Juan Pablo Colmenarejo | 29 de junio de 2021
Si por alguna ausencia brilla el gabinete de Pedro Sánchez es por el flanco de la transparencia. No existe. Ni siquiera se disimula. El presidente se quita la máscara, versión clásica y teatral de la mascarilla higiénica, cuando equipara la sentencia del Tribunal Supremo con una venganza.
La obsesión por un relato lleno de emociones abruma y adormece. El Gobierno de Sánchez ya no vive al día sino a la hora. Insisten en la misma táctica. Los mensajes se superponen sin más fin que ocupar el espacio para que parezca siempre que se hace algo. Se cuenta lo que se va a hacer y cuando ocurre hay otro sintagma en la rampa de lanzamiento. ¿No se puede indultar a los sediciosos, quitar las mascarillas en los exteriores y bajar temporalmente el IVA del recibo de la electricidad en el mismo Consejo de Ministros? En realidad, no se sabe, tampoco se ha explicado. No hace falta. Salta a la vista la razón para convocar dos reuniones del gabinete en 48 horas. Hasta el mínimo detalle, por obvio y frugal que parezca, se solemniza. El Gobierno se jactó de la unánime decisión de sacar de la cárcel a los sediciosos y malversadores como si cuando sucede lo contrario fuera comunicado a la opinión pública.
Las decisiones del Consejo de Ministros son colegiadas. Se responde por igual, aunque dentro se tenga otra opinión durante las deliberaciones obligatoriamente secretas. Otra cosa es lo ocurrido a lo largo de esta legislatura de coalición. Ambas partes, hasta la salida de Pablo Iglesias, se habían ocupado de airear sus diferencias para alimentar el inagotable marchamo electoral de la vida política española. Si por alguna ausencia brilla este gabinete presidido por Pedro Sánchez es por el flanco de la transparencia. No existe. Ni siquiera se disimula. El plasma de Mariano Rajoy queda en anécdota en comparación con la categoría a la que ha elevado el actual presidente su uso. Por el número de pulgadas de la pantalla los conoceréis.
Sánchez se quita la máscara, versión clásica y teatral de la mascarilla higiénica, cuando equipara la sentencia del Tribunal Supremo con una venganza. Desde entonces ya no hay rubor a la hora de invadir la independencia judicial. José Luis Ábalos, el brazo tosco y desacomplejado del sanchismo, no escatima cuando afirma que la causa del 1-0 abierta en el Tribunal de Cuentas son «piedras en el camino». Si el Gobierno maniobra para perdonar también las deudas contraídas por los indultados con el erario, abrirá un sinfín de agravios comparativos: el uso del dinero de los contribuyentes para organizar un acto ilegal no se devuelve. ¡Menuda fiesta! Por lo tanto, la corrupción solo es delito si hay apropiación.
El PSOE tiene el antecedente en el caso de los ERE al ser una trama de reparto: no es lo mismo llevárselo a Suiza que a organizar una red clientelar para mantenerse en el poder; como si no hubiera pasado nada
El PSOE tiene el antecedente en el caso de los ERE al ser una trama de reparto: no es lo mismo llevárselo a Suiza que a organizar una red clientelar para mantenerse en el poder; como si no hubiera pasado nada. Los condenados -dos expresidentes de la Junta de Andalucía y el PSOE- emplearon el dinero de todos para hacer hoja perenne su poder. No hay malversadores buenos. Los insurrectos del 1-O emplearon los impuestos para acabar con la legalidad constitucional en beneficio de su separatismo.
Como en los trucos de magia, nada por aquí, nada por allá. La precipitada (a juicio del consenso de epidemiólogos) quita de las mascarillas, y la engañosa, temporal y condicionada rebaja del IVA en el consumo eléctrico (mientras se argumenta la merma en la recaudación para no hacerlo con las peluquerías) no sirven para borrar lo perpetrado. El grueso de los votantes toma su decisión a raíz de acontecimientos como los indultos concedidos -Sánchez dice «medidas de gracia»-, desdiciéndose de lo vendido en campaña. Que le pregunten al PP cuántos votos perdió, y nunca recuperó, a los quince días de llegar al Gobierno cuando subió el IRPF rompiendo una promesa, o mejor dicho, un principio fundacional. Cuando el votante descubre que hay otro rostro detrás de la máscara, se queda con la cara que asoma.
Se han sucedido dos últimas ocurrencias incompatibles con el Estado de Derecho y la separación de poderes. No las han proferido dos anónimos ciudadanos, sino dos ministros del Gobierno.
El actual Gobierno español es la mayor victoria del separatismo en toda su historia. La república de Puigdemont duró ocho segundos, pero con Sánchez en La Moncloa el nacionalismo podrá ahora ejercerla sin limitaciones. El sanchismo no podrá con España, pero la está dejando muy herida.