Chapu Apaolaza | 30 de enero de 2021
El mundo ha avanzado mucho, pero los pobres siguen sin tener dónde caerse muertos. Desde que llegó Podemos, tampoco tienen mucho que llevarse a la boca, pero al menos pueden concebir el núcleo irradiador y la conciencia woke.
Si hay una soledad de la Moncloa, a ver por qué no iba a haber una soledad de la Moncloíta. En ese espacio curiosísimo -concertinas de seto verde, runrún de cortacésped y onda de sonido del universo como de La Internacional interpretada al didgeridoo en la tinaja de la piscina-, ahí digo, debió ser donde escribió la ministra de Igualdad un tuit en el que decía que claro que hay homosexuales en los barrios obreros, pero que no les alquilan el piso por ser lesbianas y se ríen de ellos por ser trans.
Ya tiene uno la sorpresa hecha unos zorros, pero he de reconocer que esto de la gauche Galapagar señalando a los barrios pobres como homófobos no lo vi venir. Es curioso el intento identitario cuando entra en conflicto con las más grandes generalizaciones, y así no puede arriesgarse uno a constatar que un grupo de hombres son de género masculino sin ofender a alguien, pero sí dejar caer que en Vallecas, pongamos, son machistas en general. O más machistas que en otros barrios. O es que el feminismo es un lujo.
Claro que en los barrios obreros hay personas LGTB. Les pasa que no les alquilan un piso por ser lesbianas. Que les dan una paliza por ser trans, que se burlan de ellos en el cole o en su curro. ¿Aún hay quien piensa que los derechos LGTBI son “simbólicos” y no materiales? pic.twitter.com/6mzSRbYAjM
— Irene Montero (@IreneMontero) January 27, 2021
Llegamos aquí por la veredita de las limitaciones de cada cual y el propio sentido de tribu urbana de la izquierda populista por el que uno es del Valle del Kas, aunque viva en La Navata, y el otro es de Núñez de Balboa, aunque sea vecino de Pablo Echenique, y cuela, porque Iglesias tenía un piso en Vallecas al pie de las colinas Ngong y, al final, a las dos Españas las pasas por la túrmix intelectual de Podemos y se te quedan en dos barrios. La dialéctica de tu calle y la mía tiene efectos muy potentes.
Durante el confinamiento, por las noches, el Pica Nieto, el Tito Enrique y Juan de Dios se arrancaban por Miguel de Molina y le echaban las cartas a la tristeza en un sótano que era el barrio entero de Argüelles. El marqués de Salamanca es la única estatua que tiene una mano en el bolsillo; tal vez para que no le afanaran la cartera. En su barrio está la única calle que tiene el Don delante del nombre de Ramón de la Cruz y antes se podía saber cómo iba el índice Nikkei por el impulso de los señores al cruzar el paso de cebra.
Igual es que hay gente, en lo que Irene Montero llama barrios obreros que, a falta de pan y de trabajo, les han dado un espray para pintar estatuas. Les sentará peor que los tomen por machirulos
Ahora están todos más tiesos que los reventas de los toros, pero durante el confinamiento salió uno a aporrear una señal con una madera del dos -era una escoba- y todas las dudas más o menos razonables que pudiera tener cualquiera acerca de la gestión de la pandemia y la razón por la que los anestesistas entraban en las UCI vestidos de espantapájaros, todos esos detalles sin importancia alrededor de la gestión de la democracia, digo, se resumían en que una parte de España estaba mosqueada porque no la dejaban ir a jugar al golf.
A esto lo llamé en su día una censura censitaria inversa, pero a alguien se le ocurrirá un nombre mejor y, al fin y al cabo, me vino a la mente la etiqueta una mañana de la desescalada subido a mi caballo, de manera que, bien pensado, ya pueden desacreditar todo mi razonamiento y echarse unas risas a costa mía y de la cara de pijo que tengo, que la tengo. Cuando era mi director en La Voz de Cádiz, antes de la reunión de primera, Manolo Castillo me miró y me dijo: «Chapu: para ser rico solo te falta el dinero». Tenía razón.
El mundo ha avanzado mucho, pero los pobres siguen sin tener dónde caerse muertos. Desde que llegó Podemos, tampoco tienen mucho que llevarse a la boca, pero al menos pueden concebir el núcleo irradiador y la conciencia woke. Quizás estén malinterpretando lo que necesita la gente.
Al regreso de una corrida, a la puerta de un hotel de Sevilla, un yonki pedía insistentemente a los toreros «algo para comer» y un banderillero de Antoñete que entraba vestido de luces le puso en la mano su dentadura postiza y le dijo: «Toma, para comer». Igual es que hay gente, en lo que Irene Montero llama barrios obreros, que, a falta de pan y de trabajo, les han dado un espray para pintar estatuas. Les sentará peor que los tomen por machirulos. Me ha ofendido hasta a mí, pues alude a ese esnobismo misericordioso de izquierdas por el cual el pobre merece todas las atenciones, pero en el fondo le adscribe la imagen de ser poco menos que subdesarrollado, feo, inculto, incapaz de seguir los últimos compases de las teorías sobre el género fluido, apestoso envuelto en el humo de un farias, bebedor de Machaco, cazador… Solo le falta abonarse a Las Ventas. Esto pasa porque en Podemos no es que sean pobres: tienen un simulador de pobres, y a veces se encasquilla.
El pedrismo vive de poner a gente a fumar en pipa. Viene pasando desde la foto de Colón sobre la que Sánchez edificó un imperio difuso en el que uno vive, se desespera, se pellizca por si está soñando y, sobre todo, se cabrea.