Carlos Cuesta | 30 de marzo de 2020
El Gobierno solo tomó medidas frente al coronavirus cuando pasó el 8M, pese a las advertencias de la OMS y el espejo de Italia. Ahora, lejos de atajar la situación, buscan culpables colaterales.
Era el mes de febrero cuando el supuesto experto del Gobierno de Pedro Sánchez, Fernando Simón, devaluaba la gravedad de la pandemia por coronavirus que ya venía. De una pandemia que ya ha costado más de 7.000 vidas.
Era el 27 de febrero cuando él mismo, el ministro de Sanidad, Salvador Illa, y el propio Pedro Sánchez, afirmaban que todo estaba bajo control, que no éramos Italia, que a lo sumo tendríamos algún caso aislado de contagio.
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Pero fue mucho antes cuando las autoridades sanitarias internacionales advirtieron a España de que debía adoptar medidas concretas y profundas para controlar el avance del virus. Fue el 30 de enero cuando llegó el mensaje de la OMS. Y el 2 de febrero cuando el propio Pedro Duque ha reconocido que iniciaron las reuniones científicas.
Pero lo cierto es que la primera medida de impacto del Gobierno llegó un 3 de marzo, cuando se pidió celebrar los partidos de fútbol a puerta cerrada, siempre que contasen con equipos procedentes de países de riesgo: 19 días después de la primera muerte española por coronavirus, registrada en Valencia tras volver de un viaje a Nepal y no haberle hecho el test del virus en su primera visita al hospital.
Y solo se respaldó la petición de Madrid de cerrar los centros escolares un 9 de marzo, tras insistir la presidenta regional, Isabel Díaz Ayuso, y un día después del multitudinario 8M. Y solo se adoptó el estado de alarma un 14 de marzo, después del 8M instado por el Gobierno. Y solo se admitió el evidente contagio por aglomeraciones un 9M, justo tras pasar ese mismo evento promovido por el PSOE y Podemos.
Y todo ello, pese a tener confirmación técnica de ese contagio por aglomeraciones la semana previa, y tras haber ordenado Italia el cierre de colegios y universidades el 4M, y tras haber confinado el mismo país a 16 millones de personas para frenar el contagio la mañana de ese mismo 8M, es decir, con tiempo para haber reaccionado el Gobierno español.
Pero lo suyo no era reaccionar. Ni proteger. Ni adquirir material sanitario para evitar el colapso. Lo propio de Sánchez es otra cosa. Por ejemplo, buscar culpables colaterales.
Con la colaboración público privada y arrimando el hombro todos, Madrid pronto se recuperará de esta situación. pic.twitter.com/d43OkWkXjV
— Isabel Díaz Ayuso (@IdiazAyuso) March 25, 2020
Y ahí es donde ha decidido este Gobierno poner el foco. En intentar culpar a Díaz Ayuso del desastre. Porque primero dijeron que todo estaba controlado, y ahora que lo descontroló Madrid. Madrid trabajó en proteger. De hecho, lo hizo reuniéndose con los técnicos de Sánchez.
Lo hizo desde el 24 de enero, con la creación de un Comité de Expertos Asesor para el Nuevo Coronavirus, coordinado por el consejero de Sanidad. O el 5 de febrero, adoptando los protocolos por coronavirus, tras la aprobación de los mismos en la Conferencia Interterritorial, de la que tuvo conocimiento el Gobierno. O manteniendo hasta siete reuniones con responsables del Ministerio de Sanidad entre el 31 de enero y el 6 de marzo, para advertir de que el material y la preparación hospitalaria serían escasos.
Pero nada de todo ello sirvió para mucho. Porque ninguna sanidad regional era capaz de controlar a un virus desbocado capaz de colapsar cualquier capacidad hospitalaria. Porque la solución debía debía venir de evitar la entrada del virus, debía venir de un estado de alarma previo que hubiese evitado y controlado la entrada de contagios, que hubiese cerrado la llegada de vuelos procedentes de zonas de riesgo, que hubiese realizado compras excepcionales masivas de test para haber controlado la dirección y avance de los focos de contagio. Y todo ello eran competencias nacionales. De los mismos que estaban pensando en lanzar su 8M.
La tarea principal del Gobierno desde el 8M no ha sido gestionar el coronavirus, ni apelar a la unidad, sino conseguir una imagen edulcorada de Pedro Sánchez.
En la batalla ideológica de la izquierda, el 8-M era intocable, sagrado. El coronavirus no les iba a chafar su fiesta gramsciana. Ahora, su irresponsable maquiavelismo nos lleva al aislamiento.