Luis Núñez Ladevéze | 31 de agosto de 2020
El encogimiento de hombros o la falta de atención al nerviosismo de padres y alumnos, cabe preguntarse qué sentido tiene, en tiempos de exigible austeridad, que haya ministerios destinados a transferir competencias a las autonomías.
Decía Joseph Alois Schumpeter que las situaciones de crisis son propicias para la «destrucción creativa». Hay que aprovechar las oportunidades ocultas que la crisis ofrece al talento imaginativo. Se refería principalmente a la importancia que tiene la acción emprendedora para superar las situaciones apuradas. La tarea del emprendimiento en tiempos de pandemia es la innovación.
El aspecto más inquietante que hay que afrontar a corto plazo es la pérdida del tejido empresarial en grandes sectores, principalmente el turístico y los servicios adyacentes, como la restauración, o, en especial, las compañías aeronáuticas. Por si fuera poco, también quedan terriblemente lesionadas la industria automovilística, la recolección agrícola y tantas otras. Para la recuperación del empleo o para incentivar su renovación inmediata se destinarán los fondos de la autoayuda europea. Es un decir, claro, pues dependerá de que se consiga sortear la propensión populista a gastar en programas ideológicos, en lugar de impulsar actividades rentables y la innovación creativa, que es a lo que se refería Schumpeter cuando escribía sobre aprovechar las oportunidades en tiempos de cólera.
Lo que requiere más atención del corto plazo es atender a aquel tipo de exigencias que aseguren actitudes emprendedoras en el medio y largo plazo. Aquí entramos en el terreno más resbaladizo, por menos tangible, de la educación. Por servirnos de la teoría de la destrucción creativa de Schumpeter, el momento actual debería ser ocasión para un gran pacto sobre la educación que pusiera los ojos en la formación de las nuevas generaciones sin quedar supeditado a restricciones ideológicas. Pero hay que perder toda esperanza.
Un pacto que tenga por objeto hacer de la circunstancia crítica que atraviesa el país una oportunidad de renovación. La experiencia sufrida durante los meses más apurados de la pandemia y los que todavía quedan pendientes, ha mostrado las dificultades, pero también las posibilidades que ofrece la tecnología para fomentar el espíritu emprendedor desde la educación básica. Sabemos que España se encuentra en estos momentos en especial déficit con los países europeos en el fortalecimiento de esta actitud en la enseñanza primaria y secundaria.
Prendido en una incesante campaña de imagen comprometida por los turbios resultados de la gestión de la pandemia, el Gobierno hasta ahora no ha hecho más que dar bandazos y encontrar formas de escurrir el bulto, sin decidirse a asumir las responsabilidades que le corresponden y dimitiendo ante las autonomías de las escasas, casi residuales, competencias educativas. Resulta sorprendente que, en las actuales circunstancias, la gestión de la educación esté repartida en tres ministerios, y que, a la vez, cada ministerio suelte lastre -pero no asesores– para que sean las comunidades las que, a la postre, asuman las responsabilidades, mientras se renuncia a la dirección común y se disipa la interconexión promoviendo un pacto intercomunitario sobre la asistencia presencial, tan improbable, como de dudosa eficacia.
La gestión de la educación está repartida en tres ministerios, y, a la vez, cada ministerio suelta lastre -pero no asesores- para que sean las comunidades las que, a la postre, asuman las responsabilidades
El Gobierno presume de su capacidad para concitar acuerdos. Esta ha sido su principal seña de identidad para contrastarla con las limitaciones de comunicación de la derecha. La portavoz socialista hace alarde para subrayar esa diferencia, desdeñar la anunciada moción de censura y reprender a la oposición por su inoperancia para pactar. Pero la actuación gubernamental durante la crisis sanitaria no ha mostrado más ejemplaridad de su presunta capacidad, que en la forma de echar balones fuera o de lavarse las manos.
Esta forma de inacción está quedando más en evidencia ahora en la gestión del inicio del curso. Incertidumbre es la palabra aplicable al ánimo generalizado del profesorado y de los padres que ni siquiera conocen el calendario ni las condiciones en que han de ejercer sus tareas. Que no se haya aprovechado el verano para trazar un plan de enseñanza a distancia por si fueran necesario restringir la presencial, deja en entredicho la responsabilidad gestora en las ramas en que artificiosamente se encuentra distribuida la cuestión educadora.
Con respecto a las universidades no cabe esperar una directriz común, porque si no la hubo previamente es inverosímil que pueda haberla ahora con un responsable prácticamente anónimo. Cada universidad dicta sus normas de modo distinto en cada comunidad, y no en el ejercicio de su autonomía universitaria, sino por la falta de directrices de gestión conjunta, porque no hay coordinación ministerial con las universidades, ni se ha diseñado una agenda de trabajo interuniversitaria. Nada se sabe de la provisión de becas, en general, ni, en particular, de las destinadas a la investigación.
El ciclo dedicado a la formación investigadora es un misterio. Repartidas las competencias entre el ministerio de Universidades y el de Ciencia e Innovación, nada se ha avanzado sobre los programas de I+D de los que depende la renovación de los proyectos y la formación doctoral.
La distribución de competencia en tres ministerios distintos, Educación, Ciencia y Universidades, además del de Cultura y Deporte cuyas competencias, alojadas en secretarías de Estado, originariamente eran reunidas en uno solo, no da más que para alimentar la desorientación administrativa. Si se añade el encogimiento de hombros, la dejación de competencias en autonomías insolidarias, o la falta de atención al nerviosismo de padres y alumnos, cabe preguntarse qué sentido tiene dedicar en tiempos de exigible austeridad presupuestaria y en la antesala de la negociación de los presupuestos generales, que haya cuatro ministerios destinados a transferir competencias a las autonomías y que ni siquiera asumen las exiguas que les corresponden. Es la coyuntura para que el Gobierno sea un ejemplo a seguir por su capacidad de emprendimiento y su austeridad en la gestión. En su lugar, abandona funciones y enmascara la irresponsabilidad tras la propaganda.
Flaco favor ha hecho la ministra con sus vehementes declaraciones contra el llamado “pin parental” para seguir construyendo una relación confiada entre padres y escuela, algo básico en la educación de nuestros hijos.
En pleno estado de alarma, el Gobierno sigue adelante con una ley de educación que pone en riesgo el futuro de los centros de educación especial.