Ainhoa Uribe | 27 de diciembre de 2019
Tiempos volátiles, inciertos, complejos y ambiguos. Una definición que vale en el plano internacional, pero también dentro de España.
En los años noventa, la situación política tras el colapso de la Guerra Fría fue definida por la Escuela de Guerra del Ejército Norteamericano con el acrónimo VUCA, para poder explicar la volatilidad (Volatility), la incertidumbre (Uncertainty), la complejidad (Complexity) y la ambigüedad (Ambiguity) del nuevo contexto geopolítico. Por aquel entonces, el panorama pareció clarificarse en unos pocos años, al pasar de un mundo bipolar, dominado por Estados Unidos y la Unión Soviética, a un contexto unipolar, liderado por los Estados Unidos, que representaban el triunfo de la libertad de mercado y la democracia.
Sin embargo, en los últimos años asistimos a un resurgir de ese llamado mundo “VUCA”, que se ha vuelto multipolar y cada vez más incierto. La vieja Europa ha perdido buena parte de su protagonismo en el plano internacional. Un dato esclarecedor de lo que está sucediendo es que, hace diez años, de las 40 mayores empresas por capitalización bursátil del mundo, entre las 10 primeras siempre había compañías europeas, y en 2019, por el contrario, ninguna de las top ten es europea, todas son americanas y chinas, ocupando entre las europeas las mejores posiciones dos empresas suizas: Nestlé (posición 13º) y Novartis (19º).
A su pérdida de peso económico, se suma que Europa vive, además, acechada por las protestas sociales en Francia, el secesionismo en España, el populismo en Italia, las vulneraciones al Estado de derecho en países como Polonia o Hungría y, fundamentalmente, por la incertidumbre del brexit (y los resultados de las elecciones británicas del 12 de diciembre), que han roto la unidad y el liderazgo europeos, como consecuencia de crisis internas nacionales. Es por ello fundamental que la nueva Comisión Europea, liderada por Ursula von der Leyen, sea capaz de vertebrar y dirigir el proyecto comunitario para recobrar su liderazgo en un contexto cada vez más complejo.
El tablero de ajedrez ha cambiado y en el nuevo damero internacional Estados Unidos comparte su protagonismo con la Rusia de Vladímir Putin y la China de Xi Jinping. Rusia, que tradicionalmente había mirado a Europa en sus relaciones exteriores, parece estar ahora más preocupada por desestabilizar los regímenes democráticos europeos, apoyando los movimientos independentistas nacionalistas que habitan en su seno (entre los que se incluye el catalán), o por alentar las revoluciones bolivarianas venezolanas y las protestas sociales en América Latina, que en ampliar los derechos y libertades de los ciudadanos rusos.
Los socios de Putin ahora están en Oriente, donde se dibuja una nueva ruta de la seda o puente euroasiático, que unirá por tierra y por mar los puertos del Pacífico, el Lejano Oriente ruso y chino, y algunos puertos marítimos europeos. La ambiciosa red ferroviaria y portuaria de la nueva ruta de la seda no es ya una utopía, sino una realidad en marcha, que verá la luz en 2030 y acrecentará el problema de la guerra comercial entre Estados Unidos y China.
Entonces, el mundo volverá a ser bipolar, pero las nuevas potencias hegemónicas ya no serán Estados Unidos y Rusia, sino el gigante americano y China. Rusia, pese a ser un poder fáctico y geopolítico, no lo es tanto en términos económicos, ya que es un país cuyo PIB anual -1.402.938M.€ en 2018- representa una cifra aproximada al PIB anual español -1.202.193M.€-, pero con el triple de población. Por el contrario, en 2018 el PIB chino fue de 11.530.456M.€, con lo que la República Popular es la 2ª economía en el ranking de los 196 países del mundo.
En este contexto bipolar, una Europa dividida pierde fuerza, como también la pierde España, inmersa en un debate de investidura que parece se resolverá entre polvorones en Navidad y que vendrá cargado con una carta a Papá Noel, en la que vascos y catalanes piden el reconocimiento de su derecho a la autodeterminación.
Mientras los catalanes agitan las calles, los vascos han preparado su borrador de reforma del Estatuto. La «propuesta técnica» del PNV, Elkarrekin Podemos y PSE-EE para renovar el Estatuto vasco pretende aumentar los derechos sociales y plantear la ampliación del marco competencial vasco, reclamando, por ejemplo, la transferencia de la política penitenciaria y la reinserción social de presos, así como la gestión del régimen económico de la Seguridad Social.
Además, el texto, apoyado por los socios de Pedro Sánchez (Podemos), no solo busca vaciar de competencias al Estado en favor del País Vasco, imponiendo una relación de «bilateralidad», sino que pretende abrir la puerta al derecho de autodeterminación, a través de una disposición adicional en la que se reconoce el «derecho a decidir pactado con el Estado», en lugar de por la vía unilateral, como se persigue desde Cataluña. Esta propuesta no satisface a todos los sectores nacionalistas y Bildu reclama un reconocimiento más claro del «derecho a decidir» en el nuevo Estatuto, al tiempo que sale a las calles de Bilbao para defender la «república vasca». La citada “propuesta técnica” ya ha quedado registrada en el Parlamento Vasco, con el rechazo del Partido Popular y la frustración (por insuficiente) de Bildu y aspira a marcar la hoja de ruta del nuevo Estatuto.
La paradoja es que el discurso oficial de Pedro Sánchez sostiene que en el País Vasco hay “normalidad” (tanta normalidad que hasta Arnaldo Otegi da entrevistas en la televisión pública nacional o los etarras dan conferencias en las universidades); y, en el caso de Cataluña, el Gobierno parece haber aceptado la tesis de que hay un conflicto, al que califican de “político”, y cuya solución pasa, supuestamente, por el “diálogo”, ya sea de la mano de algún tipo de cupo fiscal camuflado, para reducir la cantidad que Cataluña aporta al sistema de solidaridad, o por otras vías, como la ampliación de competencias, que hasta ahora el Tribunal Constitucional había considerado inviable.
En resumen, en nuestro país el cumplimiento del Estado de derecho y de las obligaciones de lealtad constitucional, que impone la Constitución, ha quedado relegado a un segundo y tercer planos, no sabiendo muy bien los ciudadanos qué va a suceder, no ya en los próximos años, sino en los próximos meses, e incluso días. Son tiempos VUCA para España también: tiempos volátiles, inciertos, complejos y ambiguos.
Trump puede pasar a los anales de la historia como el presidente de Estados Unidos que consiguió terminar con el conflicto entre Corea del Norte y Occidente.
Esquerra no tiene ningún interés en la gobernabilidad del país, pero para ganar la hegemonía nacionalista desea un triple tripartito de izquierdas en Barcelona, Cataluña y España.