Agustín Domingo Moratalla | 27 de agosto de 2020
La destitución de Cayetana Álvarez de Toledo ha puesto al descubierto la fragilidad del imaginario cultural del PP, que tendrá que ponerse a prueba en todas las iniciativas legislativas de calado.
La destitución de Cayetana Álvarez de Toledo como portavoz en el Congreso de los Diputados no puede interpretarse como un simple cambio en la estrategia del PP. De la misma forma que su designación fue una inyección de moral combativa a las anémicas huestes del centro-derecha, su destitución está siendo interpretada como un retorno a lo que algunos analistas llamaban una política culturalmente acomplejada. Como si para llegar al poder no fueran necesarias inyecciones de moral, conceptos claros o ideas seductoras, es decir, como si el acceso al Gobierno no dependiera de la firme confianza en las propias convicciones, sino del paciente fracaso electoral de los adversarios.
Ante la presumible bajada de defensas en la veraniega analítica moral de los populares, conviene no limitar nuestras valoraciones a un problema de autoridad personal, como si fuera un conflicto de carismas (que lo es), o un problema entre mediocridad partidista y lucidez individual (que lo es), sino el ancestral problema de las relaciones entre los dinamismos culturales y las organizaciones liberal-conservadoras. A diferencia de otros escritos o declaraciones de Cayetana Álvarez de Toledo, nunca como ahora había dejado tan clara su preocupación por «la batalla cultural». Si analizamos la entrevista de Javier Casqueiro en El País (domingo 16 de agosto), la rueda de prensa posterior a su destitución (lunes 17) y las declaraciones de Pablo Casado después de que la Junta Directiva refrendara la destitución (jueves 20), percibiremos las dimensiones reales del problema: la dificultad de precisar las relaciones del PP con las tradiciones culturales. Más allá de los mantras habituales de una «cultura de la libertad, la tolerancia y el pluralismo», ¿cuáles son las fuentes culturales que alimentan las convicciones populares? ¿qué imaginario cultural nutre sus propuestas de política social? Vayamos por partes.
A juicio de Cayetana Álvarez de Toledo «hay un terreno nuevo y fértil para un partido que defiende la libertad y la igualdad: el de la batalla cultural. Cada vez son más las voces de la socialdemocracia, progresistas, ilustradas y modernas que se alzan contra la espiral identitaria. Que rechazan la deriva reaccionaria emprendida por las élites izquierdistas…el PP tiene que ensancharse a esas voces y liderar el gran espacio español de la razón». Esta última expresión es importante desde el punto de vista cultural porque su fichaje volvía a inmunizar al PP contra el virus de la razón moderna.
Ya la Fundación FAES de José María Aznar se había encargado de poner en marcha este proceso de inmunización para abanderar la batalla del progreso, la razón y la modernidad, sin darle la espalda a las tradiciones liberales o conservadoras españolas. Recordemos la ponencia de María San Gil y Josep Piqué sobre Patriotismo Constitucional (2002). El pasado lunes 17 de agosto, por tarde, incidía en el tema para marcar distancias con la radicalidad identitaria y «buscar la racionalidad y defensa de la igualdad ante la ley». De esta forma, descubre «un terreno fértil y nuevo, profundamente liberal y profundamente progresista» (ver minutos 19-20).
Igual que Felipe González o Aznar en su momento, Casado había iniciado un proceso de inmunización política contra la virtud liberal
Aquí la batalla cultural se entiende como una renovación del proyecto ilustrado que parece pervertido por las derivas identitarias herederas de banderas sesentayochistas. A su juicio, tanto la derecha como la izquierda del PP han abandonado un terreno que a los populares convendría roturar, labrar y sembrar. Para Cayetana Álvarez de Toledo consiste en «la defensa a ultranza del individuo, de la persona, del ciudadano». Y se concreta en tres ejes que dibujan un centro político aparentemente novedoso: constitucionalista, recuperador de las clases medias y promotor de una «cultura de la ciudadanía». De esta forma, con la inmunización frente a la razón moderna, el PP se vacuna también contra el individualismo.
Cayetana Álvarez de Toledo precisa que el suyo es un individualismo constitucional «a ultranza», sin discernir que hay otras formas de entender el individualismo pero que, en todo caso, el PP puede identificarse plenamente con esta moral individualista. Podría haberse referido a Gilles Lipovetsky cuando distingue entre individualismo responsable e irresponsable, pero el desafío ético permanece: ¿es suficiente este individualismo «a ultranza»para construir el espacio español de la razón? ¿Por qué el «espacio español de la razón» tiene que ser individualista?
La batalla cultural también consistía en un proceso de inmunización contra las minorías reformistas y la ejemplaridad moral. Con Cayetana Álvarez de Toledo se apostaba por un estilo de liderazgo basado en profesionales ilusionados y convencidos de que se puede y se debe regenerar la política. Representaba la integración en la política convencional de iniciativas éticas postconvencionales como las que hicieron germinar a Libres e Iguales, UPyD, Ciudadanos o Sociedad Civil Catalana. Representaba partidos abiertos a lo mejor de una sociedad civil despierta y combativa, dispuestos a dinamizar el gregarismo organizativo y el caciquismo autonómico. Ante la prosa rutinaria de los rebaños partidistas, se había introducido la vacuna de la aristocracia y la excelencia profesional, siendo catalogada como «verso suelto» por aquellos que «viven de» la papilla de los argumentarios partidistas.
