Chapu Apaolaza | 28 de agosto de 2021
Si la alcaldesa de Gijón se enfadó porque un toro se llamaba ‘Nigeriano’ y otro ‘Feminista’, ahora la Junta de Andalucía pretende retirar de los ruedos a los enanos toreros por ir en contra de la Ley de Derechos de las personas con discapacidad, pese a que ellos reconocen que el torear no les denigra.
Pretende el Gobierno retirar del ruedo a los enanos toreros porque cree que actuar en una plaza los denigra y a mí un enanito torero me parece un enanito empoderado. El espectáculo les dignifica, les deja ganarse la vida y vivir de sus pasiones toreras, pero esto no parece entenderlo el Gobierno ni la Junta de Andalucía que ha prohibido un espectáculo de los enanos en Baza por ir en contra de la Ley de Derechos de las personas con discapacidad, un texto que paradójicamente aquí se enarbola para terminar con su derecho a ponerse delante de un toro.
Los enanos en cuestión juran que a ellos no les denigra torear, pero en eso estamos ahora. No sabe uno si sale más a cuenta una dictadura que diga lo que tiene uno que hacer que esta cosa que manda con qué se tiene uno que ofender; este Gobierno que se ofende por uno.
En mi hambre, en mi miedo y en mi cabreo mando yo y la alcaldesa de Gijón, que no pasará a la historia por haber inventado la pólvora y que se enfadó mucho porque un toro se llamaba ‘Nigeriano’ y otro ‘Feminista’ porque eran hijos de la vaca nigeriana y de la vaca feminista. De la misma manera, si la alcaldesa tuviera un hijo se llamaría, pongamos, ‘alcaldeso de Gijón’, pero ella montó un pollo como si simbólicamente se estuvieran sacrificando en la plaza a uno de esos inmigrantes de los que cruzan el Estrecho en colchoneta y a Clara Campoamor. Deben de andar cavilando las mujeres maltratadas, los muertos del fondo del mar y los enanos cómo la vida les dio lo que les dio y después la alcaldesa de Gijón los usara para andar prohibiendo lo que a ella no le gusta.
No sabe uno si sale más a cuenta una dictadura que diga lo que tiene uno que hacer que esta cosa que manda con qué se tiene uno que ofender
La línea entre el toreo cómico y la parte seria es muy delgada y si uno se fija, todos los toreros son enanos. Según el pacto de lectura de la tauromaquia, el hombre debe parecer pequeño y el toro grande; si no, el toreo no funciona. Después, gracias a su valor, el hombre se agiganta y a mí no se me ocurre mayor negación de la pequeñez que lidiar un toro. Un enano puesto delante de un novillo es más grande que un enano oficinista, baloncestista o secretario de Estado; dónde vamos a parar. Dicen que en la plaza, se ríen de los toreros enanos, pero a veces también se ríen de los grandes: al banderillero cobarde que deja el par con prisa y poco decoro alguien le comenta que parece que estaba robando un bolso y, cuando el novillero torpe y falto de valor toma la espada, de pronto alguien le grita desde el tendido: «Chaval, no dejes de estudiar».
En casa de Antonio Corbacho vivía un enano con muy mala leche. Corbacho fue maestro samurái de toreros como José Tomás a los que daba clases de morir en la plaza e iba vestido con una chilaba por una casa de campo del Castillo de las Guardas en la que vivía un burro, un loro, un erizo blanco y el enano del que hablo. También iba por allí el Niño del Sol Naciente, un japonés al que un toro había dejado sentado en una silla de ruedas y hundido por la depresión y al que Corbacho le había dicho que dadas las circunstancias, lo mejor sería o saltarse la tapa de los sesos o irse a la casa a torear aunque fuera en silla.
Al enano, le invitó también a torear porque así mataría al enano que llevaba dentro. Su casa era un sitio mágico. A la atardecida en verano, Corbacho se hacía el muerto tumbado boca arriba en el agua de la piscina y, al bajar al agua a beber las golondrinas le raseaban el pecho. Allá en la finca, el enano tenía una de esas casetas que se usan para guardar los cacharros del jardín, pero Corbacho decía que no sabía lo que había dentro porque creía que si un día abría la puerta, el enano lo iba a matar. Ya digo que el enano tenía mala leche y cuando se enfadaba, te adivinaba la muerte. A mí me dijo que iba a morir en un accidente de tráfico en una fecha que afortunadamente no recuerdo y cuando lo conté en un reportaje, se enfadó mucho. Me dijo Corbacho que andaba buscándome para pegarme, pero se le debió pasar. Corbacho era maravilloso, pero también tenía lo suyo. Cuenta la leyenda que él mismo difundía que una tarde en la que José Tomás no estuvo bien en América, lo hizo ir hasta el hotel corriendo por la cuneta vestido de luces. Era duro con los toreros, no importa cuál fuera su estatura.
La fiesta de los toros apela al orgullo de ser mortales y finitos, pero pretende la eternidad en cada muletazo. Esa aceptación del destino insulta, sacude y contraviene lo contemporáneo.
Lo difícil es vivir en torero, dar las ventajas, ponerse en el sitio, citar, templar y mandar cargando la suerte, desde la honestidad, desde la verdad. Y eso es lo que está haciendo Morante. Otros están escondidos en su mito.