Juan Pablo Colmenarejo | 27 de abril de 2021
La anomalía la desperezó Rodríguez Zapatero quien, tras ganar las primeras elecciones, confesó necesitar la tensión para vencer en las vísperas electorales de 2008. Sánchez no ha demostrado su desacuerdo, sino que alimenta esa estrategia incluso utilizando el BOE para estigmatizar al PP como enemigo de la democracia.
Los partidos sistémicos (PSOE-PP y también viceversa) han cometido los mismos errores al alimentar las escisiones del adversario como método de anulación de la alternativa. Como la política no es ajena a la repetición de los tropiezos no se aprende de casos similares o por lo menos parecidos. Basta con detenerse en el ejemplo francés y buscar el origen del crecimiento de la ultraderecha. El socialista François Mitterrand creyó que solo era una amenaza para el centro derecha. No hay noticias de un partido socialista francés casi inexistente, pero en cambio sí del lepenismo actualizado, que el año que viene va a volver a disputar la presidencia de Francia, con los votos que le proporcionan los caladeros tradicionales de la izquierda.
Como explicó el candidato comunista Jean-Luc Mélenchon, durante la campaña de las presidenciales que ganó Macron (2017), su competencia directa era la extrema derecha. En un gran reportaje sobre la Alemania nazi, Manuel Chaves Nogales cuenta en mayo de 1933 su hallazgo, como testigo directo, al comprobar que las mismas bases sociales que auparon a los bolcheviques al poder lo iban a hacer con el nacionalsocialismo alemán. Constata el observador que la población se había pasado al nuevo régimen que estaba a punto de tomar el poder absoluto hasta 1945. En Bajo el signo de la esvástica. Cómo se vive en los países de régimen fascista (Almuzara, 2012) se incluye como apéndice la crónica de una conferencia pronunciada por Chaves Nogales en el Ateneo de Sevilla a su regreso del paisaje alemán: «Cómo se acaba con una República. Del comunismo ruso al fascismo alemán».
La nueva política nacida tras la crisis del euro en España ha hecho renacer un lenguaje que ni el PSOE de González ni el PP de Aznar/Rajoy emplearon. La herencia recibida por los Gobiernos de Suárez y Calvo Sotelo permitió desterrar la estrategia del odio y de la tensión. La anomalía la desperezó Rodríguez Zapatero quien, tras ganar las primeras elecciones, horas después de la matanza de los trenes (2004), confesó necesitar la tensión para vencer en las vísperas electorales de 2008. Los datos del paro ya anunciaban la catástrofe social que vendría después.
Sánchez no ha demostrado su desacuerdo, sino que alimenta esa estrategia incluso utilizando el BOE para estigmatizar al PP como enemigo de la democracia. Al Gobierno de la mayoría absoluta de Rajoy y al PP más socialdemócrata, se le estigmatizó como de derecha extrema, además de corrupto y cruel por su gestión de la crisis, la peor derecha de Europa, todavía lo siguen diciendo con el liberal-conservador Casado. Sánchez y casi toda la izquierda, ante la presión de Podemos, agitaron el fantasma hasta que apareció Vox en 2018 en las elecciones autonómicas de Andalucía. Desde entonces el pretexto es nítido. El PP creyó que si Podemos superaba al PSOE, casi lo consigue en 2015, el miedo a Iglesias sería un motivo para seguir votando a Rajoy. A Sánchez le sucede lo mismo con Vox. Necesita de la anomalía para evitar que el PP sea otra vez alternativa.
El PP creyó que si Podemos superaba al PSOE, casi lo consigue en 2015, el miedo a Iglesias sería un motivo para seguir votando a Rajoy. A Sánchez le sucede lo mismo con Vox. Necesita de la anomalía para evitar que el PP sea otra vez alternativa
Tanto Podemos como Vox se encontraban fuera del juego de las elecciones de Madrid. Quizás lo acaben estando y lo que vivimos es un artificio de este tiempo líquido y agitado. El 10 de marzo (en Murcia empezó un ciclo político) pilló a contramano. Iglesias pisando la moqueta y subido en el coche oficial y Vox viendo como el tirón de Ayuso reunificaba el PP en Madrid, su gran caladero del cabreo de la derecha antiRajoy. Podemos y Vox crecen en la agitación. La moderación les provoca reacción. La violencia ejercida contra Vox no se justifica como tampoco las amenazas de muerte a Iglesias o al ministro Grande Marlaska. No caben en un sistema «democrático, tolerante y comprensivo», que dijo Chaves Nogales.
Los partidos sistémicos (PP-PSOE, y también viceversa) tienen la obligación de marcar las distancias con quienes ponen en cuestión los consensos esenciales. Resulta imposible porque estamos en campaña electoral pero como ya no hay tiempos para la calma conviene decirlo con voz templada. Las anomalías han conseguido foco cuando la realidad les había obligado a hacer mutis por el foro. El 4 de mayo sabremos si los votantes se dejan llevar por los excesos o bien demuestran que el voto no es lo mismo que darle al me gusta en las redes sociales.
A partir del 10 de mayo, en manos de un barón o baronesa regional quedarán decisiones que confirmarán eso que se llama ahora Estado compuesto y no la suma de ciudadanos libres e iguales con independencia del territorio, ciudad, comarca, pueblo o barrio en el que se viva.
Pedro Sánchez sigue impartiendo lecciones y negándose a un diálogo sincero con quienes le han aprobado hasta ahora las prórrogas del estado de alarma. Ha tendido tantas trampas que ya no puede moverse sin pisar una.