Elio Gallego | 28 de enero de 2020
El término ‘izquierdear’ se encuentra en desuso, pero no puede hallarse de mayor actualidad en la realidad política española, hasta el punto de constituir la atmósfera que lo envuelve todo.
Existe un término que, si no recuerdo mal, descubrí leyendo El Quijote, y es ‘izquierdear’. Rápidamente acudí al Diccionario de la RAE, que me informaba de que se trataba de un término en desuso, lo que era obvio, y que significaba «apartarse de lo que dictan el juicio y la razón», lo que se ajustaba perfectamente con la palabra ‘izquierda’ -trasunto del término latino siniestra-, de la cual deriva. Lo que más me llamó la atención de este verbo fue, primero, su fuerza expresiva, y, segundo, que se encontrara en desuso precisamente en un momento en el que no podía hallarse de más actualidad en la realidad social y política española.
Y, reflexionando sobre ello, pensé que la posible explicación de su desuso se hallaba precisamente aquí, en que lo izquierdoso resulta hasta tal punto dominante en nuestros días que constituye la atmósfera que lo envuelve todo. Solo porque el izquierdeo se ha convertido en el aire que respiramos, se ha vuelto imperceptible a nuestros sentidos. Al hallarse en todas partes y tornarse tan genérico, ya no tendría sentido un término que lo identificase en su singularidad.
Por otro lado, sin embargo, nunca el juicio y la razón pueden desaparecer del todo de la sociedad de los hombres, pues de lo contrario esta no subsistiría. Siempre quedará un resto, un punto de cordura que guíe al hombre normal en su quehacer diario, y sin el cual la vida se tornaría imposible. E incluso, yendo más allá, podríamos decir que lo izquierdoso no puede afectar al núcleo íntimo de la conciencia y del sentido de lo real sin que acabáramos todos en un manicomio, de modo que lo izquierdoso, en realidad, «siempre flota en la superficie». Se trata, pues, de ir al fondo de las cosas, de encontrar el significado auténtico y su razón de ser, para, a partir de ahí, ir discerniendo lo verdadero de lo falso, lo justo de lo injusto, lo torcido de lo derecho. Y llamar por su nombre, ‘izquierdear’, a todo lo que va en contra de tan elemental distinción o busca confundir unas cosas con otras.
Un ejemplo de este izquierdeo, de una gravedad inusitada, lo podemos encontrar nada menos que en la más alta instancia de la Justicia en España, el Tribunal Supremo, a quien el propio Tribunal Constitucional ha reconvenido por agravar las penas, sin derecho a defensa, de los condenados por irrumpir con empujones y gritos en un acto independentista que se celebraba en el Centro Blanquerna, elevándolas a cuatro años de prisión. Curiosamente, uno menos que a Rodrigo Lanza, condenado a cinco años por golpear brutalmente en la cabeza por la espalda con una barra de hierro a un hombre cuyo “delito” era llevar unos tirantes con la bandera de España, y patearlo posteriormente cuando este yacía en el suelo. Rodrigo Lanza, quien, por cierto, ya había sido condenado por dejar tetrapléjico a un guardia urbano en Barcelona en 2006.
El argumento del Alto Tribunal para el agravamiento de las penas en el caso Blanquerna, y que ahora el Constitucional le pide que revise, fue por “motivos discriminatorios de carácter ideológico”. Pero, casualmente, poco antes, la misma Sala del Tribunal Supremo había reducido las penas a los condenados por pegar una paliza a dos guardias civiles y a sus novias en un bar de Alsasua, al eliminar esa misma agravante de “discriminación ideológica” en dicha agresión. Curioso, ¿verdad?
Si a ello le añadimos la última y sorprendente condena por sedición y no rebelión para quienes habían intentado subvertir el orden constitucional y romper la unidad de la nación desde sus cargos públicos, en contra del parecer unánime del Ministerio Fiscal; o su declaración de que existían razones de “extraordinaria y urgente necesidad” para exhumar a Francisco Franco, sin que la familia tenga derecho de disposición alguna sobre el difunto, nos conduce, inevitablemente, a concluir que el Tribunal Supremo no está aplicando el Derecho, sino más bien, y por desgracia, el Izquierdo. Y, claro, esto es un caso de libro de ‘izquierdear’.
PSOE y Podemos acaban de iniciar toda una revolución fiscal basada en el derroche y en el abuso.