Álvarez de Toledo apostaba por un estilo de liderazgo basado en profesionales ilusionados y convencidos de que se puede y se debe regenerar la política
Recordando la famosa distinción de Max Weber entre quienes «viven de» y quienes «viven para» la política, Casado ha optado por los primeros, es decir, por aquellos que hacen de la política de partidos su profesión. Ha marginado el «factor vocacional» en detrimento del «factor organizativo», sin darse cuenta de que lo mejor del espíritu de la Transición y la consolidación de la democracia se lo debemos a profesionales con vocación política y no a empleados de los partidos. En las declaraciones de Casado comprobaremos las expresiones que ha utilizado para pasar de puntillas ante el reto de la excelencia profesional y la vocación política. Lo ha vestido como una respuesta para no actuar con agresividad, para no caer en la «trampa de la crispación» y la defensa «ruidosa» de las convicciones, lo ha legitimado con el indoloro mantra de la «transversalidad».
Además, Casado ha entrado ingeniosamente en la orteguiana y clásica dialéctica entre minorías y mayorías. La partitura que le han preparado sus guionistas es de primero de políticas, cuando le han hecho decir: «el PP no es un partido de minorías indomables sino de mayorías imbatibles, no es un partido de trincheras estrechas sino de plazas amplias». En un ejercicio cosmético de manual para la galería de tertulianos, estos guionistas muestran que el problema con Cayetana Álvarez de Toledo no está en las convicciones, sino en la forma con la que se defienden, dejando claro dos estilos diferentes: por un lado, el asociado a términos como «agresividad», «crispación», «aristas», «ruido», «autoconsumo», «trincheras»; por otro el asociado a términos como «cercanía», «credibilidad», «coherencia», «solvencia», «argumentos», «razones», «plazas anchas». La guinda indolora argumentario no deja lugar a dudas: «(el PP es) … un espacio para muchos, con ideas y convicciones claras, pero con actitudes constructivas…con política a lo grande, transversal, ilusionante y tranquila».
3.- Con la destitución de Cayetana Álvarez de Toledo también emerge el lugar de la virtud liberal en la política cultural del PP. Entendida en un sentido amplio como condición necesaria para una socialdemocracia renovada (Rawls), o para un liberalismo libertario (Nozick), la destitución corre el peligro de dejar al partido anémico en la virtud liberal. La presencia de personajes como Cayetana Álvarez de Toledo en las democracias de partidos suponen una fuente de esperanza para quienes aún creen en la virtud liberal, esto es, en el hábito de practicar la indómita libertad de juicio para buscar cooperativamente la verdad, aun a sabiendas de que pueden no tener razón. Una virtud que no es indolora porque exige disciplina, sacrificio y un ascetismo poco habitual en los partidos. Igual que Felipe González o Aznar en su momento, Casado había iniciado un proceso de inmunización política contra la virtud liberal. Se vacunaban con el anticuerpo de los librepensadores de todos los tiempos para adelantar a los conservadores en la carrera de la libertad de juicio y a los progresistas en la carrera de la justicia social.
Esta inmunización de la virtud liberal en la política cultural española siempre ha tenido un carácter problemático. Basta repasar la obra del hispanista canadiense Víctor Ouimette para comprobar la compleja relación entre los intelectuales españoles y el liberalismo, sobre todo cuando el adjetivo «liberal» no se asociaba tanto a los créditos de las virtudes públicas cuanto a los descréditos de los vicios privados. Cuando Cayetana Álvarez de Toledo declaró el pasado lunes 17 de agosto que Casado le había dejado claro que no le interesaba la batalla cultural porque era un debate «conceptual» focalizado en el feminismo, las identidades y la memoria histórica, estaba dando a entender que el partido no entraría a precisar o clarificar conceptos. Por muy básicos y elementales que puedan ser estos conceptos para los intelectuales, o por muy urgente que pueda ser su clarificación para los académicos, las circunstancias exigen que el partido priorice indoloramente la economía y deje de lado los sacrificios conceptuales de la cultura.
Y es aquí donde los populares tienen un problema. No hay que recordarles la importancia de la Economía, pero sí hay que recordarles la importancia de los dinamismos culturales. Sabrán mucho de Economía o Derecho, pero están anémicos en las estimativas que movilizan los Imaginarios culturales contemporáneos. No es únicamente la valoración del español como «lengua» vertebradora y patrimonio común, tampoco de España como «marca” comercial, sino el compromiso cotidiano, ascético y quijotesco con la virtud liberal, la ejemplaridad moral, la excelencia profesional o el discutible posicionamiento ante las tradiciones de la razón moderna.
La destitución ha puesto al descubierto la fragilidad del imaginario cultural de los populares, que tendrá que ponerse a prueba en todas las iniciativas legislativas de calado. No solo las que afectan a temas de Bioética clínica como la eutanasia, los cuidados paliativos o la regulación de la maternidad subrogada, sino a temas que afectan a la Biopolítica cultural como los reduccionismos del materialismo de la razón moderna, el jaque mate al espíritu de la Transición que ha puesto en marcha la izquierda. También el desprestigio de la cultura del esfuerzo, del mérito y la responsabilidad para evitar el desmoronamiento de una clase media, y todos los temas relacionados con la «ideología de género».
Temas en los que no bastan soluciones aldeanas indoloras porque está en juego una batalla tecnológica y cultural de dimensiones globales. Algunos se mueven y se arriesgan a no salir en la foto, quizá para recordarnos a militantes, simpatizantes o sufridos ciudadanos la diferencia que aún existe entre civilización y barbarie.
La portavoz de Sanidad del Grupo Parlamentario Popular explica la postura de su partido respecto a la eutanasia. El PP se opone a la legalización que pretende el Gobierno y aboga por una ley de cuidados paliativos.
El presidente del PP se equivocó al creer que el partido tenía las virtudes que las bases y él veían en sus siglas.