Qveremos | 28 de noviembre de 2019
Reorganizar la derecha y articular la oposición requiere, sobre todo, una alternativa y no pensar, simplemente, en la suma de PP y Vox a nivel nacional.
El resultado de las elecciones del pasado 10 de noviembre, más allá del contento que hayan podido generar en los cuarteles de PP y Vox, es un fracaso rotundo. Y lo es no solo por lo que dicen por ahí de que “España suma” habría ganado por mayoría absoluta (idea falsa, pues el votante de Vox procedente de la abstención o del socialismo nunca habría votado a una “España suma” plagada de vieja casta), sino porque, aun con una oferta amplia compuesta por tres partidos, un millón de personas que votaron a las llamadas “tres derechas” en abril se han quedado en casa.
Esa misma cifra de un millón es lo que distancia el resultado que obtuvieron PP y Cs en 2016 o el PP en 2011 del de ahora. Por tanto, hay algo que no convence, y todo parece indicar que el ámbito donde no se convence está más en el centro-derecha clásico (PP-Cs) que en el patriotismo alternativo de nuevo cuño (Vox).
Desde su nacimiento en 1989, el Partido Popular, aun heredando un patrimonio de ideas vastísimo de las corrientes que lo integraron (conservadores, liberales, democristianos y regionalistas), basó toda su estrategia en ser un gran instrumento electoral, el único capaz de derrotar al PSOE de Felipe González. Esa enorme utilidad que proporcionaba el PP a los españoles llevó a un progresivo abandono de las ideas, principios y valores que el partido estaba llamado a representar. De ahí que sus líderes se pasen la vida invocando “nuestros principios y valores”, pero sin ser capaces de enumerar media docena de esos principios y valores.
Alcanzado el Gobierno por primera vez, previo dominio de no pocas autonomías y ayuntamientos, el PP adoptó una estrategia plana en la que apenas se combatió la hegemonía que el discurso socialista había sido capaz de obtener. Por ello, ocurrida la fatalidad del 11M y la derrota de 2004, el socialismo pudo seguir tranquilo su proyecto en una segunda fase tendente hacia la radicalización. La dureza de la crisis económica hizo que la utilidad fuese de nuevo la gran razón de ser del PP: obtuvo una victoria histórica en 2011, pero no fue capaz de cambiar nada del modelo socialista, limitándose a una recuperación económica que, aun así, aumentó el gasto público y aplicó una dura subida de impuestos sin ser capaz de proporcionar un logro tan básico para los liberal-conservadores como era reducir el tamaño del Estado.
La historia reciente demuestra que el PP, pese a su ingente patrimonio ideológico, basa su estrategia en buscar aglutinadores de voto simples: la corrupción socialista, la crisis económica o el problema territorial. A base de competir en ese territorio de lo “fácil”, abandona otros aglutinadores de voto importantes para parte de sus votantes (como la defensa de la vida, la familia, la tradición, el campo, la caza, la libertad educativa, el orden público o la inmigración ordenada). E incluso en los aglutinadores importantes señalados (corrupción, economía y unidad nacional) el PP resulta de poco fiar para unos votantes que han podido comprobar sus problemas con la corrupción, la cuestionable gestión económica del Gobierno Rajoy, o su tibieza respecto del tema catalán.
Llegados a este punto, reorganizar la derecha y articular la oposición requiere sobre todo articular una alternativa. No se trata simplemente de organizar un gran instrumento electoral muy útil pero abstracto de contenido, sino que se requiere entrar en asuntos concretos que los votantes demandan.
Dicha reorganización no creemos que deba pasar necesariamente por sumar al PP y Vox a nivel nacional (aunque habría que estudiarlo en la Comunidad Autónoma Vasca, Navarra, Ceuta o Melilla). Vox tiene su discurso, diferente del discurso del PP en muchos temas, y debe seguir su camino. Que el entendimiento entre ambos partidos sea fácil, como lo demuestran los Gobiernos de Andalucía, Madrid o Murcia, no implica que no haya diferencias.
La historia reciente demuestra que el PP, pese a su ingente patrimonio ideológico, basa su estrategia en buscar aglutinadores de voto simples
Más allá de la competición con Vox, el PP tiene que ser capaz de articular un discurso que vuelva a entusiasmar su voto clásico. Un discurso en el que debe ser coherente y fiel a sí mismo en algunos temas, como por ejemplo defender las autonomías y lo que implican (la competición fiscal entre territorios es hoy por hoy el mejor estímulo a la bajada de impuestos que ofrece nuestro sistema institucional), el europeísmo como algo diferente al necesario soberanismo de Vox, el libre comercio y, por qué no, la familia, la vida, la patria, la tradición, la libertad religiosa y la educativa (aunque ello implique poner frenos al totalitarismo de las políticas basadas en la perspectiva de género).
Reconstruir la derecha, articular la oposición, pensamos, por tanto, que no puede pasar solo por organizar una gran plataforma electoral, sino que debe pasar por articular una alternativa. El silencio del líder del PP estos días y la voz cantante de los líderes más partidarios de un PP meramente utilitarista no parecen el mejor camino para articular una alternativa fiable. El equipo de Pablo Casado debería, en nuestra humilde opinión, ser capaz de liderar su propio partido relanzando el discurso con el que ganaron el congreso de julio de 2018. Un discurso demasiado escondido en los últimos meses.
La realidad es que en Italia los problemas se arreglan con pactos… y con tránsfugas. Sus ciudadanos siempre han demostrado habilidad para alcanzar acuerdos.
El exlíder de Ciudadanos ha conectado con buena parte de la población, ayuna quizás de un mártir con el que digerir el persistente bloqueo político e institucional en el que vive sumergida España.