Juan Milián Querol | 27 de noviembre de 2019
Las sociedades se fracturan por odios y narcisismos. Isaiah Berlin aseguró que “ningún movimiento que no se haya aliado con el nacionalismo ha tenido éxito en los tiempos modernos».
El fantasma del nacionalismo vuelve a recorrer Europa. El desprecio hacia las libertades individuales empieza a degradar notablemente el Estado de derecho y, por tanto, la democracia. Las sociedades se fracturan por odios y narcisismos, y los más pudientes de las sociedades más privilegiadas se creen víctimas e, incluso, banalizan y justifican la violencia.
El conflicto civil no es una quimera. Así pues, la pedagogía de la sociedad abierta y el pluralismo es hoy tan necesaria como complicada, estando embarrados en un campo de batalla sentimentaloide. Quizá la ciencia más adecuada para estudiar el resurgimiento nacionalista y cómo darle respuesta sea el de la psicología social. Sin embargo, la fuerza de las ideas nunca debe desdeñarse y no hallaremos a nadie como Isaiah Berlin para conocer la historia de aquellas que hoy definen nuestro mundo.
Sobre el nacionalismo. Textos escogidos
Isaiah Berlin
Página Indómita
160 págs.
17,90€
Es, pues, motivo de gozo intelectual que la editorial Página Indómita acabe de publicar en un solo volumen los textos de este autor sobre el nacionalismo. Estamos ante un pensador cuya sabiduría y brillantez están a la altura de su apasionante vida, que es una crónica precisa del convulso siglo XX, como podemos leer en la biografía escrita por Michael Ignatieff. Berlin fue un liberal pluralista que construyó su pensamiento a partir de la lectura y el estudio de las obras de sus presuntos adversarios intelectuales, de Karl Marx a los reaccionarios. Sobre la respuesta romántica a los dogmas de la Ilustración escribió algunas de sus páginas más memorables.
Así, no es de extrañar que, a diferencia de la mayoría de liberales de la segunda mitad del siglo XX, Berlin estuviera en disposición de vaticinar las explosiones nacionalistas finiseculares. Para sus contemporáneos, el nacionalismo era una rémora del tribalismo con poco futuro. Las nuevas tecnologías y un mundo más interconectado aproximarían a los seres humanos y la ciencia y la racionalidad derribarían las barreras sentimentales y el narcisismo de las pequeñas diferencias, pensaban. Se equivocaron.
En cierto modo, Berlin entronca con la tradición liberal decimonónica en lo que se refiere a la relación entre libertad y nacionalidad. Para pensadores como Alexis de Tocqueville o John Stuart Mill, el sentimiento de pertenencia a una cultura común no era una cuestión baladí en el mantenimiento de un orden político liberal. Siguiendo esa misma reflexión, Berlin anticiparía la crítica comunitarista al liberalismo, considerando, junto a los padres del Romanticismo como Johann Gottfried Herder, que difícilmente las personas podemos desarrollarnos fuera de una cultura y que, por lo tanto, el cosmopolitismo es “algo vacío”.
¿Convierte esto a Berlin en un autor nacionalista? De ninguna manera. Como destaca John Gray en su libro dedicado a nuestro autor, “al igual que todos los pensadores liberales, Berlin repudia la patología del sentimiento nacionalista (…) como ajena a los valores liberales esenciales de tolerancia y dignidad humana”. Conoce perfectamente los peligros de sistemas de pensamiento que, como el nacionalista, tienen una única respuesta para todas las cuestiones humanas. Berlin identifica ese monismo y desenmascara sus procedimientos.
El nacionalismo ha adquirido variadas y contradictorias formas a lo largo de la historia. En unos inicios se alió con la industrialización y, más tarde, encontró en ella un aliado. Algo parecido observamos en estos tiempos posmodernos en los que el nacionalismo parece una reacción a las inseguridades que producen las nuevas tecnologías, pero también encuentra en ellas a su mejor aliado para difundir un mensaje que fragmenta y polariza entre amigos y enemigos.
Con todo, según nuestro autor, el nacionalismo siempre se sustenta sobre cuatro creencias, independientemente del disfraz con el que pretenda llamar la atención en un momento determinado. Así, el nacionalismo “cree en la imperiosa necesidad de pertenecer a una nación; en la relación orgánica de todos los elementos que constituyen tal nación; en el valor de lo que nos es propio, simplemente porque es nuestro; y, finalmente, en la supremacía de sus reivindicaciones cuando se ve enfrentado a quienes rivalizan por conseguir autoridad y lealtad”.
De esta manera, el nacionalismo es distinto a la “mera conciencia nacional”. En todo caso, sería la exageración de esta. Sería la malversación de la identidad por parte de unas elites que necesitan que exista una herida colectiva, real o imaginaria, para alcanzar o mantenerse en el poder político. Así, no es de extrañar que inviertan energías ilimitadas en presentarse como víctimas, como portavoces de una sociedad humillada que necesita cerrar filas y defenderse de un enemigo (también real o imaginario). Es un mecanismo de eficacia probada, frente al cual, la argumentación y los hechos son insignificantes si estos no confirman el prejuicio supremacista. Por esta razón, es un tentador instrumento de poder. Aniquila la crítica y moviliza a los seguidores/votantes, que pasan a considerar la honestidad o la gestión de la clase dirigente una cuestión secundaria o irrelevante.
La fuerza de estas creencias fue abrumadora en el siglo XX. Berlin aseguró que “ningún movimiento que no se haya aliado con el nacionalismo ha tenido éxito en los tiempos modernos. Todos los movimientos que han desafiado al nacionalismo han sido derrotados inmediatamente o bien se han visto muy debilitados por la resistencia que han encontrado”. Por ello, desde el liberalismo al comunismo, ideologías cuyos principios entraban en conflicto con el nacionalismo, se han unido en algún momento a él para triunfar… aunque, posteriormente, hayan sido devorados por la bestia.
El nacionalismo es sin duda la más poderosa y quizás la más destructiva fuerza de nuestro tiempoIsaiah Berlin, politólogo e historiador
Y es que “el nacionalismo es sin duda la más poderosa y quizás la más destructiva fuerza de nuestro tiempo. Si existe el peligro de aniquilación total de la humanidad, lo más probable es que dicha aniquilación provenga de un estallido irracional de odio contra un enemigo u opresor de la nación real o imaginario, y no contra una Iglesia o una clase; un enemigo de la raza y no de la civilización”.
¿Cómo evitar que esa fiebre que lleva a algunas sociedades a la locura de actuar contra sus propios intereses e, incluso, a su autodestrucción se extienda? Pues bien, Berlin reconoce que “la educación es un proceso lento, pero los atajos y las medidas revolucionarias, incluida la versión más drástica que el comunismo representa, han sido inútiles”. Lo más parecido a una receta que nos ofrece es: “conocimiento, imaginación, paciencia y genio en grado suficiente”. Es, sin duda, consciente de la limitación de su respuesta al nacionalismo, pero su obra, tan oportunamente editada, es esencial para entender los orígenes y la importancia de “esta particular rama de la revuelta romántica”.
El nacionalismo que comenzó con Jordi Pujol ha desembocado en un narcisismo idiota, capaz de destruir lo que dice que ama y que está inmerso en un bucle fascistoide que lo aleja de todo cambio.
La CUP es el ejemplo extremo de esa nueva izquierda no obrera que empezó a configurarse en los años 60 y a crecer tras la caída del Muro de Berlín ahora hace 30 años.