Juan Milián Querol | 29 de julio de 2020
El Ejecutivo de Pedro Sánchez niega la verdad y aniquila la responsabilidad. Ni somos más fuertes, ni salimos. Los contagios suben, la economía baja y lo más duro, probablemente, aún no ha llegado.
Sánchez resiste, pero España no. Las primeras oleadas pandémicas refuerzan a los Gobiernos. La OMS y la UE advertían, y las ministras iban con guantes, pero ya lo saben: no se podía saber. El miedo anula la capacidad crítica y pone la libertad en manos del gobernante, de cualquier gobernante. A pesar de la negligencia y la soberbia, Sánchez resiste. Anda más preocupado por el votante que por el enfermo. Está más ocupado en la propaganda que en la reforma. Sánchez resiste, pero España no. Mientras los ministros aplauden a su amado líder, los rebrotes y el desempleo azotan una temporada turística que no se va a salvar.
El Gobierno español es el que peor ha gestionado la pandemia entre los países desarrollados. Según el informe de la Universidad de Cambridge, somos los últimos en un índice formado por indicadores tan relevantes como: muertes por millón de habitantes, tasa de contagio, grado de control de la epidemia, capacidad mostrada para la reducción de los positivos y reducción de la movilidad. Sí, peor que los Estados Unidos de Donald Trump o el Reino Unido de Boris Johnson, y mucho peor que la Hungría de Viktor Orbán, por poner solo los ejemplos que tanto gustan al progre.
Los ministros aplauden como si el maná europeo fuera a tapar tanta irresponsabilidad. Y Fernando Simón dice a los turistas que se queden en sus países. La ejemplaridad nunca ha sido el fuerte de este Gobierno. Más que aprender de los errores, los repiten con contumacia. Tras el estado de alarma, se desentienden de la suerte de los españoles como se desentendieron antes de él. ¡Salimos más fuertes!, proclamaron eufóricos en las portadas de toda la prensa española. No pasaba nada, era poco más que una gripe, y, de repente, lo que no pasaba se ha superado, sin saber cuántos miles de muertos se han quedado por el camino. ¡Salimos más fuertes! Pero no. Ni somos más fuertes, ni salimos. Los contagios suben, la economía baja y lo más duro, probablemente, aún no ha llegado. La próxima oleada puede ser un tsunami de tal magnitud que ni el más experto portavoz sea capaz de surfear.
En marzo de 1918 se registró el primer caso en el mundo de lo que denominaron gripe española. Sin embargo, fue la segunda oleada la más destructiva. Entre septiembre y diciembre de aquel año, la epidemia provocó más muertes que cualquier guerra mundial, quizá más que las dos guerras mundiales juntas. Fueron decenas de millones de vidas perdidas que apenas aparecen en los libros de Historia, porque pronto, la epidemia más mortífera, se convirtió en una nota al pie de página. «La gripe española se recuerda de un modo personal, no colectivo; no como un desastre histórico, sino como millones de tragedias discretas, privadas», escribe Laura Spinney en El jinete pálido. Aquella gripe cambió el mundo, pero no dejó una narrativa, ni un monumento que recordara a las víctimas.
Hoy, como un siglo atrás, el dolor permanece en las familias de los que se han ido. Entonces los relatos de las guerras y las revoluciones todo lo eclipsaban. Ahora, el olvido es promocionado por un Gobierno que quiere pasar la página sin haberla leído. Y, de este modo, nos condena a regresar al mes de marzo, pero con la economía más débil y las excusas menos convincentes. Regresan los mismos errores: la propaganda por encima de la salud. Regresan las mismas mentiras y contradicciones. Se podía saber y no han querido prepararse. Es un Gobierno regresista, que no conservador. El conservadurismo se nutre de la prudencia y de la humildad de quien sabe que es más fácil destruir que construir. El Gobierno regresista es justo lo contrario. Destruye lo bueno y multiplica lo malo. Niega la verdad y aniquila la responsabilidad. Ni somos más fuertes, ni salimos. Simplemente estamos ante ese breve espacio de libertad en el que Sísifo cree que ha dejado la piedra en su sitio.
Con unos socios que quieren regresar a la república y otros que añoran un pasado que nunca existió, Sánchez ni reforma, ni contrarreforma, solo resiste. Despreciando toda experiencia, espera a gastar lo que no es suyo. Así decaen las instituciones y mueren las economías, diría Niall Ferguson. No hay nada en este Gobierno que anime al ahorro, a la inversión y a la innovación. Ante este panorama, los que más van a sufrir serán los jóvenes. Para muchos de ellos el coronavirus será solo una gripe, pero la factura la pagarán toda la vida, todos ellos. Según el historiador británico, «habría que elaborar con regularidad cuentas generacionales para dejar absolutamente claras las implicaciones intergeneracionales de las políticas vigentes». Lamentablemente, no lo harán. Endeudarse y no reformar, ese es el sueño de la izquierda gobernante. Esa es la fórmula del desastre. Regresaremos a marzo y empujaremos una piedra aún más pesada.
Nadia Calviño ha fracasado en su intento de presidir el Eurogrupo. Cabe dudar de que lo que beneficie al Gobierno de coalición sea lo conveniente para la estabilidad de la España constitucional.
Europa no ha olvidado las lecciones de 2008. No es el caso de España, donde el socialismo ha tropezado con las mismas piedras: negación de la realidad, oposición a las reformas y máxima autocomplacencia.