Antonio Alonso | 30 de junio de 2019
Las contradicciones de los acusados consolidan la tesis de la Fiscalía: el presunto golpe obedeció a un plan estratégico desde la Generalitat hasta la base de la pirámide social.
Se ha analizado el juicio del procés desde muchos puntos de vista, pero quizás falte la perspectiva de esa parte de la sala que no son ni el tribunal, ni los acusadores, ni los acusados, ni los defensores: el público. Yo tuve la gran suerte de poder asistir como tal a una de las últimas sesiones y pude ver en primera persona el ambiente, la reacción –tímida, porque el escenario sobrecoge— de los allí congregados tras el cordón que separa a los actores de los espectadores. La inmensa mayoría de ellos eran familiares y/o afines a la causa independentista. Intentaré aquí extraer algunas lecciones de este proceso contra los –presuntos— golpistas.
Una de las cosas más evidentes es que todo lo que se dice o se ve en la sala tiene una doble lectura: lo que para unos es un grupo de valerosos policías haciendo su trabajo como puede, para los otros es un grupo de degenerados, desalmados sin escrúpulos que no se frenan ni siquiera ante personas vulnerables. He aquí la primera reflexión: ¿cómo es posible interpretar el mismo hecho desde dos ópticas tan distintas?
Ha jugado en contra de los acusados el hecho de no tener una misma estrategia común de defensa, ya que están acusados de diferentes delitos
La segunda reflexión gira en torno a lo que sucedió realmente aquellos días de septiembre-octubre de 2017 (aunque en el juicio se ha tenido en cuenta un arco temporal más amplio). Aquí –al menos a priori— ha jugado en contra de los acusados el hecho de no tener una misma estrategia común de defensa, ya que están acusados de diferentes delitos. De esta manera, mientras unos acusados (y sus abogados) aseguraban que allí no había habido declaración de independencia, que era todo simbólico, un acto “meramente político” sin trascendencia jurídica real, los otros aseguraban que sí hubo declaración y que volverían a hacer lo que fuera para que aquello se repitiera y diera los frutos esperados.
Tales contradicciones entre ellos mismos han ido poniendo un clavo más en su ataúd; cada testimonio, cada peritaje, cada vídeo… no hacía más que consolidar las tesis de la Fiscalía: había una organización, un plan estratégico, que iba desde lo alto de la Generalitat hasta la base de la pirámide social, donde todo un entramado de asociaciones se convertía en brazo ejecutor de los designios y diseños de la cúspide. Algún abogado defensor intentó –con escaso éxito— desarmar la idea de que los ciudadanos estaban “abducidos” por la Generalitat. Elocuente, en ese sentido, es el vídeo en el que toda una masa está gritando un mensaje (“Votarem!”) y una anciana, en solitario, rodeada de esa masa, grita sin cesar y con la mirada perdida: “No estamos solos”. Era realmente una masa “abducida”.
Otro ejemplo: los vídeos de las “cargas policiales”. Mientras el público de la sala se indignaba y enojaba al ver cómo los guardias civiles o policías nacionales actuaban, la bancada de las acusaciones se revolvía al ver cómo se impedía el trabajo normal de las fuerzas de seguridad españolas ante la pasividad de los mossos. Mientras las defensas han hecho referencia constante a esta situación, queriendo demostrar así la “opresión” de un Estado que impide votar a sus ciudadanos, lo que estaban haciendo en realidad era facilitar al tribunal pruebas de que a sus defendidos les importaban poco o nada la ley o los requerimientos judiciales y que pusieron todo de su parte para obstaculizar la labor policial, que fue precisamente el motivo por el que se vieron obligados los policías a usar la fuerza.
Las masas independentistas se encontraron con una Policía dispuesta a cumplir y hacer cumplir la Constitución
Ahí se puede ver uno de los errores del 1-O: mientras las masas de independentistas pensaban que las fuerzas del orden iban a actuar como los Mossos (reiterados intentos de mediación y subsiguiente inacción), se encontraron con una Policía dispuesta a cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes.
Por último, el testimonio de David Fernández, exdiputado de la CUP, no tiene desperdicio. Estoy seguro de que pensaba que estaba ayudando a los acusados, pero la verdad es que los ha hundido un poco más. Explicó que existe toda una gama de acciones de “resistencia pacífica” a la autoridad sin llegar a matar a nadie, pero no se daba cuenta de que esa misma escala puede ser vista como línea ascendente jalonada de pequeños actos de violencia: gritos contra la Policía, pitadas ensordecedoras, resistencia a la autoridad, insultos a las fuerzas del orden, empujones y patadas a los agentes, lanzamientos de piedras contra ellos…
Cuando se ha perdido el respeto a los agentes como se pudo ver en aquellas semanas, es cuestión de tiempo que se atrevan a ir a más por mucho que griten “Som gent de pau”.
La sentencia, que puede ser recurrida, será clave para el futuro político y social.