Juan Milián Querol | 26 de agosto de 2020
En España nos burlamos de la lejía de Donald Trump y las bravuconadas de Bolsonaro han llenado páginas de periódicos, pero el Gobierno de Pedro Sánchez desaconsejó claramente el uso de mascarillas.
Es imposible que el Gobierno español apruebe en septiembre, aunque el suspenso recaerá en la espalda del español de a pie y no en la conciencia de Pedro Sánchez y sus ministros. Estos vuelven a llegar tarde, como en marzo, y no se han preparado, al menos no para lo que se nos viene encima. «España resurge como el epicentro de la pandemia de coronavirus en Europa» y «su Gobierno parece negarlo», publica Bloomberg.
Sin reformas legales que sirvan de plan B al estado de alarma, empezamos a surfear la segunda ola. Han despreciado la experiencia y no han hecho los deberes. ¿Volverán a decirnos que no se podía saber? Son capaces, estos sofistas posmodernos. No buscan la justicia, sino ganar el juicio. No buscan la verdad, sino imponer el dichoso relato. Y se esmeran en la manipulación. El jefe estará en Doñana, pero sus maquiavelitos han currado como Stajánov para doblegar la curva de la realidad.
Aseveran sin pestañear lo que niegan con rotundidad horas después. Ayer sobraba un Remdesivir que iba a «ayudar en el control del coronavirus»; hoy, se agota, pero ya no es importante. Mañana, cuando llegue el envío, volverá a ser fantástico, quién sabe. Sufrimos un Gobierno de negacionismo intermitente. La bondad de las mascarillas se vinculaba a su disponibilidad, no a su eficacia en la protección. Y la peligrosidad del coronavirus nunca ha dependido tanto de su capacidad de contagio o de su índice de mortalidad como de los intereses propagandísticos. ¿Hay que ir a una manifestación de refuerzo ideológico? Es poco más que una gripe. ¿La negligencia queda al descubierto? Pues se aplica el confinamiento más estricto y prologando del planeta. ¿Que se nos hunde la economía? No pasa nada, hemos derrotado al virus y salimos más fuertes. Todos a la calle a consumir y, si la cosa se complica, ya está el argumentario preparado contra las autonomías.
Lo del ocio nocturno y los temporeros, no se podía saber. Lo de la vuelta a la escuela o al trabajo, ya sabemos que tampoco se podrá saber. Ha habido más sensibilización gubernamental contra la oposición que contra el coronavirus. Si la ciudadanía no está tan concienciada como en otros países sobre los peligros pandémicos es, simplemente, porque se hizo todo lo posible para que no lo estuviera. Tendremos memoria histórica sobre el pasado siglo, pero haremos borrón y cuenta nueva sobre lo que nos acaban de hacer. Se escondieron a los muertos y se miente con las cifras. Aquí las mofas sobre la lejía de Trump o las bravuconadas de Bolsonaro han llenado páginas de periódicos y horas de telediarios, y nos burlamos de los manifestantes y los cantantes conspiranoicos, pero Fernando Simón y el ministro Salvador Illa desaconsejaron claramente el uso de mascarillas. No tenían «ningún sentido» en personas sanas, nos aseguraron. En fin, Sánchez, con su voz baja y afectada, sí que nos dio lejía. Y, así, estamos ahora, con los peores resultados de Europa en prácticamente todos los rankings, tanto los que valoran la gestión de la pandemia como los que calibran la afectación en la economía.
Y, con todo, Sánchez aún se atreve a someternos a todos los españoles a un chantaje indecente. O César o nada, viene a decirnos. O estado de alarma o autonomías a la intemperie. O mando único o más vacaciones inmerecidas. No hay punto medio para esta ambición extrema. Desprecia, de este modo, un Estado autonómico carente de instrumentos eficaces para la coordinación y la cooperación. Pero no solo en la estructura institucional ha encontrado Sánchez aliados para su envite.
Su socio, Podemos, está siendo acorralado por una presunta corrupción que no logran tapar ni con salsa rosa, ni con victimismo impostado. El matrimonio morado come de la mano presidencial y aprobará lo que sea para no ser expulsados del Gobierno. Los aliados separatistas, por su parte, se están matando en una guerra fratricida y esperpéntica. «Confrontación inteligente», grita Carles Puigdemont, pero no sabemos si estas ‘astucias’ serán contra el Estado o contra Esquerra.
También encuentra facilidades en la oposición. Ciudadanos busca acuerdos presupuestarios o del tipo que sea con tal de conseguir visibilidad en su enésimo cambio estratégico. Y Sánchez jugará con esa necesidad. La derecha sigue fragmentada y la moción de censura fortalecerá más al censurable. Como era de esperar, los sindicatos se dedican solo a atizar al Partido Popular en la Comunidad de Madrid; lo hacen al son de los aplausos ministeriales, mientras los trabajadores se quedan sin trabajo y la clase media se evapora. Y, finalmente, los empresarios están rezando a la espera de ver qué ocurre con unos fondos europeos que el Gobierno distribuirá con la intención de crear más dependencias, no de estimular la inversión y el empleo. Mal asunto, porque una sociedad civil sometida al poder político es un pilar de la democracia que se tambalea. Sin controles, ni contrapoderes, Sánchez seguirá dándonos lejía y exigiendo aplausos.
Podemos ha sido imputado. El entorno de Pablo Iglesias está siendo acusado por malversación y las hemerotecas sacan humo, mientras el Gobierno aprieta filas.
Europa no ha olvidado las lecciones de 2008. No es el caso de España, donde el socialismo ha tropezado con las mismas piedras: negación de la realidad, oposición a las reformas y máxima autocomplacencia.