Juan Milián Querol | 28 de agosto de 2019
Es difícil adivinar cuál será el proyecto definitivo del actual primer ministro para el Reino Unido, pero su discurso parece atender a los sentimientos de miedo e inseguridad de sus ciudadanos.
Boris Johnson va perfilando su proyecto para el Reino Unido postbrexit. En la puerta del 10 de Downing Street y en su primer discurso como primer ministro, prometió, entre otros gastos, 20.000 nuevos policías en las calles, más hospitales para el Servicio Nacional de Salud, más dinero público para la educación primaria y secundaria y un plan histórico de infraestructuras. Esta política keynesiana de gasto, esta suerte de Plan Marshall para superar el golpe del brexit, parece un anzuelo para pescar votos en el caladero de un laborismo desorientado pero con posibilidades de situar al frente del gobierno británico, por primera vez en la historia, a un marxista como Jeremy Corbyn.
Igual que Thatcher había arreglado una economía rota en los años 80, Cameron pretendía ser el líder político que iba a recoser una sociedad rota por la falta de oportunidades
En el discurso de Boris Johnson podría entreverse la denominada estrategia de la triangulación, una invasión discursiva en territorio rival que teorizó Dick Morris, asesor de Bill Clinton que también había trabajado para los republicanos estadounidenses. Triangular es presentarse como el más fiable en las materias que tradicionalmente han formado parte del núcleo duro del adversario político. Clinton lo consiguió gracias a la economía. Se acordarán de aquel famoso “es la economía, estúpido”. En la misma línea, el laborista Tony Blair trianguló con la propuesta ideológica de Anthony Giddens, la Tercera Vía, una ensalada con ingredientes liberales, conservadores y socialdemócratas.
Y también lo haría alguien que tomó a Blair como modelo para modernizar un partido conservador que llevaba años sufriendo el estigma de ser un nasty party, un partido desagradable. David Cameron, así como Blair no rompió con la política económica de Margaret Thatcher, acudió a su primera cita electoral en 2010 con una agenda social que no solo respetaba el legado laborista, sino que le daba otra vuelta de tuerca en materias como la lucha contra pobreza o el ecologismo y exhibía un contundente compromiso, incluso con implicación familiar, con la mejora de la sanidad pública. En aquel momento, el digital Cameron parecía más el sucesor natural de Blair que el analógico Gordon Brown.
Así, donde Cameron apostaba por un mayor pragmatismo en el ámbito social, Johnson parece recurrir al paternalismo y a un liderazgo fuerte
Igual que Thatcher había arreglado una economía rota en los años 80, Cameron pretendía ser el líder político que iba a recoser una sociedad rota por la falta de oportunidades y la dependencia de los subsidios o de las drogas. Y, aunque su frivolidad en la convocatoria de referéndums divisivos acabaría fracturando aún más la sociedad británica en tribus con identidades difícilmente reconciliables, el proyecto inicial del nuevo conservadurismo se basaba en la idea de la gran sociedad –the Big Society-.
Más que hablar de reducción del Estado, se proponía una expansión de la sociedad. A la responsabilidad individual respecto al propio futuro de cada uno se le debía añadir la responsabilidad cívica, la responsabilidad con los otros, con la mejora de las condiciones de toda nuestra comunidad. No se trataba, pues, de más regulaciones, ni de más paternalismo estatal, métodos que en no pocas ocasiones perpetúan la pobreza en lugar de combatirla con eficacia. Al contrario, la cuestión era ofrecer incentivos para que la comunidad prosperase por sí misma.
El conservadurismo es también un deber con los más necesitados. Nadie debe quedar atrás y la responsabilidad es tanto del Estado como de la sociedad.
El programa de Cameron buscaba una mejor eficiencia en el gasto público y una transferencia de poder del Estado hacia los gobiernos locales, las comunidades y las familias. Buscaba una mayor autonomía de los centros públicos, quitándoles el corsé de la burocracia y el centralismo. Buscaba un impulso del voluntariado y estimular el espíritu empresarial tanto en la economía como en la comunidad. David Cameron recuperó la idea, ya usada por George W. Bush, de conservadurismo compasivo. En este sentido, el conservadurismo es también un deber con los más necesitados. Nadie debe quedar atrás y la responsabilidad es tanto del Estado como de la sociedad.
De hecho, podríamos señalar que, tanto Cameron en sus inicios como ahora Johnson, no es que triangulen, es que rescatan la tradición conservadora anterior a Thatcher y que la propia Dama de Hierro truncó en cierta manera. Tanto el reformismo de la “gran sociedad” de Cameron como la disposición al gasto público de Johnson enlazan con el conservadurismo One-nation del decimonónico primer ministro Benjamin Disraeli.
Sin embargo, estos dos antiguos estudiantes de Eton presentan matices muy diferentes, que no solo definen sus liderazgos casi antitéticos, sino que son también signo de los tiempos, de la mayor incertidumbre y desasosiego que sufre un clase media que se siente perdedora de la globalización y víctima de la crisis económica y que no ve nada claro un futuro en el que los cambios tecnológicos intensificarán los cambios en el mercado laboral. Así, donde David Cameron apostaba por un mayor pragmatismo en el ámbito social y adornaba su liderazgo con toques postmaterialistas, Boris Johnson parece recurrir al paternalismo y a un liderazgo fuerte. Recordemos que este es el autor de una muy bien escrita hagiografía de Winston Churchill en la que, entrelíneas, parece describir cómo a él le gustaría ser percibido.
Con todo, es difícil adivinar cuál será el proyecto definitivo del actual primer ministro para el Reino Unido si es que realmente llega a tenerlo. La coherencia nunca ha sido su fuerte. Solo la ambición personal se ha mantenido como una constante en la ecuación de sus principios. Sus artículos como corresponsal del periódico The Telegraph en Bruselas alimentaron un resentimiento contra la Unión Europea que, al mismo tiempo, dividió la nación que él dice querer unir.
Las dotes como polemista irreverente y pionero de fake news y modernas teorías de la conspiración quizás eran idóneas para ser un famoso columnista, uno de los favoritos de Thatcher, pero no parecen la mejor hoja de presentación para un gobernante con altas responsabilidades.
Disraeli escribió que “el Partido Conservador debería ser el partido del cambio, pero de un cambio que se compagine con las costumbres y modos y tradiciones y sentimientos del pueblo y no obedezca a un gran proyecto”. La capacidad para el cambio de Boris Johnson es indudable y con su discurso también parece atender a los sentimientos de su “pueblo”, a sus miedos y a sus inseguridades. Que de todo ello surja un proyecto coherente y que el presupuesto público lo pueda sostener ya es harina de otro costal.
Juan Milián Querol (Morella, 1981) es politólogo y político. Escribe en diferentes medios como The Objective y la edición de ABC en Cataluña. Su último libro es El acuerdo del seny. Superar el nacionalismo desde la libertad (Unión Editorial). Ha sido diputado del Parlamento catalán durante tres legislaturas y, actualmente, es coordinador general de Estrategia Política del PPC.