Antonio Olivié | 26 de noviembre de 2019
La realidad es que en Italia los problemas se arreglan con pactos… y con tránsfugas. Sus ciudadanos siempre han demostrado habilidad para alcanzar acuerdos.
Roma (Italia) | El fraccionamiento político en Italia es una realidad asentada desde la instauración de la República, en 1948, cuando se decidió crear un Congreso con 630 diputados (casi el doble que en España), para dar cabida a todas las sensibilidades políticas y regionales. Ante esa complejidad, los italianos siempre han demostrado habilidad para alcanzar acuerdos, con el modelo paradigmático del pentapartito de la década de los ochenta, donde cabían desde la Democracia Cristiana hasta socialistas, excomunistas y liberales. Esa tradición no se ha perdido.
Hasta hace pocos meses, Italia mantenía un Gobierno respaldado por dos fuerzas semejantes a Vox y Podemos. La Lega de Matteo Salvini y el Movimiento 5 Stelle de Luigi Di Maio son fuerzas renovadoras, de izquierda y derecha, que alardean de nueva política y renovación, con la diferencia respecto a Podemos de que 5 Stelle siempre se ha distanciado de los comunistas, que en Italia se presentan en una coalición de izquierdas minoritaria.
Los dos partidos populistas italianos alcanzaron un pacto de Gobierno que llegó a tener más de un 70% de aceptación popular. Cuestiones como la reducción del número de parlamentarios, el final de los privilegios para los políticos, el refuerzo de la seguridad pública o el freno a la llegada de inmigrantes ilegales no solo eran comúnmente aceptadas, sino que se identificaban con lo que la mayoría de la población tenía entre sus prioridades.
El éxito de ese Gobierno en las reformas que se atribuían a la Lega, que iba cobrando mayor respaldo popular día tras día, frente a la falta de resultados en la política laboral que gestionaba 5Stelle, hizo caer el Gobierno al final del verano pasado. Pero la realidad es que, durante más de un año, la sociedad se mostraba satisfecha con ese modelo. Eran capaces de encontrar puntos de acuerdo, que siempre hay, mientras se mantenía el statu quo en todo lo que era polémico para las dos fuerzas.
Tras ese pacto inédito, el Gobierno actual en Italia lo respaldan tres partidos: 5Stelle, el PD (cercano a lo que supone el PSOE en España) y una escisión de este último llamada Italia Viva y capitaneada por el que fue primer ministro hace unos años, Matteo Renzi. Las descalificaciones entre quienes hoy integran el Gobierno han sido constantes y feroces, hasta que vieron que su principal enemigo crecía demasiado. Y, de hecho, se ha llegado al punto de que los dos primeros partidos (5Stelle y el PD) se han presentado juntos a las últimas elecciones regionales, celebradas en Umbría. El resultado negativo en esta región llevará a que no se repita el experimento.
Hay que recordar que Matteo Renzi, cuando lideraba el PD, formó un Gobierno gracias a una escisión, autorizada por Silvio Berlusconi, de Forza Italia, que llevó el nombre de Nuevo Centro Derecha. Y todo para que el país no dependiera de 5 Stelle. El acuerdo entre los parlamentarios del Nuevo Centro Derecha y Renzi permitió a este último mantenerse en el Gobierno hasta que un plebiscito sobre la reforma del Parlamento, planteado para reforzar al propio convocante (al más puro estilo brexit, de David Cameron) obtuvo el resultado contrario.
En este momento, la Lega de Matteo Salvini, en su papel de oposición al Gobierno, es el partido con más respaldo en las encuestas. Le vaticinan porcentajes superiores al 35% del electorado. Y es una realidad que se va confirmando a nivel regional. Su reciente triunfo en Umbría, una región tradicionalmente de izquierdas, se suma a los últimos éxitos en Cerdeña o Basilicata. Todo apunta a un nuevo triunfo de la derecha en un bastión de izquierdas, Reggio-Emilia, en el próximo mes de enero.
Y el hecho es que la reciente alianza de la Lega con 5Stelle no les ha pasado factura. Los ciudadanos ven a un líder fuerte, pero capaz de llegar a pactos con cualquiera por el interés del país. Es algo que, al menos en el medio plazo, no perjudica las opciones de un candidato.
La realidad es que en Italia los problemas se arreglan con pactos… y con tránsfugas. Hay que recordar que en la legislatura que terminó el año pasado hubo 566 cambios de partidos, en los que estuvieron implicados 347 parlamentarios. Lo que quiere decir que algunos de ellos militaron en más de dos formaciones distintas.
El récord absoluto de transfuguismo, en la Cámara Baja, se lo llevó el senador Luigi Compagna, con nueve cambios. Había sido elegido por el Popolo de la Libertà, pero desde el primer día se apuntó al Grupo Mixto. Después militó en el Nuevo Centro Derecha, que abandonó para formar Grandi Autonomie e Libertà (GAL). Después pasó al grupo Mixto. Tras una nueva inscripción en el Nuevo Centro Derecha y el GAL, pasó a formar parte de conservadores y reformistas, para terminar en el Grupo Mixto.
La flexibilidad política italiana tiene su parte positiva y negativa. Gobernar con tantos partidos supone hacer difíciles equilibrios y evitar decisiones que, siendo necesarias, pueden desequilibrar la balanza. Y en la tibieza al afrontar los problemas, pierden todos.
PSOE y Podemos pierden representatividad, pero ganan tras descolocar a los que se sienten ufanos de haber mejorado la suya, tan cegados que no se percatan de que es el enemigo quien ha instalado la mesa de juego.
Una extraña alianza política ha conseguido evitar un adelanto electoral en Italia que solo beneficiaba al líder de la Lega.