Chapu Apaolaza | 28 de noviembre de 2020
El pedrismo vive de poner a gente a fumar en pipa. Viene pasando desde la foto de Colón sobre la que Sánchez edificó un imperio difuso en el que uno vive, se desespera, se pellizca por si está soñando y, sobre todo, se cabrea.
España es un cabreo con rotondas. Somos la nube de polvo de un enfado, del Dos de Mayo a Trafalgar, el puño dando en la mesa y el portazo. El español es un tipo bizcochable que solo adquiere sentido colectivamente enfurecido, unido a otros cabreados junto a los que despliega su esencia y su impulso. El nacionalismo vasco y catalán resultan tan españoles porque su tuétano es la ira, concretamente la ira hacia España, que es la más española de todas. Arnaldo Otegi se irrita correoso y duro como el acero vizcaíno. En cambio, Quim Torra se contiene y el enojo le dibuja dos coloretes en las mejillas como si saliera del pádel. Pedro Sánchez se pone ahí cuando deja quietas las manos -cuidado- y Carmen Calvo cuando discurre por las oraciones de su discurso con velocidad, tono y tensión constantes, como el tiburón blanco de Sudáfrica cuando nada junto a la jaula del turista. Esa furia contenida es España.
Digo que el enojo de aquí solo se ha detenido en algunos paréntesis de concordia, pequeñas paces accidentales casi de descansillo, como los episodios de abstemia de un beodo. El último ha sido la Transición, el consenso y la democracia que se vienen arrastrando estos días como geisha por arrozal. Empezó según el ideal democrático en el que los partidos -o lo que fueran- tomaban decisiones en beneficio de toda la ciudadanía, pese a que suponían un castigo electoral para ellos mismos (aka ‘el estadismo’). Después, tomaron decisiones para cada vez menos ciudadanos y también redujeron el daño electoral, naturalmente. Más tarde, entre trabajar por la mayoría y trabajar para sus votantes, eligieron a sus votantes siempre que no perjudicaran al de enfrente, pues contaban con el impulso de convencer a algún desaprensivo del otro lado. Forzando un poco más la máquina, y en la penúltima fase del despendole, se tomaron las decisiones para contentar al propio pese a que se enfadaran los otros. Lo de ahora consiste en tomar decisiones de Gobierno con la condición única de que enfaden a los de enfrente.
Así estamos en el quicio de la puerta de la contienda. Naturalmente, este cabreo lo inventó Sánchez, que vive en una carrera de saltos de líneas rojas; a ver por qué no iba a saltar esta. El pedrismo consiste en muchas cosas, pero una de ellas es la vocación continua de permanecer en lo impensable. Allá donde los demás no se atreven a ir es donde él vive y pergeña los bocetos con hipérboles de lo imposible. Va por ahí donde nadie osa ir y cada vez se adentra más en la espesura de selvas tezánicas donde encuentra cosas, lo que sea: un bloque de legislatura con Bildu, la España de las mil naciones, lo que haga falta. El último artefacto consiste en celebrar el enfado de los que no los votan no como un peaje a pagar, sino como un sello de calidad de su progresía. Si algo cabrea a este y al otro, es que es bueno y por eso contenta cada día a su electorado con el empeño cabreante de hacer que lloren los fachas.
El pedrismo consiste en la vocación continua de permanecer en lo impensable. Allá donde los demás no se atreven a ir es donde él vive y pergeña los bocetos con hipérboles de lo imposible
No parece la fórmula de la Coca Cola de la concordia, pero del agua de esas lágrimas tiene el pedrismo los pantanos llenos, porque el pedrismo vive de poner a gente a fumar en pipa. Viene pasando desde la foto de Colón sobre la que Sánchez edificó un imperio difuso en el que uno vive, se desespera, se pellizca por si está soñando y, sobre todo, se cabrea. Sabe Moncloa que los fachas se ponen muy feos cuando lloran y así se dibuja constantemente en su rostro esta mueca de indignación y este vacío como de la nana de la cebolla de Miguel Hernández de aperitivo de domingo en Núñez de Balboa. El universo pédrico es una paramera infinita en la que no suena ninguna campana, pues está proyectada solamente hacia el mañana desprovista de los compromisos del pasado. En este barullo ya nadie acierta siquiera dónde está uno, ni a saber quién es el aliado, si Otegi o Felipe González. Allí el cabreo es ya la única coordenada: si está uno enfadado, pertenece a la España retrógrada y reaccionaria, se alinea con las fuerzas iliberales anticonstitucionalistas y se convierte de facto en un fascista enfadado como todos los fascistas. Para ser un buen ciudadano solo hay que sonreír.
A Manuel Chaves Nogales hay que rescatarlo cuando nos ponemos partidistas, cuando nos obligan a las dos Españas que tanto le gustan al PSOE.
Bildu ha pasado de ser repudiada a ser ejemplar, aunque digan que han venido a destrozar la democracia. Cada día, un pasito más hacia el abismo.