ellos. Lo que no parece muy claro es la noción de animalismo.