Chapu Apaolaza | 29 de mayo de 2021
El Gobierno propone un viaje al espacio en esa manera tan suya de tomar la circunvalación de la realidad, una carretera de ocho carriles con la que rodea las cosas que duelen y gracias a la que hace unos meses los jubilados se ahogaban en camas montadas en las lavanderías de los hospitales y los carteles decían que saldríamos más fuertes.
Iván Redondo ha anunciado una NASA española. Los catalanes ya descubrieron el efecto de reivindicar su propio idioma y su propia agencia espacial catalana. Así, cada pueblo tendrá una estación de AVE, un aeropuerto, un stand en Fitur y un hangar de naves espaciales. El sanchismo es un creador de necesidades y una enorme elipsis, una cosa espacio-temporal que evita la España del presente, que es lo que le debería ocupar, y crea mundos en los que resguardar la imaginación, como este universo de galaxia y transbordador, una parábola política infinita en la que lo mismo cabe Paco Martínez Soria que aquella canción de David Bowie.
El aquí y el ahora se superan mediante escenarios a los que se puede trasladar el ciudadano con el afán soñador con el que uno piensa en los sanfermines desde el atasco de un lunes de febrero por la mañana. O cuando hojea en la cola del paro esa revista de viajes en la que proponen seis rutas diferentes para conocer Mongolia en camello. Viajamos al mañana o, mejor, al pasado mañana. Hay gente que no sabe cómo llegará a final de mes sin saltarse la tapa de los sesos pero ya puede concebir planes para el viernes de dentro de treinta años.
El Gobierno propone un viaje al espacio en esa manera tan suya de tomar la circunvalación de la realidad, una carretera de ocho carriles con la que rodea las cosas que duelen y gracias a la que hace unos meses los jubilados se ahogaban en camas montadas en las lavanderías de los hospitales y los carteles decían que saldríamos más fuertes. El mañana es amable porque es un tiempo en el que los coches vuelan. ¡Más futuro! ¡Más altura! Cada poco, el presidente se eleva a bordo del Falcon, que es un medio de transporte mental puesto que recrea un mundo a once mil pies de altura en perfecta quietud sobre una zona de bajas presiones a la altura de la Fosa de las Marianas. A más desastre allá abajo, más calma aquí arriba.
La NASA española nos coloca en una órbita fantástica, un lugar silencioso en el que Sánchez juega a sorber las burbujas de agua que flotan en aire, toca la guitarra por videoconferencia y observa por la ventanilla la bellísima y pacífica bola azul y verde que desde allí es el Planeta Tierra. ¿Veis aquello? Es la Moncloa.
El sanchismo es una forma de huida. Es esa manera de evitar lo que compromete la que le llevó a Sánchez a no visitar el Palacio de Hielo de Madrid ni tampoco una unidad de cuidados intensivos. Se supone que estaba concibiendo otros mundos -este estaba hecho unos zorros-, dibujando carteles de unión y prosperidad, celebrando los 140.000 millones de Europa como si nos fuéramos a poner ricos, viajando a 2050, otras galaxias y, en general, a donde hiciera falta.
El sanchismo es una forma de huida. Es esa manera de evitar lo que compromete la que le llevó a Sánchez a no visitar el Palacio de Hielo de Madrid ni tampoco una unidad de cuidados intensivo
No es que Sánchez vuele; Sánchez flota. Para ser felices, basta que eche a volar la imaginación y el cohete. El traje de astronauta resulta irresistible. Le sienta bien hasta a Pedro Duque, efervescente ministro de Ciencia del que a veces se sospecha que sigue en la Luna, pero no importa, pues todo el mundo sabe que Duque estuvo en el espacio y desde entonces, refulge con su ingrávida poética.
Digo que desde allí arriba, las cosas ni se notan. «¡Qué pequeños somos!», se dice uno en conversación con Cabo Cañaveral desde la estratosfera, convencido de que el humano anda perdido en las cuitas de la política terrenal, el materialismo, los indultos a cambio de los Presupuestos Generales del Estado y el cortoplacismo de querer comer al día siguiente. Les faltan naves.
Las primeras palabras de Neil Armstrong se escucharon, antes que en ningún sitio, en una de las bases españolas de la NASA.
Javier Benegas, editor jefe de Disidentia, explica con detalle los vicios en que han caído la comunicación política y el debate público, enmarañados en la imposición de dogmas y en la conchabanza: «El goteo de periodistas o articulistas que acaban de una forma u otra en la nómina de los partidos es de por sí bastante revelador».