Miguel Ángel Gozalo | 26 de julio de 2019
Unidas Podemos ha cerrado el paso a un presidente de izquierdas, tras una escandalosa negociación de chamarileros que ha llevado a Pedro Sánchez al fracaso.
PSOE y Unidas Podemos cruzan un regateo de sillones.
La izquierda tiene dos meses para meditar en el chiringuito.
La segunda sesión de la investidura de Pedro Sánchez ha constituido un espectáculo infrecuente en la vida parlamentaria, precedido por violentos movimientos telúricos, en busca de esa remontada imprescindible para alzarse con la victoria tras el traspié del martes 22, en el que no consiguió la necesaria mayoría absoluta.
Esta vez, al presidente en funciones le bastaba con obtener más síes que noes. Pero el socialista Pedro Sánchez, después de dos días de intensas negociaciones con su «socio preferente», Unidas Podemos, con el que se ha cruzado un escandaloso regateo de sillones y al que estaba dispuesto a abrir las puertas del Consejo de Ministros, no ha conseguido su objetivo.
Pablo Iglesias le ha tenido en ascuas hasta el último minuto, con una batalla de comunicados y declaraciones, y después ha lanzado la bomba: su grupo no votaría a favor del teórico aliado. Por segunda vez, el líder de Podemos cerraba el paso a un presidente de izquierdas. La izquierda se disparaba un tiro en el pie. La abstención de Podemos, cuyos votos eran imprescindibles para superar los adversos del PP, Ciudadanos y Vox, dejaba al PSOE abocado al fracaso. Antes de que empezara la turbulenta sesión (a la que Sánchez entró con cara de funeral) ya se sabía con exactitud, salvo sorpresa mayúscula, el resultado final: sí, 124; no, 155; abstenciones, 67. No hubo sorpresa.
La sesión se convirtió en un funeral. El siempre desdeñoso Pedro Sánchez, que rodea de solemnidad cualquier declaración, tuvo diez minutos de reproches para una Cámara que le negaba lo que él creía que le correspondía «porque sí». Las diatribas que le dedicó a Pablo Iglesias tuvieron el tono de las filípicas ciceronianas, revelando los detalles de la frustrada negociación por los asientos del Consejo de Ministros, mientras el líder podemita lo miraba con gesto adusto desde su escaño, como un personaje de Juego de Tronos a punto de sacar la espada. Como se preguntó desde el atril la diputada canaria Ana Oramas: «Y ahora, ¿qué?»
Vamos a intentar explicarlo, a partir de lo que ha ocurrido en esta segunda parte de la sesión de investidura de Sánchez. Dos equipos, del PSOE y UP, se han reunido para montar contrarreloj algo en lo que España carece de experiencia: un Gobierno de coalición. Con una repleta colección de desencuentros (más allá de la vieja enemistad entre socialistas y comunistas), PSOE y UP han vivido una negociación de chamarileros, una especie de Monopoly, pero jugando con vicepresidencias, ministerios, secretarías de Estado y cosas así. Te doy tres. No, tienen que ser cuatro. Ese ministerio es decorativo. Hacienda, o nada. «Querían Gobierno dentro del Gobierno». Con la desconfianza por bandera no se va a ninguna parte.
Y no se ha ido. No ha habido manera de ponerse de acuerdo, y ambos contendientes han llegado al hemiciclo a cara de perro, a pesar de los esfuerzos que ha desplegado Gabriel Rufián, convertido, por un capricho del destino, en una persona moderada que los ha reñido a los dos por su incapacidad para el acuerdo y les ha regalado un libro de cuentos para sus hijos, escrito en la cárcel por Oriol Junqueras.
Es una de las páginas más lamentables de la historia democrática de EspañaPablo Casado, presidente del Partido Popular
Pero hasta sus posibles aliados han regañado al candidato en esta sesión, «una de las páginas más lamentables -como ha dicho Pablo Casado– de la historia democrática de España». El líder del PP, que no ha querido hacer demasiada sangre, aunque le ha dicho a Sánchez que «usted es menos que hace cuatro días», se ha mostrado brillante y ha citado a Antonio Maura y su «por mí que no quede». Es decir, el Partido Popular pactará los acuerdos de Estado que sean convenientes para sacar al país adelante.
De esta fracasada sesión de investidura de Sánchez surge ahora una incógnita rodeada de preguntas que es como una pesada ola de calor para afrontar este verano: ¿habrá que ir a nuevas elecciones? El Rey tiene dos meses para volver a proponer a un candidato y Pablo Iglesias y Pedro Sánchez muchos días, hasta septiembre, para meditar, en el chiringuito, sobre esta reflexión que se hizo el candidato derrotado desde la tribuna: «¿De qué sirve una izquierda que pierde incluso cuando gana?»
Mientras la derecha vuelve a mostrarse capaz de dialogar por proyectos en común, el PSOE impone la lucha por los sillones en la negociación con su socio preferente, Podemos.
Los resultados no serán tan decisorios que impidan al Gobierno navegar en aguas peligrosas.