Elio Gallego | 26 de mayo de 2020
Los grupos de ultraizquierda que se dedican a perseguir y acosar a quienes disienten del poder son jóvenes sin patria y sin religión que viven del «sistema».
No han faltado medios de comunicación que han calificado de ‘antisistema’ a los grupos de ultraizquierda que han agredido en estos días, en numerosos puntos de España, a ciudadanos que protestaban pacíficamente y en uso de su libertad de expresión contra la deriva totalitaria del Gobierno. Curiosa expresión la de antisistema aplicada a grupos, sería mejor decir ‘bandas’, que se dedican a perseguir y acosar a quienes disienten del poder. ¿No suena esto un poco paradójico? ¿No sería mejor llamarlos ‘ultrasistema’?
Y, si profundizamos un poco más en ello, no sería difícil demostrar hasta qué punto son normalmente jóvenes que viven del «sistema», de ese entramado de ayudas y subvenciones que permite a la mayoría de ellos vivir sin un trabajo estable o cualificado. Jóvenes que han asumido y han hecho suya una vida sin patria y sin religión, una vida extraña a toda idea de familia y tradición. ¿Pero no es esto, acaso, la esencia misma del «sistema»? ¿No es esta, por cierto, la «ideología» de la mayoría de los grandes medios de comunicación? ¿Y no cabe decir lo mismo de los poderes financieros y las grandes corporaciones multinacionales?
Nos hallamos, de hecho, ante una extraña unanimidad en torno a las grandes cuestiones antropológicas, tales como la ideología de género, el globalismo, la irreligión, la ideología de la antidiscriminación, etc. Y si no que se lo pregunten al estado de Indiana en EE.UU., cuando, en 2015, intentó aprobar una ley de afirmación de la libertad religiosa y las grandes multinacionales amenazaron con boicotear a dicho estado. El final de la historia es fácil de contar, Indiana hubo de claudicar, aun a pesar de estar ya aprobado el proyecto de ley por su legislativo y haberse pronunciado el gobernador -que no era otro que Mike Pence– en pro de su ratificación.
No parece existir, por tanto, una diferencia esencial entre el modo de ver el mundo por parte de uno y otro extremo de la gama social. Invito al lector a que lea el artículo de Jesús Cacho titulado «Ana y su sombra alargada» para comprobarlo (Vozpopuli de 17 de mayo de 2020). A lo que parece, todos los superricos, o casi, son convencidos progresistas. Pero es así también como se ven a sí mismos los matones de extrema izquierda que últimamente agreden a los ciudadanos, sobre todo si llevan banderas de su país. Evidentemente, las formas de unos y otros son muy distintas, pero es eso, una cuestión de formas, no de fondo.
Exageraciones, pensará más de uno. ¿No busca acaso la extrema izquierda liberar a los pueblos del poder de las grandes multinacionales y de los grupos financieros? Pero ¿tan seguros estamos de que esto no va más allá de una retórica cada vez más vacía? Bastaría fijarse en el gran Partido Comunista existente hoy en el mundo con auténtico poder, el Partido Comunista Chino, y cómo ha incorporado el modo de producción capitalista. ¿Ha sido objeto por ello de crítica por parte de la ultraizquierda? No que sepamos. ¿Y qué pasaría si llegase la extrema izquierda algún día al poder en un país occidental como España? Pregunta retórica, ya lo está. Y evidentemente harán lo que puedan.
Pero lo que ha aprendido el social-comunismo es que para que el Estado y su papel de transformación social sea viable se necesita de un sector productivo que lo sostenga. Con la dura experiencia que ha supuesto la caída de la Unión Soviética, la extrema izquierda ha aprendido que el Estado, o lo que es lo mismo, una economía estatalizada no es capaz de generar los recursos que el Estado necesita para seguir existiendo como Gran Leviatán.
Lo que ahora sabe es que se necesita de una colmena de abejitas industriosas que laboren hasta la extenuación en pro de la productividad mediante los incentivos adecuados. Y que para eso está la clase media trabajadora. Porque es ella, es decir, nosotros, esas abejitas laboriosas al servicio de un Estado gigantesco acoplado con las grandes multinacionales que saben perfectamente cómo explotar la miel que con nuestro esfuerzo producimos. Y ¡ay del que se rebele!, porque el sistema le enseñará que no debe salirse de la colmena, so pena de ser debidamente izquierdeado.
Nuestra sociedad es cada vez más injusta. Una losa de gran peso y grosor amenaza con aplastarnos a todos los españoles, pero muy especialmente a los más jóvenes.
Lo que supone que el peligro de izquierdear se haya multiplicado exponencialmente en España por efecto del coronavirus.