Juan Milián Querol | 30 de junio de 2021
Pere Aragonès acudió a la Moncloa para seguir negociando la retirada del Estado de Cataluña y confirmar la derrota de los demócratas. Ahora su piedra en el camino es el Tribunal de Cuentas, una piedra que forma parte de los pilares de la democracia.
Este lunes 28 de junio, Pere Aragonès recibió, en el Palau de la Generalitat y en un acto oficial, a los condenados por sedición y malversación del procés. La semana pasada, el presidente de la Generalitat había suspendido las reuniones previstas con los líderes de la oposición democrática, porque no quiso perderse la enésima performance nacionalista. Las prioridades están claras: la propaganda siempre por encima del deber institucional. Los indultados de Pedro Sánchez actuarán como hombres anuncio en esta nueva fase de la turra amarilla. A partir de ahora, se pasearán por todos los platós proclamando la buena nueva: la debilidad del Estado (Oriol Junqueras) y la derrota de España (Jordi Cuixart). Y, gracias al actual Gobierno de la nación, no les faltará razón. En ningún caso los excarcelados buscarán la concordia con la Cataluña cívica, la democrática, la constitucionalista.
Un día después, ayer martes día 29 de junio, Aragonès acudió a la Moncloa para seguir negociando la retirada del Estado de Cataluña y confirmar la derrota de los demócratas. Sánchez está dispuesto a sacrificar los derechos y las libertades de los catalanes constitucionalistas y, por lo tanto, de todos los españoles. El presidente español se ha convertido en el cooperador necesario del futuro golpe a la democracia. Sigue al pie de la letra la hoja de ruta diseñada por los independentistas e intervenida por la Guardia Civil.
Ya están los indultos y la mesa de negociación. Ahora toca legitimar el discurso independentista según el cual Cataluña es una nación con derecho a decidir unilateralmente su relación con el resto de España. El PSC ya ha reintroducido la idea de una consulta sobre el «marco de convivencia». En 2012, recordemos, prometió el referéndum en su programa electoral. Siempre igual. Equidistantes de boquilla, pero pactando con ERC. La fraternidad del socialismo con los constitucionalistas se ha limitado a los momentos de máxima angustia, breves instantes en el oscuro otoño de 2017.
En el encuentro presidencial, Sánchez debería haber exigido a Aragonès que gobierne para todos los catalanes, que convierta TV3 en una televisión plural, que garantice la neutralidad de las instituciones, que respete las sentencias y permita una educación bilingüe, que escuche también las demandas de los catalanes no nacionalistas, y que renuncie explícitamente a la tradición golpista de ERC.
Sánchez solo pide que lo mantengan unos meses más en la Moncloa. Lo que el nacionalismo haga con Cataluña le trae sin cuidado
Sin embargo, Sánchez solo pide que lo mantengan unos meses más en la Moncloa. Lo que el nacionalismo haga con Cataluña le trae sin cuidado. Así, la Generalitat continuará al servicio de los indultados y en contra de la mayoría de los catalanes. Continuará malversando las competencias autonómicas al servicio de la elite extractiva más cara de España y más mediocre de Europa.
La ambición de Sánchez es profundamente insana para la democracia, igual que su palabra lo es para la verdad. Prometió que no pactaría con Podemos, pactó con ellos y durmió tranquilo sobre su colchón monclovita. Prometió que no pactaría con los independentistas, pactó con ellos y los premia por su mal comportamiento. Ahora promete que, en estos pactos de rendición, no violará la Constitución.
Conociendo al personaje, la oposición ya puede ir preparando los recursos al Tribunal Constitucional. Sánchez usará el palo y la zanahoria para que nadie moleste a sus socios. De ellos ha aprendido las técnicas para que algunos empresarios y algunos obispos aplaudan las peores ideas. No es tan brillante como Jordi Pujol, pero si lo dejan tratará de colonizar la sociedad civil a golpe de fondos y regulaciones.
La última molestia es la del Tribunal de Cuentas. En defensa de la democracia, la pedagogía del tribunal se está mostrado infinitamente más eficaz que la política del apaciguamiento. Por tanto, el sanchismo debe actuar. El ministro José Luis Ábalos ya ha salido a atacar a este organismo afirmando que sus causas «son piedras en el camino». Cómo se le ocurre perseguir la corrupción de sus socios. Cómo se le ocurre exigir que devuelvan el dinero malversado en campañas contra España. El amigo de Delcy dice que a su Gobierno le «corresponde ir desempedrando». Vía libre al segundo procés, vía patrocinada por el ministro de Transporte y Movilidad.
En fin, las reclamaciones del órgano fiscalizador quizá sí sean piedras, pero son piedras que forman parte de los pilares de la democracia. Esos son los pilares que ayer, en la reunión de la Moncloa, pactaron socavar.
El actual Gobierno español es la mayor victoria del separatismo en toda su historia. La república de Puigdemont duró ocho segundos, pero con Sánchez en La Moncloa el nacionalismo podrá ahora ejercerla sin limitaciones. El sanchismo no podrá con España, pero la está dejando muy herida.
Esquerra Republicana no renunciará al unilateralismo, pero busca un camino más rápido y seguro hacia la independencia, y el PSOE se lo está asfaltando.