Chapu Apaolaza | 26 de junio de 2021
Los indultos y sobre todo su posterior argumentación han dejado en pelota la posición de España sobre este asunto y han asentado la noción de que los políticos presos eran en realidad presos políticos.
Si uno no está de acuerdo con los indultos a los condenados por el procés se le pregunta siempre que qué es lo que hubiera hecho él. Se da por sentado que había que hacer algo. Yo no hubiera hecho nada. Si uno cree que Oriol Junqueras está mejor cumpliendo su pena de cárcel en Lledoners, al momento le acogotan con la pregunta de cuál es la alternativa. ¿Cuál, eh? ¿La confrontación?, le cuestionan. Pedro Sánchez ha creado un nuevo dilema en el que al parecer hay que elegir entre echar a los presos a la calle y la silla eléctrica. Como si uno, creyendo que perdonando a los condenados para mantenerse en el Gobierno se incurre en una infamia, estuviera proponiendo meter los tanques por la Diagonal y fuera uno de esos que, ya sabes, vive muy bien estando así las cosas. Un promotor del conflicto, vaya.
No hay paz en este país si no está en ella la izquierda, pero yo vengo aquí a reivindicar la quietud. Digo que cuando me preguntan que qué es lo que se puede hacer en Cataluña, creo que lo mejor sería mantenerse donde estábamos, esto es hacer nada. Res. Visto en general, el error pervive gracias a la trilogía del ‘Hay que hacer algo’, que es la frase que precede a los desatinos más aparatosos de todos los que se cometen. Cada vez que la escucho, me entran ganas de tirarme al suelo y meterme debajo de la mesa por si acaso. “Hay que hacer algo” es la primera parte de un mecanismo perverso. Le sigue una derivada aún más propensa al error que es “Algo habrá que hacer” y que va más allá pues lleva dentro de sí la asunción previa de que uno sabe que está equivocando la decisión, pero la mantiene. La tercera parte consiste en decir que “Había que intentarlo”, que se usa cuando ya se sabe que el intento ha supuesto un desastre, como por cierto, se preveía desde un primer momento.
No sé por qué hay que hacer algo en Cataluña, quizás porque hay que hacer muchas cosas en general. Asistimos a la reivindicación constante del tipo con seis trabajos, dueño de tres empresas, conferenciante, padre de seis, impulsor de varios proyectos de oenegés, ultramaratoniano, novelista y amigo de sus amigos que se acuesta a la una de la mañana y se levanta a las cinco para entrenar. Si lo pensamos bien, podemos estar ante un idiota. Hacer cosas por hacer no tiene mucho sentido y, sobre todo si se está equivocado, lo mejor es no hacer nada. Gente estúpida haciendo cosas estúpidas constantemente solo puede empeorar las cosas. Como dice mi querido Jorge Medina Flemming, no hay nada peor que un tonto motivado.
El tiempo y su perspectiva, lejos de empeorar las cosas, suelen permitir que se arreglen. Hoy en el País Vasco, solo uno de cada cinco ciudadanos apoya la independencia.
En el asunto catalán, quizás lo mejor hubiera sido no hacer nada para no cometer errores. Los indultos y sobre todo su posterior argumentación han dejado en pelota la posición de España sobre este asunto y han asentado la noción de que los políticos presos eran en realidad presos políticos. En otros sitios, se esperó. En Euskadi, por ejemplo, donde la mayor parte de la población apoyaba la independencia y una parte de ella pedía incluso la aniquilación física del contrario, las cosas mejoraron con el paso del tiempo y la constatación de la realidad. Si uno se fija lo suficiente, terminará convenciéndose que el Sol sale por el Este y que una región independiente del país al que pertenece resulta una entelequia en la Europa del siglo XXI. El tiempo y su perspectiva, lejos de empeorar las cosas, suelen permitir que se arreglen. Hoy en el País Vasco, solo uno de cada cinco ciudadanos apoya la independencia. En el último barómetro, la cifra alcanzó su mínimo histórico.
No hay que subestimar la capacidad del ser humano para darse por vencido, que siempre es una heroicidad. Una tarde en el parque, le dije a mi hija Macarena que aquella pequeña planta era un jovencísimo roble y que algún día, se convertiría en un enorme y hermoso árbol. «Bien -dijo ella sentándose en la hierba-. Esperaremos a que crezca». Al poco tiempo, se levantó y se fue.
El actual Gobierno español es la mayor victoria del separatismo en toda su historia. La república de Puigdemont duró ocho segundos, pero con Sánchez en La Moncloa el nacionalismo podrá ahora ejercerla sin limitaciones. El sanchismo no podrá con España, pero la está dejando muy herida.
La portavoz de Unión78 afirma que este próximo 13 de junio en la Plaza de Colón «a Sánchez le tiene que quedar claro que, quizás, él siga adelante con sus indultos, pero que los españoles no lo vamos a indultar a él».